28.7.11

La despedida


Cada palabra que no dice nada distorsiona el mensaje

Esta frase la llevo grabada en mi cabeza años, es de una antigua profesora de literatura que tuve en los últimos años de liceo y de la que a título personal se convirtió en amiga y en improvisada crítica y consejera de lo que escribía.

No solo tengo esa frase guardada de ella, otras como:

No por escribir con menos palabras lo que intentas decir es más bonito, hay que utilizar las justas, cada objeto, paisaje y situación necesita de su espacio, y eso son las palabras, espacio para colocar el mundo que solo tú ves. Las palabras tienen un solo significado, es el lector el que las tiñe de otro color, lo que tú tienes que hacer es convertir cada letra en el arcoíris.

Y muchas más. Susana, así se llama, es una de esas locas maravillosas que hablan por los codos y la mayoría de las veces no dice nada. Aún recuerdo la primera clase con aquella desconocida (en ese momento lo era, y asustaba) hace ya unos buenos años.

Era nueva en el liceo por lo que nadie la conocía. Entró en el salón vestida con un fino vestido azul oscuro, más propio de la noche que de las nueve de la mañana. Era alta, altísima, delgada, y lucía una melena larga, que siempre llevaba suelta al comenzar la clase y al finalizar acababa recogida en un moño que improvisaba con un bolígrafo transparente, azul, siempre azul, que deshacía antes de salir por la puerta.

Se sentó retirando sus gafas de sol y alzando la voz soltó la primera frase que nos descolocó a todos:

-Si tengo que subir todos los días todas esas escaleras… coño, lo siento, pero habrá días que ni venga.

Una carcajada invadió el salón, ahora pienso que lo soltó para ganarnos, y lo logró. Parecía altiva pero no lo era, incluso parecía muy despistada, poco a poco nos dimos cuenta que con ella todo era un juego, hasta su personalidad.

Soltó su maletín morado sobre la mesa y sacó un documento manuscrito, se levantó y colgándolo en la mesa de metal dijo:

-Aquí hay una lista de 120 libros que yo considero que deben leer, no les pido que los lean todos, aunque deberían, sino que les voy a proponer un trato.

Y aquí empezó el juego.

El primer lunes de cada mes, uno por uno me entregará el libro que decide leer de la lista, la mayoría están en la biblioteca y son treinta alumnos. Se pueden poner de acuerdo para que así no tengan que gastar mucha plata. Ese mes lo leerán y al mes siguiente, el primer lunes, junto el próximo libro que vayan a leer me entregan algo escrito sobre el libro, puede ser un resumen, un comentario de texto, una crítica, etc… lo que quieran. Yo ahí me reservo mi poder que tengo y los calificaré, pero no habrá teoría, no habrá exámenes y las clases serán otra cosa que les iré enseñando. Eso sí, con esta opción la nota máxima será un dieciocho, quien quiera el 20, tendrá que hacer lo mismo cada dos semanas. Si no quieren eso, aquí tienen el programa y ya.

Acto seguido se sentó en la mesa más cercana a la primera ventana, la abrió, medio sacó la cabeza y encendió un cigarro. Nos dejó a todos petrificados, no sabíamos qué hacer, hasta que yo ajeno a los cuchicheos de la gente sobre "que bolas esta caraja fumando en clase", me levanté y fui directo a la lista de libros. Yo quería esa opción e hice algo para convencer a todos de golpe, me di la vuelta y dije:

-Hay muchos de los que ya nos hicieron leer años pasados.

El voto fue unánime, la clase de literatura de ese año sería algo sencillo, lo que no nos imaginamos era que iba a ser la mejor asignatura de aquel año y de muchos, la que todos deseábamos ir.

El primer lunes todos fuimos con el libro que íbamos a leer, digo el primer lunes porque el resto de clases de la primera semana no se pasó por clase. Yo llevaba mi copia de Crimen y Castigo, acababa de leerlo en vacaciones.

Hay libros que tienen una edad para comprenderlos en su magnitud. Solo recuerdo que en aquél primer trabajo escribí una conversación más, inventada por mí del protagonista con el policía, realmente era una basura, intentar alargar la parte del libro más brillante fue una estupidez por mi parte, pero encantó a Susana. A la mañana siguiente de entregar mi trabajo me hizo llamar aparte y comenzó a hablar, tanto, que se me fue el resto de la mañana hablando con ella.

Así era ella, no entendía de normas, solo de historias, y allí junto a ella descubrí que así quería hablar yo. Saltaba de un libro a otro, parecía que viviese metida en cada uno de ellos, sus manos, su boca, sus ojos eran una página diferente, se iluminaba, gritaba, se levantaba, reía, era pura pasión, en mi vida volví a conocer persona que hablara con tan enorme devoción por los libros.

En aquella conversación, casi monólogo, es cuando oí por primera vez las frases que arriba les cito, hablaba y hablaba y en aquel momento no comprendía por qué, hasta que de un golpe en la mesa se paró en seco, de pie, tras la mesa, mirándome a los ojos y me dijo en un tono serio que me asustó:

-Pero… ¿comprendes por qué te digo todo esto?

Yo respondí casi titubeando:

-Sí, que lea, ¿no?

Y entre una sonrisa que se esforzaba por esconder me dijo:

-Lee para vivir, lee para escribir, escribe para vivir, pero hazlo sin palabras.

Y así me dejó, sin palabras, en aquel momento no comprendí qué quiso decirme. Fue en los meses siguientes en los que yo le entregaba los libros que había leído, los cuentos, relatos, pequeños escritos que había hecho, debatíamos, me aconsejaba, me gritaba y criticaba muy duramente, si tenía que decir: “Esto es una mierda” no lo maquillaba, lo gritaba a los cuatro vientos, pero a mí me divertía, me servía.

Esa relación llega hasta hoy en día, sigue gritándome, sigue rompiendo las hojas de cosas que escribo, sigue llamándome “tú, el de Crimen y castigo”.

Les cuento esta historia real de mi vida no para decir que por ella escribo, ya lo hacía mucho antes, sino para rescatar aquella frase que en un principio no entendí y que ahora entiendo:

Escribe sin palabras.

Eso es lo que intento, olvidar las palabras y escribir sentimientos, cada sustantivo, cada artículo, cada verbo tiene que llevar inmerso una voz, un gesto, un deseo, un rostro. Olvidar las letras, ellas no dicen nada, convertirlas en realidad en la cabeza del que lee. Eso intento y eso quiero explicar.

Este blog ya creo que cumplió su ciclo de vida y este será el último post que escribo con la regularidad que llevo haciéndolo desde hace días. Aunque ya no cumple (o eso creo) con su subliminal fin último, no puedo negar que me ha servido de entrenamiento para conseguir una disciplina que había perdido. Un día me dijo una amiga

“¿Quién te dijo a ti que por ser un relato para un blog no debías dejar la piel? Es lo que lo distingue de los cientos de blogs”

Y ahí está el problema, cuando escribo un relato lo sigo teniendo días en la cabeza, le doy vueltas, lo reviso, pienso si de otra forma sería mejor.… cosas que me quitan mucho tiempo.

No es una despedida, estoy seguro que alguna vez publicaré algo, segurísimo, pero por el momento lo dejo suspendido, también él y ella deben descansar.

Gracias a los pocos que lo siguieron, a todos los que alguna vez leyeron o echaron un simple vistazo, gracias a quien inspiró todo esto. Gracias a ustedes volví a tener confianza y lo que es evidente, volví a escribir. Mis letras siempre serán suyas...

¡Gracias, La Gerencia!

15.7.11

La Muerte



Un vaso de ron que hace juego con la botella a medio llenar. La luz de una lámpara viejísima que extrañamente tiene más vida que todos los aparaticos que ha ido comprando en los últimos meses. El mono del último pijama que se compró. Pies descalzos. Una franela anchísima gracias a su pérdida de peso que lleva con él toda la vida, desteñida y hasta con huecos. Cuatro cajas de cigarros. Todo bien colocado sobre la cama, al lado de la computadora portátil y unas cuantas hojas llenas de borrones, tachones y letras ilegibles.

Ese ha su pequeño ritual de todas las noches, justo después de las doce. Lo ha convertido en una manía. En cuanto el reloj despertador daba las doce, se sienta frente a la computadora, daba la tecla de encendido y agarra el control del equipo de sonido. Lo enciende inundando todo el espacio de piezas flamencas que le traen recuerdos imborrables.

Prende un cigarro. Tras la primera calada, aguanta el humo en sus pulmones hasta que siente el burbujeo, el grito de auxilio del cuerpo que se queda sin oxígeno pero cada vez más relajado.
Abre el documento donde guarda el escrito, relee las últimas páginas y comienza a escribir. En un principio ni sabe que es lo que escribe. Ya el efecto del ron no le deja diferenciar lo que quiere escribir con lo que realmente escribe, eso le gusta. Además escribe sobre lo mismo. Las historias no son el centro, sino su protagonista. Casi es automático, realmente escribe sobre ella en cada cuentito. Lo que cambia son los paisajes y el hilo. Su posición cuasi holgada e ha facilitado varios lujos, como el escribir de noche y dormir por la mañana. Se siente más cómo así, pensando que el mundo ha muerto y él poco a poco, lo va reconstruyendo entre volutas de humo.

Ella camina despacio, no sabe que es lo que sigue pero un pálpito le ha hecho llegar a este parque inhóspito, la niebla cubre el horizonte y el ruido de las hojas secas bajo la presión de sus pies dibujan un paisaje tenebroso. Siente que a lo lejos….

-Ya deja eso. Tengo frío. Llévame a casa, aquí ya no hay nada que hacer.

-Pero… ¿Quién ha dicho eso?

-Parece mentira que tú me hayas creado y nunca te hubieras imaginado mi voz. Soy yo.

-Pero… Eso no puede ser.

-Jajaja ¿Cómo que no soy real? Soy tu musa y me niegas. Estoy cansada. Mucho tiempo juntos y nunca me he quejado de nada. Hoy lo que has fumado te ha sentado muy mal.

Se levanta muy confuso, ha sido una experiencia muy extraña. Lo explica como los efectos del ron que siempre le hace poner los ojos chinos. Contrariado, se dirige a la cocina y se hace un café. Se sale de la rutina, pero hoy algo extraño ya la ha roto. Se relaja mientras espera que la cafetera comience con sus vapores a avisarle que está listo. No quiere pensar en lo que acaba de vivir, es una alucinación y como tal, no debe alimentarla.

Una vez despejado se dirige de nuevo a la cama y comprueba que todo lo que acaba de escribir está borrado y en su lugar está otra trama que él no ha escrito. Ella, en vez de estar en la calle se encuentra dormida plácidamente en su cama. No entiende nada y comprueba las notas de las hojas desperdigadas por todos lados. En ellas verifica que en ningún momento tenía pensado escribir lo que está escrito. Borra letra por letra hasta que otra vez la misma voz:

-Otra vez tú, me has despertado.

-¿Cómo que te he despertado, si ni siquiera te he puesto a dormir?

-¡Yo no soy una carajita! Yo sé acostarme sola.

-No quiero decir eso. Digo que yo no he escrito que estás durmiendo, tenías que estar camino al tren donde ibas a encontrarte con el otro protagonista

-No. Te he dicho que no voy a ir. No me apetece, hace frío y el cansancio no deja moverme. No me muevo de aquí.

-¿Cómo que no? Yo te he creado… espera, no puedo estar discutiendo contigo esto. No puede ser, me estoy volviendo loco.

Ella sigue dormida, el caso se está complicando. Piensa que puede ser la primera vez que necesite ayuda….

-¡Eh! Para, eso no lo estoy escribiendo yo.

-Por favor, déjame dormir y no seas pesado ¿Cuánto tiempo llevamos juntos?

-Diecinueve meses ser exactos. Casi 70 escritos y tres cuadernos de anotaciones que yo he escrito.

-Pues por eso. ¿No estás ya cansado de pelear con la razón y el corazón? ¿Con la gramática y la intensión? ¿Por qué no acabamos con esto? Merecemos descansar

-Pero… ¿Qué quieres decir, que te mate? Te lo repito, no eres real.

-Entonces ¿por qué sigues hablando conmigo?

-Porque tú me hablas.

-Y tú. ¿No estás cansado?

-Bueno yo…

-Tú vida ha cambiado en pocos meses. Estás solo porque no tienes a nadie. Estabas todo el día ocupado escribiéndo lo mismo una y otra vez. No sales de casa, no tienes amigos, tu única afición es hacerme correr por todos esos sitios que tu dibujas una y otra vez. ¿Por qué no acabamos con todo?

-Yo, yo… yo no podría. Si te pierdo a ti, lo pierdo todo.

-Pues eso. Te lo repito, ¿Por qué no acabamos con todo, con nosotros?

-¿Qué? ¿Quieres que nos matemos los dos?

-¡Mírate! Eres un joven/viejo acabado, borracho, que vive de noche porque no se quiere ni cruzar con la asistenta que le ayuda con las cosas de la casa. No te relacionas con nadie más que contigo y por ende conmigo, porque yo soy tú. Y si yo estoy cansado es porque tú ya no puedes más, ¿lo entiendes?

-Tiene sentido.

-Pues eso, ¿qué hacemos?

-Tú sigue durmiendo mientras yo lo pienso.

-Gracias. Si no lo haces, al menos déjame dormida unos días.

Convencido de lo que ha hablado con ella, se sienta en el sofá y piensa en el fin de los dos. Para ello lo que tiene que hacer es seguir escribiendo. Que vaya a morir no quiere decir que no cumpla con el plazo que tiene para elaborar sus escritos, pero lo tendrá que seguir haciendo en un cuaderno, debe dejarla dormir. Se lo ha prometido

Tras dos noches acabando deprisa el final del que ha sido su única amiga durante mucho tiempo, se da cuenta que no ha pensado en su final, pero no duda, será un clásico, con pastillas.
- Despierta, ya está. Bueno, espera, se me olvidaba.

Ella, tras unas horas reparadoras de sueño abre los ojos y encuentra la habitación tan vacía como la había dejado.

-Hola. Espero que me despiertes para darme buenas noticias.

-Te despierto para que me acompañes. Me he tomado el frasco de estas pastillas, son mis últimas horas.

-Bien hecho. Por fin podrás descansar. ¿Y yo?

-Tranquilo, ya he escrito tu final. En cuanto empiece a sentirme mal te vuelvo a dejar dormida y en cuanto impriman el libro vivirás tu última aventura. Te adelanto que no tendrás que hacer mucho y no sufres.

-Genial, si pudiera llorar lo haría.

A la mañana siguiente. Su asistenta entra como todos los días puntual a su cuarto para llevarle la taza de café. Lo encuentra tirado sobre la computadora en el lugar donde debería ir la almohada. Se extraña ya que es la primera vez que lo ve en ese estado. Lo llama y al no hallar respuesta se asusta y le toca. Está frío, el miedo la paraliza hasta que con pocas fuerzas y menos ganas se agacha para poder ver mejor su rostro. Comprende que no está dormido.

La policía en el registro de la habitación ve claramente las señales del suicidio, la botella de ron, el frasco de pastillas vacío, las colillas de cigarro que llenan el cenicero, cientos de páginas en blanco y en la pantalla el cursor parpadeando sobre una hoja completamente en blanco tras dos palabras, solo dos palabras en toda la habitación:

Somos libres

8.7.11

El Juicio




-Pase por la puerta de la derecha, siéntese en la silla con las manos sobre la mesa. Así, ahora mismo volvemos. ¿Está bien? ¿Quiere un poco de agua? ¿Llamar a su abogado?

-No, no lo llamen, no hace falta, y sí estoy bien, gracias.

Se encuentra sentado en una habitación casi vacía. Una mesa, una silla y un gran espejo es lo único que rompe con el blanco cegador que predomina en toda la sala. No piensa, no sabe en qué pensar, solo quiere que todo acabe, no entiende por qué le está sucediendo esto, se supone que no debería ser así.

-¿Todo bien?

-Si perfecto, ¿qué hago aquí?

-Usted fue encontrado en el lugar de los hechos. Debemos hacerle unas preguntas; espero que colabore y no ponga ninguna resistencia.

-Pero es ridículo, todo está claro.

-Eso lo diremos nosotros. ¿Podría hacer un resumen de las cosas que hizo el último mes?

-Es evidente que...

-Limítese a contestar. ¿Entonces no niega que conocía a la víctima?

-Claro que la conocía, fue y sigue siendo…

-Con eso me basta. ¿No niega que el arma con la que se cometió el crimen fue encontrada en su mano derecha?

-No, no lo niego.

Se derrumba, no aguanta la presión y deja brotar las lágrimas que lleva tiempo reteniendo. No se arrepiente de lo que hizo pero hablar de ello le está trayendo muchos recuerdos.

-No llore. ¿Qué relación tenía con la víctima?

-Ya no lo sé, hace mucho tiempo que no hablabamos, ya no nos entendíamos, ya no nos mirábamos, todo era frío. Me hacía sufrir mucho. A veces la idea me rondó en la cabeza, nunca lo abandoné

-Entonces ¿no niega que le mató?

-Sí, porque ya no lo soportaba, no aguantaba más. Usted no sabe lo que es vivir con esa incertidumbre, ese dolor por dentro, enquistado en lo más profundo. Toda tu energía se gasta, no podía pensar en otra cosa que en la muerte. Creo que él no me entendía, aunque lo sabía. Creo que para él fue liberador, bueno para mí, ya no sé ni lo que digo, me está confundiendo.

Está nervioso, ha entrado en su juego. Creía que todo estaba claro, pero sigue sin saber por qué le pasa esto. Es torturador hablar de ello. Se recuesta en la silla hacia atrás y fija la mirada en un punto del techo, mirando a ningún lado logra abstraerse y se olvida de la situación.

-Señor, le rogamos que colabore, si no contesta tendremos que seguir con el interrogatorio.

Ya no escucha nada, está solo en una habitación blanca, sin mesa, sin silla, sin nadie gritándole al otro lado, solo una luz tan intensa que le impide ver. Cierra los ojos.

Se queda así durante minutos, horas, puede que sean siglos. No siente nada más que la oscuridad tras sus párpados. Piensa que es extraño que le hayan dejado tanto tiempo con ellos abiertos y los abre. Sigue sin entender nada.

Le cuesta reconocer dónde está. Ya no es esa habitación en la que le estaban interrogando. Justo frente a sus ojos reconoce la habitación donde duerme. ¿Todo ha sido un sueño? Se acerca y llama suave, pensando que no es real y su mano atravesará la puerta. Empieza a desvariar, todo tiene que tener una explicación.

Sus nudillos hacen un pequeño ruido casi inaudible, es real y llama más fuerte, cada vez más fuerte. La inseguridad que le provoca la situación se está convirtiendo en rabia. De repente e instintivamente palpa con la mano derecha su bolsillo del pantalón, para su sorpresa encuentra las llaves de la puerta

-Claro, estoy en casa.

Empieza a olvidar por qué está aquí. La cercanía a sus cosas una vez dentro de la casa le envuelve en una atmósfera conocida. Ya no recuerda la habitación blanca, las preguntas, el hecho que le ha traído hasta aquí.

Respira hondo y deja las llaves a un lado. Se mira de refilón en el espejo y ve algo extraño en su cuello, como una sombra. No lo da importancia, está cansado, solo quiere dormir durante horas, días, años. Desconectarse de todo.

Camina despacio, todo el cuerpo es pesado. A cada paso siente que no tendrá energía para dar el siguiente. Las imagenes en su cabeza, los recuerdos, hace que se quede petrificado. Está tan cansado que no puede ni reaccionar. No distingue al intruso, se frota los ojos pero lo ve todo borroso. Todo vuelve a ser extraño, sin embargo sigue sintiendo esa familiaridad que recibió al abrir la puerta de su pecho.

Le gustaría que el agente que tantas preguntas le hizo estuviera aquí y viera todo lo que realmente pasó para que así se diera cuenta de cómo fue la situación.

Es extraño verse a sí mismo, en todo momento recuerda todo lo que sentía, pensaba. Ahora está abatido sobre la mesa, pensando que no encuentra mejor solución, que lo tiene que hacer, que lleva mucho tiempo aplazándolo por si mejora pero todo es más oscuro.

-Ahora me levantaré.

Lo dice en voz alta y rápidamente se lleva la mano a la boca. No quiere que se oiga, pero piensa que puede que sea como en las películas, y no se percatará de su presencia. De todos modos esto ya pasó, no habrá nada que lo cambie.

Se oye el cerrar la puerta y dirigirse a la cocina, es el momento y se sienta en el sofá pequeño, el que está junto a la tele, desde ahí lo verá todo sin molestar. Extrañamente está nervioso, no todo el mundo tiene la posibilidad de ver lo que él va a ver.

Sus ojos totalmente expresivos. Siempre lo fueron.

-¿Por qué no lo hice antes?

Se sienta en el suelo del salón, sobre la alfombra. En la mano empuña un cuchillo muy afilado, sabe en lo que está pensando:

En algún sitio he leído que los que se cortan las venas son los que realmente quieren vivir, solo quieren llamar la atención, es mejor un corte fuerte en la garganta, sin dudar, además de no tener marcha atrás es más rápido y no duele tanto

Casi se levanta para decirle que es falso, que morirá igual sea como sea, pero que el dolor es insoportable, que igual es el dolor lo que hace que mucha gente de marcha atrás. Casi lo hace pero recuerda que esa ya no es su vida, ya acabó con ella, sin embargo se coloca de rodillas y se mira fijamente a los ojos, quiere asegurarse que en ningún momento se arrepintió.

Alza el cuchillo y mira su reflejo en el filo, no le tiembla la mano, está decidido, tira para atrás la cabeza y en un primer tanteo se acerca el afilado arma y hace una prueba. Está tan afilado que se hace un corte fino del que no para de salir sangre.

-Un, dos, tres…

El cuchillo atraviesa piel, carne, nervios, venas, lo atraviesa todo con facilidad. Él sigue de rodillas viendo la escena, viendo como la sangre brota mientras hace extraños ruidos con la garganta. La sangre sale de su cuello, de su boca, de su nariz, pero no siente asco, dolor, arrepentimiento, no, nada de eso, mientras ve como se escapa su vida, sus sueños, sus esperanzas por esa herida. Pero no hay liviandad, no hay 21 gramos... no hay olvido. No puede olvidar

Un último intento de respirar y luego todo negro.

1.7.11

La condena



Sólo con el mar hasta que la noche lo cubre todo de oscuridad y lo invita a perderse. Así es como esta pasa las últimas noches. Lo mira, lo siente y lo oye, aunque últimamente ya no le escucha, esta cegado, encerrado en un sólo pensamiento, el mar lo ha abandonado, lo ha engañado.

Su relación con él siempre ha sido muy cercana. El mar ha sido testigo de todos los momentos importantes de su vida. En él aprendió a nadar, a reír, a soñar. En viejas épocas, su familia hacía pequeñas mudanzas a la arena y pasaban horas tumbados bajo el Sol, para todos eran simples vacaciones, momentos para desconectar, para él eran largas conversiones interiores con el mar.

Mientras los demás jugaban con las raquetas en la arena, él se quedaba sentado cerca del lugar donde las olas rompían y lo miraba, lo escuchaba. Era una relación secreta, sabía que no podría contárselo a nadie o lo tomarían por loco. Cómo contarlo, cómo explicar que el suave sonido de las olas, el brillo, los reflejos, el horizonte en calma le traían mensajes que en su cabeza se reproducían en paisajes, sentimientos que ningún otro captaba.

Fue testigo de los años en los que la duda, la culpabilidad le corroía las entrañas. De su liberación y de su primer amor. Se pasó meses contándole justo en el momento que la tarde caía serena sobre sus aguas, lo que le gustaba de él, lo difícil que era todo y lo nervioso que se sentía porque pensaba que era correspondido.

Una tarde de fin de semana se fue con unos amigos a mermar el tiempo de descanso, entre ellos estaba ella, llevaba semanas creyendo que ella también le miraba con ojos deseosos, lo sabía porque todas las noches veía esos mismos ojos frente a los suyos, mientras pensaba en el rostro que tan nervioso lo ponía.

Recuerda que era fin de semana y habían bebido algo, no mucho. Se había apartado del grupo y como siempre, estaba sentado mirando el reflejo de la luna sobre el agua del mar, un mar oscuro, denso, que esa noche atrapaba por completo su atención, tanto, que la vio acercarse lentamente por la espalda y sentarse a su lado. Hasta que no le puso la mano sobre la suya no cayó en tan sorprendente compañía. Se miraron a los ojos y todo se apagó a su alrededor, todo fue negro, sólo ellos eran luz brillante, tan profunda que la luna se dio la espalda y se volvió oscura.

Recuerda haber visto el reflejo de aquel beso y de la unión de los cuerpos con el mar a lo lejos como testigo, un beso eterno, de los que desmoronan todos los cimientos y crean nuevos caminos, nuevos paisajes. De aquel momento se le había grabado el reflejo de los dos junto al mar y el fuego que aún hoy ardía en su corazón. Siempre el mar protagonista de todos los recuerdos.

Y por eso esta él allí hoy, sentado en la arena, con el frío y la humedad entumeciendo sus huesos. Las lágrimas cayendo una a una, lentamente por sus mejillas. Le pregunta una y otra vez, por qué se había marchado, él fue testigo de todos esos momentos de felicidad. Pensó que ella lo retendría, sin embargo lo abandonó, surcando el agua sobre un barco, sobre el mismo mar que él tanto quería.

Hace sólo semanas que estaba cerca del lugar en el que se encontraba ahora despidiendo con lágrimas en los ojos el barco que se llevaba a ella a otro lugar, lejos de su piel, de sus manos. Hace días pensó que el mar se la estaba arrebatando porque sentía celos del amor que le daba al mundo y no a él.

Esperando que el mar le de una respuesta, una explicación como antes lo hacía, pero hoy no lo mira directamente, mira el horizonte que se lo tragó perdiendo la última imagen de la persona que ama. Sabe que el mar le ha hecho suyo, que pertenece a él y por eso no es capaz de abandonarlo.

Sigue sentado, como siempre, junto al mar, en el sitio donde las olas rompen, resignado a pertenecer a su soledad eternamente.


Sólo con el mar, ahogado en él.