1.8.10

Una voz literaria


Tu silencio habita el mío
Y en alguna parte de mi cuerpo habitó un trozo de tu olor

Bebe. "Tu Silencio".

Camino a una pesada guardia dominical, en la impasividad dominical del Metro, pensaba en los próximos escritos y conjugaba alguna metáfora que podría ser utilizable: "Caminaba por la calle con la seguridad y el alivio de aquellos a quienes se les ha destapado la nariz después de cuatro meses". Me pareció graciosa la frase, más que nada porque en la metáfora misma había una pequeña historia escondida: la del estado de una persona que anda toda una época con la nariz tapada y de un día para el otro, le vuelve el aire a los pulmones y va a caminar por la avenida sacando el pecho.

Y me dije que lo que esa metáfora tenía de bueno era una generalización poco corriente de un estadio que en estos meses se ha hecho poco habitual. Y en ese sentido, traté de hacer ejercicios metafóricos con escenarios más recurrentes en mí en estos últimos meses. Y decía para mis adentros. “ Y se asustó tanto que puso ese gesto que usan las personas cuando se zambullen en una piscina con los ojos abiertos y descubren en el fondo, atadas con correas, a sus madres ahogadas desde hace días".

Sonreía disimuladamente en el asiento azul –no, no había ni personas discapacitadas, ni adultos mayores ni damas embarazadas-, tratando de engañarme diciendo que estoy afinando mucho más el uso de mis técnicas literarias, pensando que con eso voy a hacer un cuento absurdo en el que insertaría uno de estos recursos cada dos o tres renglones. En ese momento, una voz se apresuró a soplarme al oído:

-No, negrito... La escritura se agota en un párrafo si no guarda una mínima intensión.
La voz interna que me interrumpía me pareció sabia, y quise seguir oyéndola. Continuó:
-Es todo un trabajo hacer que un buen escrito salga de una idea poco formal, pero en tu caso, aún tienes muchas cosas que decir como para perder el tiempo de esa forma

Me quedé pensativo y confuso, igual que esas mujeres que salen con dos y tres hombres y a los nueve meses no saben quién pueda ser el padre de su hijo. Le pregunté a esa voz interna:

-¿Y las metáforas?¿No las puedo usar para contar historias?

La voz encendió un cigarrillo -sí, dentro del Metro- y me miró fijamente:

-Puedes utilizar lo que quieras, siempre y cuando sea con intencionalidad. Estás por ahora condenado a escribirme. Lo necesitas, porque te hago falta… hazlo con devoción, hazlo con naturalidad y picardía, recordando lo hermoso, como si estuvieses recibiendo una postal diciendo que, después de tanto tiempo, no he olvidado aquella vez primigenia en la que hicimos el amor con tanta curiosidad y desenfado, retándonos el uno al otro de forma amnésica.

Miré a mi voz interna con asombro, puesto que ella ya estaba enseñándome cómo usar el recurso de las metáforas antes de que yo mismo empezara a practicar.

-¿Cómo me jodes así?—le dije—, estás usando el recurso mucho antes que yo.
La voz sonrió, me picó el ojo y meneó la cabeza.

-¿No te das cuenta? —me dijo, fraternalmente— Si tu voz interna, que vendría ser yo, está usando tu recurso, es porque lo has internalizado y ya no forma parte de tu costado conceptual: ha encarnado en ti y es algo inherente a tu subconsciencia. Úsalo, siéntate y escríbeme como tu quieras

Dicho lo cual, la voz interna se bajó en la estación de Plaza Venezuela, igual que esos pasajeros que perciben que el aire acondicionado del vagón se dañó. Y me quedé absorto pensando: ¿Cómo dejar de escribirte?

No hay comentarios:

Publicar un comentario