Vida:
Nuevamente, y como si un protocolo obligado se tratara, vuelvo a escribirte con la misma sinceridad de la vez anterior. De más está decirte que ha iniciado una nueva semana, hace mucho más frio que la semana pasada, tanto que ya se hizo necesario desempolvar las chaquetas que no uso nunca. Te diré que, en estos últimos meses en los días que tengo por laborables, es decir, los que van de lunes a viernes –sin contar las guardias-, me levanto sumamente tarde con la resaca efervescente de tanto pensar, imaginar y soñar hasta la última médula. Acto seguido, y sin pasar por el baño, voy descalzo, directo y sin escala, directamente a la cocina para servirme el café, que acompaño con el primer cigarrillo del día; enciendo el televisor y me vuelvo a tumbar en la cama, tratando de hacer el mayor caso omiso al desastre de la madrugada, pidiéndole a gritos a la modorra que salga de mi cuerpo para poder arreglarme, vestirme e ir a trabajar.
Reconozco en esta mecánica –y nociva, e insalubre- actitud, que soy un desastre en eso de hacer vida sin más compañía que los pensamientos que me acompañan a todos lados. No sé, y esto es una confesión que te hago, si algún día aprenderé a vivir sin ellos, y más cuando han sido una constante para mí existir a lo largo de todos estos años. Entiendo que no puede un ser humano vivir sempiternamente pensando, sino que es más obligatorio el actuar, con miras a que el futuro sea algo más tangible. Muchas de mis obras, lo confieso, por el simple hecho de alimentarse de pensamientos, me han conducido a saborear la agridulce sensación de períodos de luz, y otros tantos de imposibilidad, en mi incipiente oficio de escritor que nunca sabré si lo seré de verdad. Aún así, es mi deseo que, a partir de lo dicho, todo comience a ser distinto, diferente.
Estoy poniendo empeño en irme distanciando de todo ello, marcándome como tarea primaria el cambiar de estilo literario; razón por la cual ya he guardado, en el baúl de esos mismos recuerdos, la pluma que escribía con la tinta del ayer experimentando desde hace unos días para acá, al hacer uso de ella, que en cada uno de sus trazos hay una vida nueva. Y tanto, que el libro en el que llevo trabajando hace más de un año, ha dado un giro desde tu llegada y desde ese cambiar de pluma. Ahora mi entusiasmo por terminarlo es mucho mayor a cuando empecé.
Después de mucho pensar, y gracias a la decisión de navegar a contra corriente en esto de escribir sin sentirme sujeto a nada ni a nadie sino únicamente guiado por el espíritu de libertad impregnado en esa pluma, he logrado desarrollar nuevas ideas para escribir de las que quizá, salga un nuevo libro de cuentos, una novela, o quizá nada; pero que atesoraré con muchísimo tesoro.
Una de las ideas que me ha seguido rondando por la cabeza es esa del Tren de los Sueños que te conté en la carta anterior. He estado imaginando escenas de cómo podría ser una posible secuencia literaria. Me atreveré a contártela con derecho a que la critiques: En esa escena, nos encontramos en el andén del Tren de los Sueños. Te digo que ya tengo el equipaje hecho y dos boletos, uno para mí y otro tuyo. Tú me dices Recuerda que debemos ser pacientes con lo que el destino nos tiene marcado. Aún nos toca esperar. Y sin dejar de sonreír, con total soltura, me animaste a seguir expectante, como tiempo de prueba, para el fortalecimiento de este sobrenatural amor que nos une de manera extraña a través del vínculo de los sueños. El tren está por llegar, sube como lo sueles hacer, al último vagón y no por ello me apartes de tu corazón.
Quise hablarte con prontitud y lo impediste, llevando tu mano derecha a mis labios mientras intentabas hacerme entender que ese era mi momento.
-Si pierdes el tren, el hechizo que rodea nuestras vidas se romperá de inmediato y nunca más volveremos a vernos, diciéndome a continuación aquello que en anteriores oportunidades no recordaba haber escuchado de tus labios pero que bien conocía a través del brillo de tu mirada. ¡Te adoro tanto como tú me adoras a mí!
Entonces el tren entró en la estación con su bruma invernal. Y, aunque no era mi deseo separarme de ti, hice caso a tus palabras y me apresuré a subir al último vagón, llevando la idea final de ocupar la última butaca que me señalaba mi boleto de viaje.
Porque ese era mi mayor deseo en el momento, volví la vista atrás antes de acceder al vagón por la puerta cercana para volver a mirarte una vez más, y llevarte así conmigo. ¡Eres de los que siempre se salen con la suya!
Habiéndote escuchado con total claridad, a pesar del murmullo y de los gritos de algunos pasajeros, quise volver atrás para despedirme de ti formalmente y como suelen hacerlo las personas que se quieren, pero la gente con sus brisas y empujones me obligaron a subir al tren. Lo demás lo puse yo, para enseguida buscar el número de la butaca, corriendo con la suerte de que quedaba en ventana y del lado mismo del andén. Tu mirada y la mía se cruzaron en la distancia, y terminamos por decirnos lo que nos quedaba por decir, sin necesidad para ello de usar palabras.
El tren inició su marcha y todo volvió a ser como siempre ha sido: el más hermoso y singular de los sueños, fruto de la necesidad de querer y de ser querido en la plenitud de la libertad y pureza total; esa, la que muchos seres humanos no llegan nunca a alcanzar porque no son consecuentes con sus sueños.
Es cierto que la tristeza viajó conmigo en todo el camino porque una vez más, como tantos fines de semana, no se dio el encuentro real de ambos en la estación final de los encuentros, donde el destino tiene reservado para nosotros el encuentro final. Mi llegada a la próxima estación estuvo marcada por la decisión primera de entregarme a caminar por sus calles con total libertad para luego, preso de la impaciencia, volver a casa para abandonarme al frío de la noche, como siempre suelo hacer, para sentarme a contemplar el horizonte, encender un cigarrillo y entregarme en cuerpo y alma a pensar durante horas, por aquello de no tener otra cosa que hacer. Allí, dadas las circunstancias del momento, empecé a sentirme invadido por tu presencia siendo entonces cuando, casi sin percibirlo, me quedé profundamente dormido para volver atrás en el tiempo y tener contigo otro encuentro maravilloso antes de que subiéramos juntos al tren de los sueños tenidos.
Tengo que decirte lo bien que me sentí al despertar con las primeras horas del alba, para luego asearme y desayunar como Dios manda, ponerme activo para hacer las cosas del día con miras a siempre regresar, en la espera de otro fin de semana en el que, por tener, ya tengo todo hecho. Inclusive esta nueva carta, de la cual sólo me queda guardar en mi computador y colgarla en este blog, para salir a toda carrera a la estación de trenes para seguir en el viaje que me llevará al definitivo encuentro contigo.
Queriéndote siempre más que ayer y menos que mañana, aún cuando no esté cerca la fecha indicada para nuestro reencuentro, me despido…lleno de tu presencia.
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