Cada palabra que no dice nada distorsiona el mensaje
Esta frase la llevo grabada en mi cabeza años, es de una antigua profesora de literatura que tuve en los últimos años de liceo y de la que a título personal se convirtió en amiga y en improvisada crítica y consejera de lo que escribía.
No solo tengo esa frase guardada de ella, otras como:
No por escribir con menos palabras lo que intentas decir es más bonito, hay que utilizar las justas, cada objeto, paisaje y situación necesita de su espacio, y eso son las palabras, espacio para colocar el mundo que solo tú ves. Las palabras tienen un solo significado, es el lector el que las tiñe de otro color, lo que tú tienes que hacer es convertir cada letra en el arcoíris.
Y muchas más. Susana, así se llama, es una de esas locas maravillosas que hablan por los codos y la mayoría de las veces no dice nada. Aún recuerdo la primera clase con aquella desconocida (en ese momento lo era, y asustaba) hace ya unos buenos años.
No por escribir con menos palabras lo que intentas decir es más bonito, hay que utilizar las justas, cada objeto, paisaje y situación necesita de su espacio, y eso son las palabras, espacio para colocar el mundo que solo tú ves. Las palabras tienen un solo significado, es el lector el que las tiñe de otro color, lo que tú tienes que hacer es convertir cada letra en el arcoíris.
Y muchas más. Susana, así se llama, es una de esas locas maravillosas que hablan por los codos y la mayoría de las veces no dice nada. Aún recuerdo la primera clase con aquella desconocida (en ese momento lo era, y asustaba) hace ya unos buenos años.
Era nueva en el liceo por lo que nadie la conocía. Entró en el salón vestida con un fino vestido azul oscuro, más propio de la noche que de las nueve de la mañana. Era alta, altísima, delgada, y lucía una melena larga, que siempre llevaba suelta al comenzar la clase y al finalizar acababa recogida en un moño que improvisaba con un bolígrafo transparente, azul, siempre azul, que deshacía antes de salir por la puerta.
Se sentó retirando sus gafas de sol y alzando la voz soltó la primera frase que nos descolocó a todos:
-Si tengo que subir todos los días todas esas escaleras… coño, lo siento, pero habrá días que ni venga.
Una carcajada invadió el salón, ahora pienso que lo soltó para ganarnos, y lo logró. Parecía altiva pero no lo era, incluso parecía muy despistada, poco a poco nos dimos cuenta que con ella todo era un juego, hasta su personalidad.
Soltó su maletín morado sobre la mesa y sacó un documento manuscrito, se levantó y colgándolo en la mesa de metal dijo:
-Aquí hay una lista de 120 libros que yo considero que deben leer, no les pido que los lean todos, aunque deberían, sino que les voy a proponer un trato.
Y aquí empezó el juego.
El primer lunes de cada mes, uno por uno me entregará el libro que decide leer de la lista, la mayoría están en la biblioteca y son treinta alumnos. Se pueden poner de acuerdo para que así no tengan que gastar mucha plata. Ese mes lo leerán y al mes siguiente, el primer lunes, junto el próximo libro que vayan a leer me entregan algo escrito sobre el libro, puede ser un resumen, un comentario de texto, una crítica, etc… lo que quieran. Yo ahí me reservo mi poder que tengo y los calificaré, pero no habrá teoría, no habrá exámenes y las clases serán otra cosa que les iré enseñando. Eso sí, con esta opción la nota máxima será un dieciocho, quien quiera el 20, tendrá que hacer lo mismo cada dos semanas. Si no quieren eso, aquí tienen el programa y ya.
Acto seguido se sentó en la mesa más cercana a la primera ventana, la abrió, medio sacó la cabeza y encendió un cigarro. Nos dejó a todos petrificados, no sabíamos qué hacer, hasta que yo ajeno a los cuchicheos de la gente sobre "que bolas esta caraja fumando en clase", me levanté y fui directo a la lista de libros. Yo quería esa opción e hice algo para convencer a todos de golpe, me di la vuelta y dije:
-Hay muchos de los que ya nos hicieron leer años pasados.
El voto fue unánime, la clase de literatura de ese año sería algo sencillo, lo que no nos imaginamos era que iba a ser la mejor asignatura de aquel año y de muchos, la que todos deseábamos ir.
El primer lunes todos fuimos con el libro que íbamos a leer, digo el primer lunes porque el resto de clases de la primera semana no se pasó por clase. Yo llevaba mi copia de Crimen y Castigo, acababa de leerlo en vacaciones.
Hay libros que tienen una edad para comprenderlos en su magnitud. Solo recuerdo que en aquél primer trabajo escribí una conversación más, inventada por mí del protagonista con el policía, realmente era una basura, intentar alargar la parte del libro más brillante fue una estupidez por mi parte, pero encantó a Susana. A la mañana siguiente de entregar mi trabajo me hizo llamar aparte y comenzó a hablar, tanto, que se me fue el resto de la mañana hablando con ella.
Así era ella, no entendía de normas, solo de historias, y allí junto a ella descubrí que así quería hablar yo. Saltaba de un libro a otro, parecía que viviese metida en cada uno de ellos, sus manos, su boca, sus ojos eran una página diferente, se iluminaba, gritaba, se levantaba, reía, era pura pasión, en mi vida volví a conocer persona que hablara con tan enorme devoción por los libros.
En aquella conversación, casi monólogo, es cuando oí por primera vez las frases que arriba les cito, hablaba y hablaba y en aquel momento no comprendía por qué, hasta que de un golpe en la mesa se paró en seco, de pie, tras la mesa, mirándome a los ojos y me dijo en un tono serio que me asustó:
-Pero… ¿comprendes por qué te digo todo esto?
-Pero… ¿comprendes por qué te digo todo esto?
Yo respondí casi titubeando:
-Sí, que lea, ¿no?
Y entre una sonrisa que se esforzaba por esconder me dijo:
-Lee para vivir, lee para escribir, escribe para vivir, pero hazlo sin palabras.
Y así me dejó, sin palabras, en aquel momento no comprendí qué quiso decirme. Fue en los meses siguientes en los que yo le entregaba los libros que había leído, los cuentos, relatos, pequeños escritos que había hecho, debatíamos, me aconsejaba, me gritaba y criticaba muy duramente, si tenía que decir: “Esto es una mierda” no lo maquillaba, lo gritaba a los cuatro vientos, pero a mí me divertía, me servía.
Esa relación llega hasta hoy en día, sigue gritándome, sigue rompiendo las hojas de cosas que escribo, sigue llamándome “tú, el de Crimen y castigo”.
Les cuento esta historia real de mi vida no para decir que por ella escribo, ya lo hacía mucho antes, sino para rescatar aquella frase que en un principio no entendí y que ahora entiendo:
Escribe sin palabras.
Eso es lo que intento, olvidar las palabras y escribir sentimientos, cada sustantivo, cada artículo, cada verbo tiene que llevar inmerso una voz, un gesto, un deseo, un rostro. Olvidar las letras, ellas no dicen nada, convertirlas en realidad en la cabeza del que lee. Eso intento y eso quiero explicar.
Este blog ya creo que cumplió su ciclo de vida y este será el último post que escribo con la regularidad que llevo haciéndolo desde hace días. Aunque ya no cumple (o eso creo) con su subliminal fin último, no puedo negar que me ha servido de entrenamiento para conseguir una disciplina que había perdido. Un día me dijo una amiga
“¿Quién te dijo a ti que por ser un relato para un blog no debías dejar la piel? Es lo que lo distingue de los cientos de blogs”
Y ahí está el problema, cuando escribo un relato lo sigo teniendo días en la cabeza, le doy vueltas, lo reviso, pienso si de otra forma sería mejor.… cosas que me quitan mucho tiempo.
No es una despedida, estoy seguro que alguna vez publicaré algo, segurísimo, pero por el momento lo dejo suspendido, también él y ella deben descansar.
Gracias a los pocos que lo siguieron, a todos los que alguna vez leyeron o echaron un simple vistazo, gracias a quien inspiró todo esto. Gracias a ustedes volví a tener confianza y lo que es evidente, volví a escribir. Mis letras siempre serán suyas...
¡Gracias, La Gerencia!