Vida:
Vuelve a ser fin de semana, pero un fin de semana distinto a los anteriores. Ya asoma su cabeza la antesala de otra agitada semana con su rutina de todos los días y, aunque he estado de cabeza con la guardia laboral, sabes que siempre logro de alguna manera ausentarme de tanta locura desmedida y entregarme a meditar –o a desvariar- sobre el sentido de la vida. Cosa hermosa ésta, porque he empezado partiendo de Dios; concluyendo luego, y de manera inevitable, en esa única verdad a la que el ser humano le ha quitado casi la totalidad de su valía: El amor.
¿Sabes? Siempre he defendido que el amor, como sentimiento que es, es fruto de su presencia en el corazón de todo ser humano. Hay gente que no está de acuerdo con ello, y yo se lo respeto pero, por mucho que he pensado en esa verdad inconmesurable, siempre que parto de la idea primaria, Dios, todas y cada una de las consideraciones que la encausan me llevan siempre a un argumento que tira por tierra cualquier otro que surja como respuesta contraria: que el amor tiene que ser –y que me perdonen los puristas- una manifestación o una forma de la existencia de Dios que, sin el ser humano merecérselo, le otorga a éste la oportunidad, en el transcurrir de sus días, participe en el otro y disfrute el cómo sabe la felicidad.
¿Quién ha dicho que el amor puede hacerte infeliz?
Si hay alguien que no solamente lo ha dicho, sino que lo sostiene y hasta lo defiende, está en el más grave de los errores ya que el amor, cuando es de por sí amor auténtico, nos conduce, por causa y efecto, aunque a veces en formas extrañas o que no se ajustan a lo que esperamos, al disfrute de la felicidad. Por amor no se sufre ni se padece, sino se vive y se participa totalmente de la plenitud de la vida. Y es que lo uno es consecuencia del otro.
Hermosa consideración todo esto, y una motivación más, para vivir con total libertad aquello que tanto se anhela o se desea, amar mas allá de los límites, teniendo presente que es más importante dar que recibir, pues el amor es darse, entregarse; pero sin esperar recibir nada a cambio, salvo lo justo.
Como lo puedes ver, en lo que mi vida respecta, no hay momento en el que no ocupe mi mente pensar.
Aún tengo en el recuerdo aquella vez que, durante una conversación tenida en uno de nuestros extraños encuentros, me dijiste:
-"
Y yo, que en condiciones normales tal sentencia pasaría por el filtro de mi subestimación e incredulidad, no pude sentir otra cosa menos que la necesidad de sonreir ampliamente. Respondí ante ello que eras (y eres) tú la musa que me hacía escribir, y que paso noches en vela entre cuadernos y borradores pensando qué escribirte en las próximas oportunidades.
-"Pero tienes que dormir", me dijiste
Y te dije que no me daba sueño. Y qué también en esas noches me ocupo de pensar
-"¿Y en qué tanto piensas?"
Pienso en ti. De eso estoy más que seguro. Y es ese pensamiento el que pone alguna claridad en mis palabras. Eso es porque, misteriosamente y aunque tú no lo hagas, yo sueño contigo siempre. Tanto, que a veces me ha dado por pensar que vivimos en épocas diferentes, aunque estemos en presencia en tiempo y espacio. Pero te digo que en nada me es incómodo esto. Sueño contigo como parte de la manifestación de este amor que, de manera sobrenatural y extraña –como te dije en la carta anterior- nos une y nos mantiene aún en la distancia, aunque no sea ese el deseo.
Es por eso que puedo decirte con total propiedad, y para tu conocimiento, que no duermo desde aquella oportunidad en que, emergiendo de la noche de mi vida, hiciste acto de presencia para encontrarnos por primera vez en aquel lugar mantenido en el recuerdo. A partir de ese momento dejé de dormir de verdad para asistir cada noche a tu encuentro, y siempre en lugares tenidos por diferentes, hasta que en su momento nos encontremos en ese anden al que en sueños siempre acudo con la esperanza de que nos subamos juntos en ese tren que nos espera a expensas de la realidad.
¡Qué difíciles se me hacen los días en la espera de nuestro encuentro!
Si las barreras del tiempo, el espacio y las circunstancias no limitan ni acondicionan nuestros encuentros y sentimientos, es imposible que mi vida de hoy sea empañada por la tristeza. Muestra de ello, de alguna forma, son estos escritos que, torpemente pero con mucho entusiasmo, hago para ti.
Esto en lo que trabajo es totalmente diferente –y aquí señalo a los que puedan leer esto- Pienso que si se toman en serio su contenido se darán cuenta que es imposible vivir para ser feliz si no somos capaces de transmitir amor en cada uno de nuestros actos.
Lo sé, claro que lo sé; y gracias por recordármelo de nuevo. Debo darme prisa. Pero es que tengo tanta necesidad de escribirte que paso por alto que el reloj siempre juega en mi contra y mucho más cuando comienzo a entrar en las edades en las que no hay que perder tiempo en nada, para no perder aquello que la vida nos tiene ofrecido: ser felices, abandonándonos por completo a la voluntad de los deseos cuando éstos, al igual que brasa que no se extingue, alimentan y dan calor a nuestro existir.
Y ya que hablé de Dios… A él le doy gracias por tu existir.
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