19.8.10

A lo pasado…

Confieso irredentamente que en mí sucedió lo que desde hace mucho tiempo esperé que me sucediera: mis criterios de selección de pareja se fueron -derechito y sin escalas- al mismísimo diablo. Se desbarataron todos, uno por uno. Se hicieron papilla en mis narices. No obstante, para este post, trataré de continuar el ejercicio de escribir como soltero cauteloso y cuadriculado, aunque realmente mi plexo solar esté echando chispas.

Supongo –y digo supongo- que uno fija sus requerimientos de búsqueda de pareja sobre la base de la experiencia, tratando de no extraviarse y repetir los escollos de antes. También supongo que todas las exigencias personales de cada individuo sirven de muy poquito pues, como se sabe, el amor tiene la magnífica facultad de hipnotizarnos y hacernos tropezar -como a Julio Iglesias- con la misma condenada piedra. Si no, pregúntense ¿Quién no ha vuelto a la escena del crimen para reincidir en un delito que sí cometió y que está dispuesto a cometer otra vez?

Pero, y es el centro de esto, de todos los criterios hay uno que puede ser realmente discriminante: El pasado. Cuando conoces a una persona interesante, tarde o temprano, te carcomen inquietudes acerca de su pasado. Crees lo que él o ella te dice, sí, pero igual quieres saber algunos detalles que han sido ágilmente omitidos. Quieres revisar su historia clínica para saber qué tan saludable se encuentra. Quieres chequear su currículo sentimental. Inspeccionar su hoja de vida y hasta verificar su récord de conducta. Todo bajo el manto del temor de que seas tú quien salga perdiendo.

Dirán ustedes que lo anterior es lo justo. Y es comprensible, pues ¿Cómo pensar en un futuro compartido si no husmeamos un poco en ciertos antiguos cajones cerrados? Si, es muy distinto ser el tercer enamorado de una chica que ser el vigésimo sexto. O, para ellas, es ciertamente revelador enterarse, por ejemplo, de que el chamo que quiere ser tu novio les puso los cuernos a todos y cada uno de sus anteriores novias. O que tal si esa niña linda que te gusta descubres que le llaman “La Foto carnet” –por eso de que se entrega a los cinco minutos- ¿estarías con ella igual?; o para ti mujer, si descubres que el muchacho bello y de excelente porte que te hace temblar es todo un patán, celópata obsesivo y machista redomado, ¿accederías a estar con él?.

A veces es mejor no saber y mucho mejor no preguntar nada. Pero cómo esperar que el o ella sea del todo transparente contigo si tú mismo sueles censurar cierta información de tu pasado tormentoso para no dañar la impresión que puedan llevarse de ti. Para muchos, hay secretos que es legítimo mantener bajo siete llaves. Yo pregunto, ¿hasta cuándo? Creo que lo más sabio –aunque aún para mi es todo un ejercicio fallido- es preguntar lo justo… en el momento justo.

Pero, con no poco temor, pregunto a quién me haya brindado la gracia de llegar hasta aquí en su lectura: ¿Tenemos derecho de acceder a los expedientes secretos de la persona que nos interesa?

Seguramente los puristas me dirán que no; que cuando uno inicia una relación se impone el “borrón y cuenta nueva”; que la confianza debe ser ciega y total, porque, además, “lo que no fue en tu año no te hace daño”. Para otros, los antecedentes pueden ser indicadores altamente demostrativos, ya que el pasado –objetivamente válido también- encierra algunos datos y patrones que sí podrían tomarse en cuenta al momento de iniciar una relación. “Dime quién fuiste y te diré quién me gustaría que seas”, podría ser un refrán que se ajuste a esta circunstancia.

Otros casos de discriminación son los hijos que, sin duda alguna, son una indeleble huella del pasado de la madre o del padre, un factor que la ligará para siempre con otros actores: el padre, la madre o los abuelos del niño. Otro que también sucede es cuando te vuelves a enganchar con una pareja con la que ya estuviste. Ahí tú mismo te conviertes en parte del pasado de ella o él. Entonces, cómo actuar. ¿Todo el tiempo que pasó entre que terminaron y regresaron debería importarte? ¿Deberías saber qué ocurrió durante esos meses o años en que no se vieron? ¿Conocer ese pasado es un acto de justicia o es puro masoquismo?

Creo que de este tema se podría escribir más preguntas que respuestas. En mi caso particular, a mi no me incomodan los hijos -al contrario, son bendiciones adicionales- y mi convicción es, que cuando sientes algo por alguien, el pasado no debería ser una carga sino un alimento. Porque, si te enamoraste de Ella o Él, te enamoras de todo lo que implica. Como decía en un post anterior, su pasado, sus vivencias y su experiencia es lo que hace que alguien sea alguien. Lo demás es lo que se siente… y eso es otra historia. Y eso sí es una pregunta justa.

Este es mi último criterio. Si alguien lo quiere hacer, espero me ilustre

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