1.7.11

La condena



Sólo con el mar hasta que la noche lo cubre todo de oscuridad y lo invita a perderse. Así es como esta pasa las últimas noches. Lo mira, lo siente y lo oye, aunque últimamente ya no le escucha, esta cegado, encerrado en un sólo pensamiento, el mar lo ha abandonado, lo ha engañado.

Su relación con él siempre ha sido muy cercana. El mar ha sido testigo de todos los momentos importantes de su vida. En él aprendió a nadar, a reír, a soñar. En viejas épocas, su familia hacía pequeñas mudanzas a la arena y pasaban horas tumbados bajo el Sol, para todos eran simples vacaciones, momentos para desconectar, para él eran largas conversiones interiores con el mar.

Mientras los demás jugaban con las raquetas en la arena, él se quedaba sentado cerca del lugar donde las olas rompían y lo miraba, lo escuchaba. Era una relación secreta, sabía que no podría contárselo a nadie o lo tomarían por loco. Cómo contarlo, cómo explicar que el suave sonido de las olas, el brillo, los reflejos, el horizonte en calma le traían mensajes que en su cabeza se reproducían en paisajes, sentimientos que ningún otro captaba.

Fue testigo de los años en los que la duda, la culpabilidad le corroía las entrañas. De su liberación y de su primer amor. Se pasó meses contándole justo en el momento que la tarde caía serena sobre sus aguas, lo que le gustaba de él, lo difícil que era todo y lo nervioso que se sentía porque pensaba que era correspondido.

Una tarde de fin de semana se fue con unos amigos a mermar el tiempo de descanso, entre ellos estaba ella, llevaba semanas creyendo que ella también le miraba con ojos deseosos, lo sabía porque todas las noches veía esos mismos ojos frente a los suyos, mientras pensaba en el rostro que tan nervioso lo ponía.

Recuerda que era fin de semana y habían bebido algo, no mucho. Se había apartado del grupo y como siempre, estaba sentado mirando el reflejo de la luna sobre el agua del mar, un mar oscuro, denso, que esa noche atrapaba por completo su atención, tanto, que la vio acercarse lentamente por la espalda y sentarse a su lado. Hasta que no le puso la mano sobre la suya no cayó en tan sorprendente compañía. Se miraron a los ojos y todo se apagó a su alrededor, todo fue negro, sólo ellos eran luz brillante, tan profunda que la luna se dio la espalda y se volvió oscura.

Recuerda haber visto el reflejo de aquel beso y de la unión de los cuerpos con el mar a lo lejos como testigo, un beso eterno, de los que desmoronan todos los cimientos y crean nuevos caminos, nuevos paisajes. De aquel momento se le había grabado el reflejo de los dos junto al mar y el fuego que aún hoy ardía en su corazón. Siempre el mar protagonista de todos los recuerdos.

Y por eso esta él allí hoy, sentado en la arena, con el frío y la humedad entumeciendo sus huesos. Las lágrimas cayendo una a una, lentamente por sus mejillas. Le pregunta una y otra vez, por qué se había marchado, él fue testigo de todos esos momentos de felicidad. Pensó que ella lo retendría, sin embargo lo abandonó, surcando el agua sobre un barco, sobre el mismo mar que él tanto quería.

Hace sólo semanas que estaba cerca del lugar en el que se encontraba ahora despidiendo con lágrimas en los ojos el barco que se llevaba a ella a otro lugar, lejos de su piel, de sus manos. Hace días pensó que el mar se la estaba arrebatando porque sentía celos del amor que le daba al mundo y no a él.

Esperando que el mar le de una respuesta, una explicación como antes lo hacía, pero hoy no lo mira directamente, mira el horizonte que se lo tragó perdiendo la última imagen de la persona que ama. Sabe que el mar le ha hecho suyo, que pertenece a él y por eso no es capaz de abandonarlo.

Sigue sentado, como siempre, junto al mar, en el sitio donde las olas rompen, resignado a pertenecer a su soledad eternamente.


Sólo con el mar, ahogado en él.

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