7.9.10

Nunca me arrepentiré


¿Quién, en algún momento por pequeño que sea, no ha sentido que ha estado haciendo el ridículo en su legítimo propósito de enamorar o retener a alguien? ¿Quién no ha protagonizado, siquiera una vez, un episodio sentimental entre cómico, patético y absurdo? Todos tenemos memorizada nuestra propia colección de tonterías. Todos sabemos muy internamente de qué pendejadas conviene arrepentirse.

Sin embargo, en mi caso, debo confesar que esas tonterías son la forma en la cual habla mi plexo solar. Y nunca me ha gustado coartarle su libertad de expresión. Quizá hayan podido ser fastidiosas o fuera de lugar en muchas ocasiones –ofrezco disculpas si así fuere- pero es mi naturaleza impulsiva y mal portada. Pero no me arrepentiría de ninguna, y hoy intentaré matar el tiempo examinándolas, proyectándolas en mi cabeza como si fuera una película muda, en cámara lenta; cuadro por cuadro. Cierro los ojos, la película avanza en el ecran ficticio de mi cerebro y ahí estoy yo –siempre tan apresurado, tan kamikaze– sufriendo los estragos de mis más geniales estropicios amorosos.

No me arrepentiré nunca, por ejemplo, de haber abierto mi bocota para decir ‘te quiero, te adoro, te amo’ tan repetida e indiscriminadamente. No sé si será mejor dosificar esa expresión, ya el futuro me lo dirá pues, como dice García Márquez, la sabiduría llega cuando ya no nos sirve para nada. No me arrepentiré nunca de intentar –aunque de forma fallida- ser el enamorado perfecto, el chico Fisher Price que busca a su chica Hello Kitty. No me arrepentiré nunca de haber escrito semejantes desvaríos literarios –este blog es ejemplo de ello- y, en mis noches de soledad, haber compuesto, cantado, grabado y masterizado baladas francamente horrendas. No me arrepentiré nunca de mis celos. De sentirme un espía que espera el mejor momento para el ataque.

No me arrepentiré nunca de llenarte de escritos, de dejarte mensajes, de querer regalarte botellas de vino, de comprar películas fresa esperando verlas contigo, de haberme aprendido de memoria varios temas de Montaner (Dios, lo dije), de escribir miles de poemas, más de los estrictamente necesarios, de querer aprender a cocinar, cuando bien sé que soy un desastre delante de las ollas, las hornillas y las tablas de picar. No me arrepentiré de siempre buscar una forma de impresionarla, aunque a veces sienta que es una causa perdida. Ni de obsesionarme con tu presencia y querer forzar al destino a que juegue, aunque sea un rato, a mi favor.

Finalmente, nunca me arrepentiré de no arrepentirme, y sospecho que hay algo inútil detrás de estos 3.234 caracteres con espacios, según las leyes del inefable Word. Porque sé que mi naturaleza me hará repetirme, volver a embarrarla y regresar. Si hay alguna lección que aprender, nunca lo haré porque estoy realmente enamorado. Y quizá me castigue con grandilocuencia diciendo “pero cómo pude ser tan idiota de hacer eso”, pero en el fondo ya sé que, tarde o temprano, me envolveré en celofán y me pondré de encomienda a tu puerta una y otra vez, aunque el flete salga equivocado. Mi naturaleza así me lo demandará. Porque arrepentirse jamás será un mecanismo para expiar una culpa, sino una manera, divina por demás, de volver a equivocarse.

Te extraño

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