23.12.10

De vuelta y vuelta

Muchas cosas pasaron por mi cabeza en este mes de ausencia de este espacio...

En este viaje, y por tener tiempo de sobra para entregarme a la tarea de pensar, entré a detallar, sin habérmelo propuesto de manera deliberada, que sumaban muchos fines de semana durante el año en que hacía esta rutina de largos viajes sin mayor compañía que mi música, mis cigarrillos y mi pensamiento en usted, que hizo halos de luz en la silla vacía del acompañante. Unos días lo hice con mucha alegría, otras enojado, y alguno más con el agotamiento a cuestas, a causa de esas largas jornadas de trastocamiento intelectual para las que nunca, en lo personal, tuve otro momento de descanso que no fuera el detenerme a tomar un café, pero, a decir verdad, siempre motivado por la ilusión de saber que, al llegar a mi destino, podría descansar y evocarle, costumbre sempiterna de mis días.

En el ambiente nada me era extraño. Yo, como otras tantas veces, formaba parte de aquel espacio hecho en la nada, donde la carretera es la reinante, el punto de conexión con destino a uno u otro lugar.

La gélida corriente del pasado mes obligaba a cerrarse la chaqueta hasta lo más alto del cierre y ajustar la gorra a la cabeza, con miras a evitar la congelación de las ideas; sin pasar por alto en ello, que las manos debían ser mantenidas a buen resguardo, bajo el tejido térmico de unos guantes de lana que, en su labor, bien servían para evitar que ámbas quedaran a merced de las tempraturas reinantes.

Fue un mes para no reparar en el tiempo y entregarse en pensamiento de usted. Tiempos para detenerse en algún paraje y perder la vista en la inmensidad, para así aplacar, de manera entretenida, la ansiedad que me embargaba, para finalmente, y después de madurar internamente la idea -y forzado por una llovizna con visos de granizo-, decidír continuar el viaje. Fueron tiempos para brindar por usted, estirando mi mano derecha para tomar la botella de brandy que decidía llevar para aplacar un poco el frío y calentar los pensamientos, dandome cuenta que tengo un leve pero prolongado dolor en las muñecas, pero que ya me estoy acostumbrando al mismo con el pasar de los días. Unas veces el dolor se hace sentir más, y otros menos; pero se ha mantenido allí, recordándome de alguna manera que nosotros, los seres humanos, estamos hechos de un material tan semejante al usado por el alfarero en la confección de cada una de sus artesanales piezas.

Igual, y por servirme de la comparación, pasa con el amor sentimiento: hermoso todo él en su existir, pero extremadamente frágil por causa de la debilidad de la estructura que lo alberga. Y es que, si no cuidamos de él, y le atendemos como bien se merece, termina fragmentándose, haciendo desde luego más dificil su recomposición. Muchas veces lo pensé en ausencia.

Fueron días para recrear en mi mirada todo lo que pasaba a mi alrrededor, y para poner a volar la imaginación con el interés de mantener activos mis pensamientos. Los mismos que, con su nombre y apellido, salieron desde el primer día.

Ya de vuelta a la realidad, algo más que sorprendido, pude notar que varios espectros se han colado en la estación . Así, sin haberlo pretendido, los recuerdos volvieron a mi mente de una forma vertiginosa. Lo confieso, he sentido algo de incertudumbre y dudas, pero resuelvo no entrar en un conjunto de absurdas contradicciones, que no conducen a nada en particular. Gracias a esa decisión, las imágenes se volvieron a hacer presentes con toda claridad, dando paso a una serie de secuencias que, sumadas una tras otra, sirvieron para alimentar de fuego lo que siempre me ha resultado familiar:

Y es por eso que estoy nuevamente escribiendo…

Creo que a nosotros, simples mortales de carne y hueso, Dios nos ha ofrecido la grandeza de los sentimientos para concebirnos la eternidad, de alguna manera. Todos, porque así fue considerado en su momento, estamos amasados por el mismo barro de vida, moldeados con las mismas manos y creados para ser felices, aunque muchas personas, en estos tiempos de hoy, no han llegado a entenderlo de tan peculiar manera.

Y lo confirmo, pues usted se me hizo eterna…

A mi mente, pensando en todo ello, acudieron imágenes de situaciones pasadas. Éstas, sin ser su intensión, me aclaran de alguna manera los tiempos que van a venir.

Por ahora miro al gran ventanal y rindo nuevamente tributo al paisaje que no me es extraño. Lo que siento por usted. Amen que, tantos días sin escribir, me han parecido toda una eternidad. Hasta creo que he perdido la práctica, que creo deber recuperarla. Dejaré, sin prisa y sin pausa, que los espectros pasen delante de mí en su andar. Total, y cómo ya lo sabía desde hace muy buen tiempo, cada cosa tiene su lugar debajo del sol.

Mis letras no quieren alejarse de ti. Espero, como hijas que vuelven a su hogar, sean bien recibidas

18.12.10

La última epístola: Carta Novena

Vida

Este invierno, llamado de forma intencionada por el destino para servir como testigo en nuestro posible encuentro en el anden de las ilusiones compartidas, está próximo a recibir la despedida de este año, aún cuando éste no es aún conocedor de la luz de un nuevo día. La madrugada, nacida toda ella de la locura de mi pensamiento de tí, es testigo presencial de esta carta, la última de este ejercicio epistolar que hoy llega a su fin, retirándose a la toma de nuevos aires, o a su sepulcro cerrando este blog.

A diferencia de madrugadas anteriores, debo confesarte que hay en mi algo de melancolía por tener que cerrar este ejercicio, pero a la vez feliz porque la liberación de todas estas cosas que en mi se anudaban y que, aunque sea de esta manera, ya se hacen palabra viva, quedándo como referentes de un sentimiento presente.

Ahora, para que esa felicidad adquiera categoría de plenitud, sólo queda que, finalmente, podamos unir nuestras manos para subir a ese último vagón del Tren de los Sueños donde han estado reservados esos dos asientos vacíos para nosotros.

Debo confesarte que siento un trance tal que espanta al sueño, un Delirium Tremens que agudiza los sentimientos y que sirve de impulso inductor al cierre de este ejercicio, proyectando quizá, de manera determinada, darle paso a otra historia, quizá más triste, quizá más hermosa y expresiva.

El café y el entusiasmo han sido mis dos mejores aliados a lo largo de tan motivadora jornada nocturna. Asentadas, como ya es costumbre en mí, están en un cuaderno todas estas cartas que llegan a su ciclo final. Aún no conozco cuál será el destino de ese cuaderno. Quizá vaya a buscar un puesto en el despiadado mundo editorial, pero a donde sí sé que irá con seguridad es a tus manos, en sus propios manuscritos a puño y letra; tomando en cuenta que, por ser la persona motivo para escribirlas, van dedicados entera y eternamente a ti.

¡Mi corazón se desborda y mi alma se regocija en ella!

Mis cosas están todas ya recogidas. Y mi maleta de los sueños pesa mucho más que las veces anteriores. Algo me dice que todo será diferente y que, finalmente, podremos fundirnos en ese abrazo largo, prolongado y anhelado, llegado el momento de nuestro encuentro. O por lo menos así lo deseo.

No tengo la menor duda de que todo será igual a como ya lo hemos vivido en el mundo de los sueños. Tu estarás allí, junto a la mesa a media luz, vestida con esa blusa que te hace ver tan elegante. En tu rostro habrá esa sonrisa tantas veces bendecida por mi al hablar de los sueños puestos en común. Tu cabello suelto, declarado libre, jugando en el aire que lo engalana, entrará en perfecta combinación con el brillo sensual, pero a a vez tierno y amoroso de tu mirada; esa arma que siempre haz usado para descubirme, entre las muchas personas que, al igual que nosotros, estan llamadas a subir al expreso, en ruta a pisar los rieles del destino.

Moviéndome entre la gente, yo caminaré a tu encuentro sin entretenerme en nada ni en nadie, y llevando los nervios de siempre y el miedo de que, por torpeza mía de última hora, pueda perder el tren al que tanto he anhelado subir en tu compañía desde hace mucho tiempo.

Miro el reloj que tengo sobre la mesa en la que habitualmente trabajo, y le pido entonces al tiempo que apure el movimiento de sus manecillas para ver llegar la hora en la que debo partir, aún cuando falta por darme una relajante ducha y vestir como tengo pensado para que, con facilidad, puedas reconocerme al ver que camino hacia ti.

Sonrío y digo para mis adentros. ¡Que facinante es soñar con una cita de pasión vivida a plenitud al abrigo de un tiempo libre de toda atadura en orden a lo natural!

A causa de todo ello, me animo a no olvidar nada de lo que aún me queda por hacer; es por eso que doy un repaso a la lista de cosas pendientes.

Como te comentaba al inicio, será el nuevo año, cargado de tu influencia, quien diga si daré inicio a un nuevo ejercicio, sintiéndome arropado por tu compañía y teniendo la recta intención de darle nueva vida a la tinta que nutre mi pluma, para que sea ella, en libertad, la que inicie su nueva andadura quijotesca al amparo de las noches y madrugadas de mis días, con miras a la mejor y más hermosa de las puestas de sol, que me permita, siendo tan poca cosa como soy, y como tantas veces lo he deseado en el alma, al paso de una noche vivida sobre la cabalgadura de las letras y las palabras, ver la llegada de ese amanecer tenido por esperado en el que siempre, contando con tu compañía, me acerque al estrado donde he de recibir un Nobel en su boca por garabatear sobre el papel y el teclado.

¿Qué impotancia tiene llegar a disfrutar ardientemente de la viva fragancia de una rosa ofrecida por la vida, si antes no hemos experimentado en el alma esa terrible sensación de dolor vivida en mortal agonía al habernos herido, una y mil veces, con la arista siempre punzante de una misma espina?

Ahora es el momento de recoger mis maletas, pidiendo como un mantra, a lo más divino, que nuestras vidas puedan unirse más allá de la frontera de los sueños. Sólo espero, y es éste el temor que me asalta y se va conmigo en mi equipaje, no estar equivocado; pues para mí sería muy doloroso el que hoy, después de tanta alegria tenida en alza, nada ocurra como debe ocurrir y, una vez más, al igual que muchos tiempos anteriores, tenga que regresar al ocaso donde siempre me oculté, en la frontera de la última hora de la tarde y la primera de la penumbra, con el corazón roto en mil pedazos, por causa de no haber podido subir contigo al último vagón del Tren de los Sueños.

Aún así, graba para el resto de tu vida que, aúnque ésto sucediera, y amándote como siempre te he amado, siempre estaré en una banqueta cercana, para correr a tu encuentro.

No quiero un último trago contigo.

¡Te adoro!

Carta Octava

Vida

Hoy la ciudad me ha brindado desde el balcón un atardecer taciturno vistiendo el disfraz de un otoño tenido por inesperado. Como sabes, me gusta ver llover, y por ende disfruto de estos atardeceres con la misma pasividad con la que el tiempo se antoja de marcar el ritmo de las horas y los días.

Así, contemplando el cielo desde la ventana de este apacible y generoso lugar que tengo como estancia de trabajo me entrego a pensar que, los sentimientos en sí, cuando verdaderamente están revestidos de pureza y eternidad, guardan un parecido total con el tiempo climático a lo largo de su transcurrir por el corazón de todo ser humano. De ello no me queda la menor duda. Se calienta en los tiempos calurosos, se hace apasible cuando bajan los vientos otoñales y busca cobijo en los inviernos; y siempre, siempre, se revitaliza cuando vuelve el sol, aumentando su fortaleza, se renueva otra vez en el viento otoñal y se muestra necesitado de pasión ante el invierno, para luego continuar alimentándose, un día tras otro, en el repetir de los mismos tiempos.

¡Quién diga o sostenga lo contrario es porque nunca se ha enamorado de verdad!

Pensando en todo esto, saco cuenta de estos días de inviernos, y ya son varios, contando éste, en los que me preparo para un deseado encuentro contigo, en espera de subir juntos a ese último vagón del Tren de los Sueños, que tiene el encargo final de recogernos a ámbos en ese anden de nuestras ilusiones compartidas; y por todo ello, soy inmensamente felíz.

Solo espero, y es este mi mayor deseo, que el destino tenga a bien el darnos la posibilidad de que todo ello llegue a consolidarse en su momento, aún cuando me quedan un par de cartas por escribir de este ejercicio epistolar que pronto estoy por concluir; entendiendo que su final, es llave indicada para la apertura de esa extraña puerta que separa tu entorno y el mio del mundo real; aunque también, y es bueno tenerlo presente, están de por medio las reformas que se llevan a cabo en el interior de nuestras casas, que siento que van camino a revestirlas de lo que siempre han sido: refugios engalanados por el misterio y la belleza de cada uno de sus rincones; esto sin dejar en el olvido, ese otro lugar hermoso que, por propia influencia tuya, vuelve a recuperar la esencia única de su razón de ser: un lugar para comulgar a plenitud con la vida, a través de la belleza mostrada en el colorido de cada una de las flores sembradas en el espacio elegido, para con ello dar albergue a su existencia.

Es por ello que quiero dedicarme a la tarea, si tu me lo permites, de ser arquitecto de ese palacio de sueños, en espera de que me otorgues el visto bueno a las obras ya realizadas, en lo concerniente al aprovechamiento del patio interno de nuestro refugio como lugar de verdadera comunión entre la vida y la naturaleza, entre los sueños y la realidad, entre la pasión y las ilusiones , entre los recuerdos de ayer y las vivencias de hoy, entre lo que hicimos y lo que haremos; sin olvidar nunca que hemos sido, somos y seremos, amantes de una noche cercana, invitada por el destino, a convertirse en un día para el que no existe final alguno.

No quiero ocultártelo. A lo largo de esta semana que va quedando atrás, no he dormido lo necesario. Me ilusionaba poder escribir estas últimas cartas y saldar la deuda. Gracias a tí, inspiración no ha faltado.

Mi imaginación ha parecido brotarse por estos dias, dandole rienda suelta al espíritu de la creatividad. Sé que debo dosificarla y no desbocarme, tratarla suavemente, tal cómo tú lo has ordenado. Te confieso que hubo un momento, en esta semana que culmina, en que entré a considerar que el final no debía ser cómo lo había pensado, y hasta que tal vez no debía ni continuar. La sensatez fue quien me hizo plantarle cara a la tentación de no hacerlo y volví a retomar la pluma y el teclado para así mantener la misma idea desde el comienzo.

Sé, por boca de escritores de mayor valía que yo, que esto puede ocurrir en ciertos momentos haciendo creer que, por sentirnos dueños y nunca alimentadores de los personajes o motivo que toman vida en el conjunto de nuestros escritos, tenemos derecho a cambiar el ir y venir de sus vidas.

Nunca antes había experimentado cosa igual; pero ya vez, algún día tenía que ocurrirme, para que me detuviera a pensar por un instante que, con sólo cambiar una cosa por la otra, podemos cambiar los matices del panorama, a veces sin razón, y en el discurrir de aquellas letras que conforman todo ese conglomerado de palabras entretejidas todas por la escritura, ésta que me ha servido de herramienta y medio para drenar el dharma, haciendo, aunque sea un poquito, que todo lo que parezca imposible sea posible.

No puedo ocultarte que tengo miedo, un miedo desconocido...

Te he visto igual, creo que no ha cambiado nada. Aunque pueda parecerle extraño a cualquier mortal pensante, tú conservas esa aura sobrenatural, mientras yo siento que a veces me disuelvo en la espera. Si esto es así, ¿será que acabaré calcinado en ella?

Para no pensar -me has dicho que no piense tanto- callo esos pensamientos que tengo por inciertos, para detenerme al instante en una nueva interrogante. ¿Puede ser todo ello un impedmiento a la hora de poner en manifiesto lo que siente uno por el otro?. La soledad y el silencio se sumergen en el alma.

Pero hoy por hoy estoy sentado a la espera de tí, como siempre lo he hecho, pero, a diferencia de las veces anteriores, incluyendo esos días correspondientes a otoños e inviernos ya vividos, debo señalar con total sinceridad que hay una cierta paciencia y, junto con ella, un mayor interés en plantear colores y cimientos de un sueño, que no se si realmente será también tuyo, pero si es fervientemente mío.

Te adoro...

25.11.10

Carta Septima



Vida:
Sin duda alguna, ya se ha vuelto costumbre hablarle al papel cuando no estás aquí. Por eso escribo esta carta, la sexta que te escribo siendo una noche de inicio de fin de semana más de este ciclo de frío que avanza cada vez más. Y me sorprende que tenga su inicio, y seguramente también su final, mientras viajo camino a mi lugar de infancia, ese que usted ya conoce.

Van exactamente tres horas y media en carretera, en un día bonito que, acompañado de su séquito de nubes, avanza lleno de entusiasmo a llenarse de esplendor, bajo la mirada furtiva de un sol receloso de tanta belleza y las locas ansias de una luna aún no nacida que, queriendo ser luz de deseos, ya ha dispuesto camino en el tiempo para alcanzarla con exaltada prontitud, al sagrado altar de un esperado amanecer pronto a ser anunciado, entre sonrisas y besos, a la vuelta esplendorosa de una esquina que bien brilla, por su ausencia, en los espacios del cielo.

Así como lo hace ella, de igual manera, avanzo yo en el tiempo llevando la ilusión ardiente de volver a encontrarme contigo, en la celebración de tan anhelado escenario.

Partiendo de esa visión mía tenida de las cosas, en las que de seguro otros seres humanos no reparan mientras van de camino por la vida, demás está decirte que en todos estos días no he dejado de pensar en ti. Todo tiene su razón de ser en este extraño sentimiento que ha encontrado refugio al calor de nuestras almas, para nutrirlas de amor por dentro y con ganas de mostrarse a plenitud desde afuera.

Aprovecho la oportunidad para hacer uso de mi portátil, con miras a escribirte, mi renovado ejercicio epistolar de deseos, de amor vivido entre el silencio. Afortunadamente, la batería dispone de carga completa para aquello en lo que quiero ocuparme. Cosa curiosa: nadie va a mi lado, en el puesto del pasillo. No tengo duda que es la soledad, junto al silencio, quien sigue marcando pauta en mi vida.


Estaba empezando a escribir cuando el autobús se detuvo a hacer una parada para que los pasajeros estiráramos las piernas. Bajé y corriendo busqué un café, con la necesidad de tomar algo que me supiera a vida. Sabe usted que en el humo del café siempre la he rememorado, con el objeto de rememorar igualmente esas ganas siempre vivas de usted mientras avanzo en el periplo de ida a mi tierra de origen.


Tomando el café comencé a imaginar cosas, transformando los escenarios de esta ya conocida y gastada carretera. Imaginaba que el viaje no era para mi tierra de origen, sino para reencontrarme contigo con miras a tomar ese tren al cual estamos destinados a subir. Pero sé que aún no es el momento porque me falta todavía escribir algunas historias más, las más difíciles, para dar por concluido el libro del que tanto te he hablado en nuestros últimos encuentros, marcados, como tú bien lo sabes, por la línea vivencial de esos sueños tenidos de manera siempre tan extraña.


Mientras tanto, para hacerme de la idea de que estoy libre de toda atadura, me vestí de shorts, franela y sandalias, algo a lo que no estoy acostumbrado a hacer en mi vida de todos los días, y pudiéndolo hacer porque, en carretera, la temperatura es templada, a pesar de venir contaminado del frío del autobús.


Voy mirando perdido por la ventanilla. Todo sigue igual que siempre. Nada había visto que marcara la diferencia, salvo que tú no me acompañabas en esta oportunidad no buscada.
Supe entonces, aún no habiéndolo dudado nunca, que tu presencia es del todo real. A consecuencia de tan maravillosa sentencia tenida por cierta, pude situarme más allá del tiempo y del espacio, para hacerle eco al oído de tu voz, justo en el momento en que el sol comienza a dar señas de querer darle espacio a una luna ya hecha toda ella para enamorados.


A veces pienso que al acercarse el día de nuestro encuentro, el mar imaginario que navegamos en orden a los sueños se volverá maremoto. Es ese mar el que se aparece en este momento para hacerme compañía, acompañado por el viento, surgiendo entre los tres un extraño diálogo.


-Hola buen amigo- me saluda siempre el mar, para luego indicarme con plena titularidad de derecho, que aquello es su obligación. –Tenías tiempo que no te acercabas a verme- preguntándome a continuación lo que era de justicia -¿Tan mal me he portado yo contigo y con tu amada para que hoy vengas a reprochármelo en la cara?-


-No- le digo de manera apresurada, para borrar de su alma aquella idea. -¿Cómo puedo estar molesto o enfadado con quién en momentos nos hace tan felices al abrigo de su compañía?


Y entonces, dándome mi tiempo, paso a contarle los últimos episodios de este tránsito que han venido marcando nuestra extraña, pero tan especial relación.


Fue en ese entonces cuando el viento, tomando parte en la conversación, expresó buenamente su parecer:


-Amigo mar: por excepcional que pueda parecerte, y hasta por ignorancia personal, debes entender que si este amigo común y su hermosa amada no han vuelto a donde están destinados a encontrarse es porque hay muros y montañas que no me han dejado correr rápidamente. Pero acuérdate que soy etéreo, y que logro meterme por los huequitos y escalar las cumbres más borrascosas. Yo, por la naturaleza que me rige, sé donde están cada uno de ellos y dónde residen – y antes de continuar hablándole al mar, tuvo reparo para conmigo, cuidándose bien de aquello que le está permitido decir –Pero, no es a mí a quién corresponde unirles, es al destino que rige la vida de ambos, señalándote, para que nuestro amigo en común también nos escuche, que algún día volverán a ese lugar para contemplar, desde la realidad, lo que ambos han contemplado en el mundo de los sueños


Y después de haberle escuchado, el mar, mirándome a la cara, me pidió disculpas por su agresividad, teniendo el detalle de hacer extensivas sus palabras hacia tu persona.


Entiendo que todo esto te pueda parecer una locura. Pero así somos los locos. Por ahora, en la distancia, te llevo conmigo por el deseo de las letras y las palabras a las que les das vida y personalidad propia. Y aunque no la tenga en físico, perpetua está en mí tu mirada y ella es el aliento para contemplar, a través de ella, la maravillosa grandeza de mis deseos.

Y aún sigo soñando contigo…

19.11.10

Carta Sexta



Vida:


Empiezo esta nueva carta pensando que, por ser noche de frío, y que en oposición a los anteriores se asoma muy diferente a otros muchos vividos desde esta soledad tan extraña, que por costumbre tiene el acompañarme a donde quiera que voy sin por ello dar nunca asomo o pedir mi consentimiento o permiso.

Aún así, debo confesarte con total sinceridad que soy inmensamente feliz por el hecho de enfocar en ti una importante y vital parte de mis alegrías y motivaciones, al tener pleno conocimiento de que existes, eres real y vives en algún rincón de esta ciudad gris y plomiza que es mi corazón y que, desde hacía mucho, no tenía un motivo, día de júbilo o fiesta patronal que celebrar.

Sabiendo que hoy no estarás a mi espera en el andén donde estamos llamados a encontrarnos, para unir nuestros deseos en un solo deseo, dando inicio a ese maravilloso viaje en el último vagón de las ilusiones compartidas, es por ello que quiero anunciarte, porque eres el alma y sangre de ello, que son menos los capítulos que me faltan para la colocación del punto final en esa última página de ese libro maravilloso que tanto tiene que ver con lo que tú y yo somos: dos enamorados del amor, distantes y cercanos al mismo tiempo pero separados, de manera extraña, por todo lo que también nos une. A pesar de todo esto inicio mi viaje de siempre, porque ello hace que me sienta más próximo a ti, aún estando distante en el tiempo y en el espacio.

Hace rato, y mientras sorbía con reticencia una copa de vino tinto para darle calor al espíritu, me asomé por la ventana más cercana pudiendo apreciar que la noche es más oscura que siempre, melancólica, triste. Leía en las páginas web que la temperatura bajaría de forma considerable; cosa que –lo sabes- me gusta a rabiar. Pensando en esta actitud tomada por el tiempo y sus variantes climatológicas me inclino a pensar, de manera acertada, que todo ello no es sólo consecuencia inmediata de un gusto particular y hasta retorcido, sino que igualmente es, por esa actitud mía de descubrir la belleza plena donde otros, a causa de su falta de ilusión, no ven más que problemas, tristeza, decepción, melancolía.

No conforme con haber realizado dicho descubrimiento, corrí a asomarme por una de las ventanas que da hacia la calle y descubrí lo hermosa que puede ser esta ciudad cubierta bajo estos mantos cuasi invernales; y noto que hasta la gente se nota diferente, mientras intenta ponerse a buen resguardo del frío, haciendo uso de hasta lo inutilizable de su ropa de abrigo, con el propósito de buscar un poquito de calor agradecido.

Viendo tal actitud, grité para escucharme yo mismo

¡Qué diferentes somos los seres humanos en nuestro comportamiento!

… Corriendo enseguida a atender el llamado de la copa de vino que ya había dejado abandonada.

Hoy, porque quise cambiar la rutina, no quise escribir postrado en la cama como siempre lo hago, sino en este lugar de habitual rutina que es mi trabajo, destinando para ti un lugar cercano al mío, con la idea fija de que, aún no estando en cuerpo presente, lo estuvieras de manera cierta para compartir contigo, pero sin ti, una copa necesaria al final del día.

¡No sabes cuánto disfruté el momento, a pesar de las lágrimas secas!

De seguro te parecerán risibles, estúpidas o carentes de sentido mis ocurrencias, pero es así como he alimentado este sentimiento a lo largo de este tiempo que a mí me ha parecido toda una eternidad.

Saber que esto haces cuando te hablo de ello me convierte en un ser privilegiado, por entender que todo acto de locura, realizado bajo la total limpieza de este sentimiento que sirve de alimento al alma enamorada, es una muestra más de todo aquello que nos hace diferente a los que dicen amarse a plenitud a través del lenguaje de las caricias, para luego, llegando el cansancio de lo rutinario, buscan atraque en un nuevo puerto de amoríos pretendidos llevando consigo la malsana idea de hacerse una vez más al mar de las pasiones con la llegada de un nuevo tiempo de hastío.

¡Qué afortunado soy al quererte como te quiero, aún cuando sea una locura sin precedentes conocidos!

Desde aquel encuentro primero, que en su día tuviéramos de forma atípica, siendo todo él diferente a los tenidos por aquellos que dan inicio a una relación de amistad que luego, más temprano que tarde, se verá transformada en el naciente vínculo de una armoniosa correlación amorosa llamada a perpetuarse en el tiempo, me atrevo a jurarte, que no he parado de confesarle al sol naciente que da vida a cada una de las mañanas de nuestros días, que te ansío más que las caricias y los besos, de la pasión y el deseo, de la realidad y los sueños, del tiempo y el espacio, de lo finito y lo infinito, de lo conmesurable y lo inconmesurable, porque tengo y siento la continua necesidad de la única maneraque se me ha permitido ser completamente libre ante la barrera que nos ha distanciado hasta ahora: desde la palabra escrita.

A tu salud!

17.11.10

Carta Quinta



Vida:

Esta noche me ha prolongado frente al computador, escribiendo y poniendo al día alguna de las páginas de ese libro del que tanto te he hablado en mucho de nuestros tenidos encuentros, y de la que creo ya tengo las luces para terminar. Ya creo tener clara las ideas para varios de sus capítulos y el epílogo.

Creo, y no estoy equivocado al hacerlo, que será a su término cuando nos encontremos en el andén. Es por eso que me apremio a terminarla, pero sin omitir ningún ápice de lo que ya he escrito y anotado a pies de página. Pues, aunque es bien cierto que en el amor y en la guerra todo se vale, incluyendo las trampas y las estrategias, no es esa la ruta para conseguir lo que realmente se desea desde, y con el corazón, y más cuando la actitud a tomar, de manera solitaria e independiente, pueda poner en peligro la extraña y sobrenatural relación que llevamos desde hace unos meses, gracias a esas inexplicables leyes que rigen el mundo de los sueños, corriendo con ello el peligro de que nuestras vidas jamás lleguen a juntarse.

Pensando en todo esto que te escribo antes de tomar mi maleta de siempre, y llevando conmigo el deseo de que fuera hoy el día en que se de el encuentro que el tiempo y el destino nos tiene preparado para ambos; quiero decirte de todo corazón que ésta ha sido una semana en la que no he tenido descanso alguno. Temo que a causa de ello, y a que me descuido en lo que a alimentación se refiere, pueda terminar enfermándome. Lo sé, soy toda una calamidad en eso del arte de vivir solo; ha habido días en que, por esto de entregarme a escribir con una pasión desmedida, le he pasado por encima hasta tomar agua y eso no está bien. Por ello he puesto gran empeño en cambiar esa forma mía de comportamiento excéntrico. Porque no todo puede ser pensar y escribir, escribir y pensar –ya hemos hablado de ello-. Los desórdenes, sea cómo los miremos, no traen nada bueno en el desarrollo de la existencia humana. Voy aprendiendo paulatinamente y con sus respectivos escollos y mucho de eso te lo debo a ti, que a la vida hay que darle sus momentos merecidos:

Todo tiempo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo
Tiempo para nacer y tiempo para morir
Tiempo para la siembra y tiempo para recoger lo sembrado
Tiempo para herir y tiempo para sanar
Tiempo para lamentarse y tiempo para ser feliz
Tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas
Tiempo para dejarlo todo y tiempo para iniciar la búsqueda de lo que hemos perdido
Tiempo de guardar y tiempo de desprenderse
Tiempo de rasgar y tiempo de coser
Tiempo de callar y tiempo de hablar
Tiempo para la guerra y tiempo para la paz
¿Qué gana entonces el hombre si no es paciente y se fatiga con lo que hace?

He tenido a bien considerar que Dios pone a todos en una misión para que de ella nos ocupemos. El destino acondiciona las cosas a su debido tiempo y se ha servido del tiempo para motorizar los corazones. Pero a veces en nuestro proceder no nos damos cuenta de ello, para el disfrute que, de principio a fin, nos tiene preparada la cuenta del corazón.

Partiendo de este sencillo planteamiento, con tintes de intensión filosófico-teológicos, pero a la vez complicado y extraño para aplicarlo en nuestras vidas, o por lo menos en la mía lo ha sido, lo confieso; puedo con toda seguridad deducir, sin temor a equivocarme, que tu vida está marcando mi tiempo como desde hace mucho tiempo nada lo había tenido ocupado; y es por ello ésta metamorfosis que estoy sufriendo, y que creo que has notado, de hacer mis primeros esfuerzos por trascender de las letras a la palabra.

Y es por eso que pienso, y me propongo a darle el mejor uso y lujo de detalle a todo ese tiempo que me ocupas porque es él, a fin de cuenta, el que nos unirá en el abrazo definitivo. Y sé, porque me lo has dicho con razón, tomaré las medidas para llevar organizadamente los quehaceres diarios para que nada enturbie, por ninguna razón, el hechizo que, de manera paranormal, mantiene unidas nuestras vidas en la integridad de una pasión que anhela cumplirse a plenitud, con todo el fuego de lo etéreo y lo corporal.

Deseando más que nunca encontrarme contigo en el andén donde el destino nos ha citado, para que subamos juntos a ese vagón del tren de los sueños cumplidos, te espero pacientemente para el día que me cuentes de los sueños que aún estas por soñar y me cuentes...¿Qué te dicen tus silencios de mí?

12.11.10

Carta Cuarta

Vida:


Vuelve a ser fin de semana, pero un fin de semana distinto a los anteriores. Ya asoma su cabeza la antesala de otra agitada semana con su rutina de todos los días y, aunque he estado de cabeza con la guardia laboral, sabes que siempre logro de alguna manera ausentarme de tanta locura desmedida y entregarme a meditar –o a desvariar- sobre el sentido de la vida. Cosa hermosa ésta, porque he empezado partiendo de Dios; concluyendo luego, y de manera inevitable, en esa única verdad a la que el ser humano le ha quitado casi la totalidad de su valía: El amor.


¿Sabes? Siempre he defendido que el amor, como sentimiento que es, es fruto de su presencia en el corazón de todo ser humano. Hay gente que no está de acuerdo con ello, y yo se lo respeto pero, por mucho que he pensado en esa verdad inconmesurable, siempre que parto de la idea primaria, Dios, todas y cada una de las consideraciones que la encausan me llevan siempre a un argumento que tira por tierra cualquier otro que surja como respuesta contraria: que el amor tiene que ser –y que me perdonen los puristas- una manifestación o una forma de la existencia de Dios que, sin el ser humano merecérselo, le otorga a éste la oportunidad, en el transcurrir de sus días, participe en el otro y disfrute el cómo sabe la felicidad.


¿Quién ha dicho que el amor puede hacerte infeliz?


Si hay alguien que no solamente lo ha dicho, sino que lo sostiene y hasta lo defiende, está en el más grave de los errores ya que el amor, cuando es de por sí amor auténtico, nos conduce, por causa y efecto, aunque a veces en formas extrañas o que no se ajustan a lo que esperamos, al disfrute de la felicidad. Por amor no se sufre ni se padece, sino se vive y se participa totalmente de la plenitud de la vida. Y es que lo uno es consecuencia del otro.


Hermosa consideración todo esto, y una motivación más, para vivir con total libertad aquello que tanto se anhela o se desea, amar mas allá de los límites, teniendo presente que es más importante dar que recibir, pues el amor es darse, entregarse; pero sin esperar recibir nada a cambio, salvo lo justo.


Como lo puedes ver, en lo que mi vida respecta, no hay momento en el que no ocupe mi mente pensar.


Aún tengo en el recuerdo aquella vez que, durante una conversación tenida en uno de nuestros extraños encuentros, me dijiste:


-Es admirable el don que tienes para escribir. Y te admiro por ello

Y yo, que en condiciones normales tal sentencia pasaría por el filtro de mi subestimación e incredulidad, no pude sentir otra cosa menos que la necesidad de sonreir ampliamente. Respondí ante ello que eras (y eres) tú la musa que me hacía escribir, y que paso noches en vela entre cuadernos y borradores pensando qué escribirte en las próximas oportunidades.


-Pero tienes que dormir, me dijiste


Y te dije que no me daba sueño. Y qué también en esas noches me ocupo de pensar


-¿Y en qué tanto piensas?


Pienso en ti. De eso estoy más que seguro. Y es ese pensamiento el que pone alguna claridad en mis palabras. Eso es porque, misteriosamente y aunque tú no lo hagas, yo sueño contigo siempre. Tanto, que a veces me ha dado por pensar que vivimos en épocas diferentes, aunque estemos en presencia en tiempo y espacio. Pero te digo que en nada me es incómodo esto. Sueño contigo como parte de la manifestación de este amor que, de manera sobrenatural y extraña –como te dije en la carta anterior- nos une y nos mantiene aún en la distancia, aunque no sea ese el deseo.


Es por eso que puedo decirte con total propiedad, y para tu conocimiento, que no duermo desde aquella oportunidad en que, emergiendo de la noche de mi vida, hiciste acto de presencia para encontrarnos por primera vez en aquel lugar mantenido en el recuerdo. A partir de ese momento dejé de dormir de verdad para asistir cada noche a tu encuentro, y siempre en lugares tenidos por diferentes, hasta que en su momento nos encontremos en ese anden al que en sueños siempre acudo con la esperanza de que nos subamos juntos en ese tren que nos espera a expensas de la realidad.


¡Qué difíciles se me hacen los días en la espera de nuestro encuentro!


Si las barreras del tiempo, el espacio y las circunstancias no limitan ni acondicionan nuestros encuentros y sentimientos, es imposible que mi vida de hoy sea empañada por la tristeza. Muestra de ello, de alguna forma, son estos escritos que, torpemente pero con mucho entusiasmo, hago para ti.


Esto en lo que trabajo es totalmente diferente –y aquí señalo a los que puedan leer esto- Pienso que si se toman en serio su contenido se darán cuenta que es imposible vivir para ser feliz si no somos capaces de transmitir amor en cada uno de nuestros actos.


Lo sé, claro que lo sé; y gracias por recordármelo de nuevo. Debo darme prisa. Pero es que tengo tanta necesidad de escribirte que paso por alto que el reloj siempre juega en mi contra y mucho más cuando comienzo a entrar en las edades en las que no hay que perder tiempo en nada, para no perder aquello que la vida nos tiene ofrecido: ser felices, abandonándonos por completo a la voluntad de los deseos cuando éstos, al igual que brasa que no se extingue, alimentan y dan calor a nuestro existir.


Y ya que hablé de Dios… A él le doy gracias por tu existir.

Carta Tercera



Vida:

Vuelve a ser fin de semana, pero un fin de semana distinto a los anteriores. Ya asoma su cabeza la antesala de otra agitada semana con su rutina de todos los días y, aunque he estado de cabeza con la guardia laboral, sabes que siempre logro de alguna manera ausentarme de tanta locura desmedida y entregarme a meditar –o a desvariar- sobre el sentido de la vida. Cosa hermosa ésta, porque he empezado partiendo de Dios; concluyendo luego, y de manera inevitable, en esa única verdad a la que el ser humano le ha quitado casi la totalidad de su valía: El amor.

¿Sabes? Siempre he defendido que el amor, como sentimiento que es, es fruto de su presencia en el corazón de todo ser humano. Hay gente que no está de acuerdo con ello, y yo se lo respeto pero, por mucho que he pensado en esa verdad inconmesurable, siempre que parto de la idea primaria, Dios, todas y cada una de las consideraciones que la encausan me llevan siempre a un argumento que tira por tierra cualquier otro que surja como respuesta contraria: que el amor tiene que ser –y que me perdonen los puristas- una manifestación o una forma de la existencia de Dios que, sin el ser humano merecérselo, le otorga a éste la oportunidad, en el transcurrir de sus días, participe en el otro y disfrute el cómo sabe la felicidad.

¿Quién ha dicho que el amor puede hacerte infeliz?

Si hay alguien que no solamente lo ha dicho, sino que lo sostiene y hasta lo defiende, está en el más grave de los errores ya que el amor, cuando es de por sí amor auténtico, nos conduce, por causa y efecto, aunque a veces en formas extrañas o que no se ajustan a lo que esperamos, al disfrute de la felicidad. Por amor no se sufre ni se padece, sino se vive y se participa totalmente de la plenitud de la vida. Y es que lo uno es consecuencia del otro.

Hermosa consideración todo esto, y una motivación más, para vivir con total libertad aquello que tanto se anhela o se desea, amar mas allá de los límites, teniendo presente que es más importante dar que recibir, pues el amor es darse, entregarse; pero sin esperar recibir nada a cambio, salvo lo justo.

Como lo puedes ver, en lo que mi vida respecta, no hay momento en el que no ocupe mi mente pensar.

Aún tengo en el recuerdo aquella vez que, durante una conversación tenida en uno de nuestros extraños encuentros, me dijiste:

-"Es todo un don el que tienes para escribir. Y te admiro por ello"

Y yo, que en condiciones normales tal sentencia pasaría por el filtro de mi subestimación e incredulidad, no pude sentir otra cosa menos que la necesidad de sonreir ampliamente. Respondí ante ello que eras (y eres) tú la musa que me hacía escribir, y que paso noches en vela entre cuadernos y borradores pensando qué escribirte en las próximas oportunidades.

-"Pero tienes que dormir", me dijiste

Y te dije que no me daba sueño. Y qué también en esas noches me ocupo de pensar

-"¿Y en qué tanto piensas?"

Pienso en ti. De eso estoy más que seguro. Y es ese pensamiento el que pone alguna claridad en mis palabras. Eso es porque, misteriosamente y aunque tú no lo hagas, yo sueño contigo siempre. Tanto, que a veces me ha dado por pensar que vivimos en épocas diferentes, aunque estemos en presencia en tiempo y espacio. Pero te digo que en nada me es incómodo esto. Sueño contigo como parte de la manifestación de este amor que, de manera sobrenatural y extraña –como te dije en la carta anterior- nos une y nos mantiene aún en la distancia, aunque no sea ese el deseo.

Es por eso que puedo decirte con total propiedad, y para tu conocimiento, que no duermo desde aquella oportunidad en que, emergiendo de la noche de mi vida, hiciste acto de presencia para encontrarnos por primera vez en aquel lugar mantenido en el recuerdo. A partir de ese momento dejé de dormir de verdad para asistir cada noche a tu encuentro, y siempre en lugares tenidos por diferentes, hasta que en su momento nos encontremos en ese anden al que en sueños siempre acudo con la esperanza de que nos subamos juntos en ese tren que nos espera a expensas de la realidad.

¡Qué difíciles se me hacen los días en la espera de nuestro encuentro!

Si las barreras del tiempo, el espacio y las circunstancias no limitan ni acondicionan nuestros encuentros y sentimientos, es imposible que mi vida de hoy sea empañada por la tristeza. Muestra de ello, de alguna forma, son estos escritos que, torpemente pero con mucho entusiasmo, hago para ti.

Esto en lo que trabajo es totalmente diferente –y aquí señalo a los que puedan leer esto- Pienso que si se toman en serio su contenido se darán cuenta que es imposible vivir para ser feliz si no somos capaces de transmitir amor en cada uno de nuestros actos.

Lo sé, claro que lo sé; y gracias por recordármelo de nuevo. Debo darme prisa. Pero es que tengo tanta necesidad de escribirte que paso por alto que el reloj siempre juega en mi contra y mucho más cuando comienzo a entrar en las edades en las que no hay que perder tiempo en nada, para no perder aquello que la vida nos tiene ofrecido: ser felices, abandonándonos por completo a la voluntad de los deseos cuando éstos, al igual que brasa que no se extingue, alimentan y dan calor a nuestro existir.

Y ya que hablé de Dios… A él le doy gracias por tu existir.

9.11.10

Carta Segunda



Vida:

Nuevamente, y como si un protocolo obligado se tratara, vuelvo a escribirte con la misma sinceridad de la vez anterior. De más está decirte que ha iniciado una nueva semana, hace mucho más frio que la semana pasada, tanto que ya se hizo necesario desempolvar las chaquetas que no uso nunca. Te diré que, en estos últimos meses en los días que tengo por laborables, es decir, los que van de lunes a viernes –sin contar las guardias-, me levanto sumamente tarde con la resaca efervescente de tanto pensar, imaginar y soñar hasta la última médula. Acto seguido, y sin pasar por el baño, voy descalzo, directo y sin escala, directamente a la cocina para servirme el café, que acompaño con el primer cigarrillo del día; enciendo el televisor y me vuelvo a tumbar en la cama, tratando de hacer el mayor caso omiso al desastre de la madrugada, pidiéndole a gritos a la modorra que salga de mi cuerpo para poder arreglarme, vestirme e ir a trabajar.

Reconozco en esta mecánica –y nociva, e insalubre- actitud, que soy un desastre en eso de hacer vida sin más compañía que los pensamientos que me acompañan a todos lados. No sé, y esto es una confesión que te hago, si algún día aprenderé a vivir sin ellos, y más cuando han sido una constante para mí existir a lo largo de todos estos años. Entiendo que no puede un ser humano vivir sempiternamente pensando, sino que es más obligatorio el actuar, con miras a que el futuro sea algo más tangible. Muchas de mis obras, lo confieso, por el simple hecho de alimentarse de pensamientos, me han conducido a saborear la agridulce sensación de períodos de luz, y otros tantos de imposibilidad, en mi incipiente oficio de escritor que nunca sabré si lo seré de verdad. Aún así, es mi deseo que, a partir de lo dicho, todo comience a ser distinto, diferente.

Estoy poniendo empeño en irme distanciando de todo ello, marcándome como tarea primaria el cambiar de estilo literario; razón por la cual ya he guardado, en el baúl de esos mismos recuerdos, la pluma que escribía con la tinta del ayer experimentando desde hace unos días para acá, al hacer uso de ella, que en cada uno de sus trazos hay una vida nueva. Y tanto, que el libro en el que llevo trabajando hace más de un año, ha dado un giro desde tu llegada y desde ese cambiar de pluma. Ahora mi entusiasmo por terminarlo es mucho mayor a cuando empecé.

Después de mucho pensar, y gracias a la decisión de navegar a contra corriente en esto de escribir sin sentirme sujeto a nada ni a nadie sino únicamente guiado por el espíritu de libertad impregnado en esa pluma, he logrado desarrollar nuevas ideas para escribir de las que quizá, salga un nuevo libro de cuentos, una novela, o quizá nada; pero que atesoraré con muchísimo tesoro.

Una de las ideas que me ha seguido rondando por la cabeza es esa del Tren de los Sueños que te conté en la carta anterior. He estado imaginando escenas de cómo podría ser una posible secuencia literaria. Me atreveré a contártela con derecho a que la critiques: En esa escena, nos encontramos en el andén del Tren de los Sueños. Te digo que ya tengo el equipaje hecho y dos boletos, uno para mí y otro tuyo. Tú me dices Recuerda que debemos ser pacientes con lo que el destino nos tiene marcado. Aún nos toca esperar. Y sin dejar de sonreír, con total soltura, me animaste a seguir expectante, como tiempo de prueba, para el fortalecimiento de este sobrenatural amor que nos une de manera extraña a través del vínculo de los sueños. El tren está por llegar, sube como lo sueles hacer, al último vagón y no por ello me apartes de tu corazón.

Quise hablarte con prontitud y lo impediste, llevando tu mano derecha a mis labios mientras intentabas hacerme entender que ese era mi momento.

-Si pierdes el tren, el hechizo que rodea nuestras vidas se romperá de inmediato y nunca más volveremos a vernos, diciéndome a continuación aquello que en anteriores oportunidades no recordaba haber escuchado de tus labios pero que bien conocía a través del brillo de tu mirada. ¡Te adoro tanto como tú me adoras a mí!

Entonces el tren entró en la estación con su bruma invernal. Y, aunque no era mi deseo separarme de ti, hice caso a tus palabras y me apresuré a subir al último vagón, llevando la idea final de ocupar la última butaca que me señalaba mi boleto de viaje.

Porque ese era mi mayor deseo en el momento, volví la vista atrás antes de acceder al vagón por la puerta cercana para volver a mirarte una vez más, y llevarte así conmigo. ¡Eres de los que siempre se salen con la suya!

Habiéndote escuchado con total claridad, a pesar del murmullo y de los gritos de algunos pasajeros, quise volver atrás para despedirme de ti formalmente y como suelen hacerlo las personas que se quieren, pero la gente con sus brisas y empujones me obligaron a subir al tren. Lo demás lo puse yo, para enseguida buscar el número de la butaca, corriendo con la suerte de que quedaba en ventana y del lado mismo del andén. Tu mirada y la mía se cruzaron en la distancia, y terminamos por decirnos lo que nos quedaba por decir, sin necesidad para ello de usar palabras.

El tren inició su marcha y todo volvió a ser como siempre ha sido: el más hermoso y singular de los sueños, fruto de la necesidad de querer y de ser querido en la plenitud de la libertad y pureza total; esa, la que muchos seres humanos no llegan nunca a alcanzar porque no son consecuentes con sus sueños.

Es cierto que la tristeza viajó conmigo en todo el camino porque una vez más, como tantos fines de semana, no se dio el encuentro real de ambos en la estación final de los encuentros, donde el destino tiene reservado para nosotros el encuentro final. Mi llegada a la próxima estación estuvo marcada por la decisión primera de entregarme a caminar por sus calles con total libertad para luego, preso de la impaciencia, volver a casa para abandonarme al frío de la noche, como siempre suelo hacer, para sentarme a contemplar el horizonte, encender un cigarrillo y entregarme en cuerpo y alma a pensar durante horas, por aquello de no tener otra cosa que hacer. Allí, dadas las circunstancias del momento, empecé a sentirme invadido por tu presencia siendo entonces cuando, casi sin percibirlo, me quedé profundamente dormido para volver atrás en el tiempo y tener contigo otro encuentro maravilloso antes de que subiéramos juntos al tren de los sueños tenidos.

Tengo que decirte lo bien que me sentí al despertar con las primeras horas del alba, para luego asearme y desayunar como Dios manda, ponerme activo para hacer las cosas del día con miras a siempre regresar, en la espera de otro fin de semana en el que, por tener, ya tengo todo hecho. Inclusive esta nueva carta, de la cual sólo me queda guardar en mi computador y colgarla en este blog, para salir a toda carrera a la estación de trenes para seguir en el viaje que me llevará al definitivo encuentro contigo.

Queriéndote siempre más que ayer y menos que mañana, aún cuando no esté cerca la fecha indicada para nuestro reencuentro, me despido…lleno de tu presencia.

5.11.10

Carta Primera



Vida:

La muestra de tu presencia-ausencia me conduce a sumar una prenda más a mis sencillos ropajes, para luego salir a la calle inevitablemente desnudo. Es por ello que tengo esta urgente necesidad de escribirte esta carta primera e iniciar nuevamente este andar en la senda de las letras, este espacio donde ambos hemos sido citados por el destino.

Llueve, no sé por qué, pero llueve a cántaros y aún está por amanecer. Esta lluvia de hoy no estaba anunciada por aquellos que a diario nos hablan del clima y sus repercusiones y, sin embargo, me contenta mucho que así sea, porque está marcado que nuestro encuentro definitivo será en una lluviosa y fría mañana cuasi invernal. Aún desconozco la fecha elegida.

Así, como es costumbre, salgo de casa con lo puesto, llevando conmigo el único equipaje que se me está permitido para este viaje que juntos debemos hacer en el vagón de un tren que el destino, no sé por qué, tiene reservado para ambos en un momento de nuestras vidas. Tu bien sabes, por las muchas e interminadas conversaciones sostenidas durante nuestros furtivos encuentros, que ese tren no es un tren cualquiera como el Eurostar o el Thalys sino que se identifica de manera muy especial con el nombre bonito de El Tren de los Sueños.

¡¿Qué manera tan extraña la forma utilizada por el destino en su comportamiento hacia nosotros, verdad?!

Y yo, que tantas veces me he negado a aceptar esta gran verdad, y otras tantas, he luchado en su contra para no darle el gusto de salirse con la suya, he terminado por verme envuelto en esta locura de ansias, nacida toda ella de mis deseos, de mis delirios, de mis sueños, en los que eternamente me encuentro contigo para, únicamente, vernos a los ojos, sonreír a un mismo tiempo, tomarnos de las manos, hablar de lo que queremos o no queremos, de aquello que nos gusta o disgusta y, sin llegar nunca a besarnos por consideración a lo que somos en el mundo de las contrariedades, finalmente de forma subjetiva vuelves tú a ser quién eres y yo a ser quién soy…

¡Qué cosas tiene la vida en esto de los sentimientos llevados en el corazón y vividos a flor de piel tras el cristal transparente de los sueños tenidos por reales!

Por no haber nada en tu vida que me sea indiferente, bien conoces de mis consideraciones, de mi insistencia y apego a una aventura eterna, dada toda ella entre aquello que bien conozco y lo que estoy seguro llegaré a conocer si, llegado el momento y después de mucho acudir al andén donde estamos llamados a reunirnos, alcanzamos juntos a subir a ese Tren de los Sueños tomados por reales.

Puedo decirte ahora, y haciendo hincapié en lo dicho con anterioridad, que no sabes con cuánta ilusión he vuelto una vez más a abrir el armario de mis locuras para tomar, como lo hiciera en alguna oportunidad, esa maleta siempre dispuesta para ello, donde guardo, de manera protegida, aquellos sueños e ilusiones que han venido a darle alimento a mi alma entre letras y palabras, entre música y vino; pues qué otra cosa más puede hacerse necesaria, cuando es todo su contenido la ropa que viste la desnudez de mi cuerpo, el calzado que permite dejar huella de cada uno de mis pasos, y el único medio maravilloso que en verdad me hace libre.

Y, aunque doy por contado que de sobra lo sabes, quiero decirte hoy cuando retomo la senda, que tengo de todo conmigo, pero en realidad carezco de todo si, saliendo en tu búsqueda una vez más, vuelvo a casa cargando con mi maleta de siempre, por el hecho de no reunirme contigo; pero también alegre y muy animado en el fondo, porque sé que regresaré una vez más a lo mismo, con la ilusión de poder abrazarme a ti en ese anden de los sueños donde estamos llamados por el destino a reencontrarnos…

Corren en sus prisas las manecillas del reloj que tengo cercano al lugar donde habitualmente me siento a escribir, y casi estoy a punto de escuchar el chillido que ha de anunciar la hora que está pronto a llegar…

Debo. Tengo que parar. Ya no dispongo de más tiempo para seguir escribiéndote por primera vez en este papel de cristal líquido. Eso sí, aún gozo de unos segundos para rematar esta primera carta liberada, gritando y suspirando a los cuatro vientos tu nombre, así como lo hago todas las mañanas, ya te lo he dicho en algún mensaje; aunque con el dolor vivido de no poder decirlo aquí, tu sabes, por el recurso literario del misterio.

Correré entonces a tomar de esa taza de café que me espera en la jarrita metálica de la cocina, no importándome que su contenido esté frío en el momento de consumirlo. Luego, y porque es lo debido, lavar de inmediato la cafetera, el recipiente utilizado y también la cucharilla donde agregué el azúcar, por eso de no querer dejar nada sin hacer, para finalmente, y porque así reza el programa, colocarme las vestiduras de hoy. Cargar con la maleta de los deseos y llevarla en un compartimiento cercano al corazón. Abrir la puerta de casa, apagar la luz del pasillo, pasar la llave, tomar el ascensor. Salir a toda prisa.

Y como acto concluyente plantarme en la calle, pensando en el día en que me encontraré contigo para abrazarnos, subir juntos a ese último vagón del Tren que nos conducirá a … no sé, dímelo tú

19.10.10

Tres puntos suspensivos


Los meses de tránsito de vivencias, de la escritura de este blog, de comentarios, y de infinitos e inevitables delirios, me han llevado a contemplar una posibilidad que antes descartaba de modo empecinado y que tal vez, solo tal vez, encierre la solución del acertijo que, en repetidas ocasiones, ataca como cruzada mi cabeza. No estoy totalmente seguro de lo que voy a decir, pero existe una posibilidad de que me haya convertido en un dilecto miembro más del famoso Clan de los Tres Puntos Suspensivos

Para los que no la conocen, se las presento: Es una comunidad imaginaria, una logia integrada por aquellos hombres y mujeres a los que les gusta vivir en un permanente estado de tránsito. Sus miembros son partidarios de la espera y el entredicho, del leer entre líneas, de la espera letargada signada, en ocasiones por la euforia, en otras del dolor, en otras de la duda; de la entrega constante, del "tratar suavemente", de la paciencia perpetua y condenatoria. Abogados de confiscar el tiempo y el pensamiento en función de otra persona.

Creen en la utopía como escenario perpetuo y en la consagración del plexo solar, con flores y dagas, como un acto voluntario en el que, lo que menos vale, es saber si tiene sentido. Son los creadores y destructores absolutos de sus acciones y únicas víctimas de sus consecuencias.

Sus miembros son escasos, pero diversos. Uno de ellos es un caminante casado, divorciado y dispuesto a casarse 100 veces más. Otros más son unos diablos de Pandora que no piensan claudicar en el ampuloso ejercicio de la condena, así crean que jamás conseguirán eso con lo que tanto sueñan y que tardarían años en despojarse de sus tics de enamorados descarriados. También son parte del club unos fantasmas, que guardan por los compromisos amorosos la misma estima que le guarda un niño travieso a un perro con rabia: en vez de alejarse, prefiere meterle el dedo en la llaga para que lo muerda.

Ojo, no se trata de masoquistas, acomplejados, ni de solterones con delirios adolescentes, ni de contestatarios con mala suerte, ni de inmaduros confundidos que no saben lo que quieren. No, señor, todito lo contrario. Esta gente sabe perfectamente lo que quiere y tiene muy claro sus panoramas.

Las profundidades oníricas son sus escenarios perfectos, y se ocultan en la noche como sombras esperando el halo de luz. Saben que el amor es crímen y castigo cuando se ama de verdad, porque ni hay justicia en el amor ni se puede hablar de él tan alegremente como si se hablara de la pubertad, que tarde o temprano, efectivamente, llega. Porque el amor es sublime, delicioso y transformador; pero complejo, a veces autodestructivo, y no necesariamente llega. El amor es una verdad y eso en el Club de los Tres Puntos Suspensivos es un principio que se sigue a rajatabla.

Creo que es difícil animarse a ser parte de este clan. Lo más sencillo y "correcto" sería ser consciente y ver que, si es tan dificil, uno no debería autosacrificarse o "darse mala vida". "A otra cosa mariposa", dirían algunos. Es, por lo menos, lo estipulado en el típico esquema de "realización personal" que la sociedad aún incita entre sus miembros.

Puedes hacer eso si en realidad íntimamente lo deseas. Lo trágico es no reconocer tu esencia y optar por ese camino sencillo y asfaltado cuando, en realidad, te hubiera fascinado ir por otra ruta, menos tradicional, pero más tuya. Así, cultivo en mis noches estas ganas fervientes de besarle en mis noches a diario, de escaparme con usted a un rincón, desbordarle en pasiones y dibujar en tonos pasteles una pequeña postal de la felicidad. Si quieren pueden descargarme, sacarme la mugre y decir que soy un imbécil. Lo asumo. Por mi torpeza y mi falta de reflejos, soy más bien como un antihéroe, un Supermán corriente, sensible y bruto que no sabía manejar sus poderes, que hacía lo incorrecto y que paraba en conflicto consigo mismo. Ahora que se aproxima Halloween, si tuviera que elegir un disfraz, me disfrazaría de él.

Y por eso, con las mismas ganas y la misma pasión, seguiré cerquita de tí. Tres puntos suspensivos

30.9.10

Dificil... deseable...


De chamo oía con entusiasmo una teoría demográfica que no sé si les suene familiar. Era una tesis muy optimista y prometedora que decía algo así como que “por cada hombre que existe en el mundo hay siete mujeres”. Para ese entonces, mi corta percepción y total sentido neófito de la geografía de campo me llevaba a creer que ‘el mundo’ estaba constituido únicamente por los dos espacios en donde mi vida diaria se desarrollaba: el colegio y el pueblo. Y en esas dos limitadas escenografías fue donde comenzó a desarrollarte mi infante expectativa por encontrar a la vuelta de la esquina a las siete féminas que estadísticamente me correspondían.

La realidad, por supuesto, se encargó de demostrarme que esa teoría popular no era nada más que un mito irresponsablemente divulgado; y que no solo no había siete mujeres para cada hombre, sino que bastante afortunado debería sentirse uno si llegaba a encontrar siquiera a una sola. Cosa rara si, intentando hacer un quizá fallido análisis sociológico del asunto, numéricamente, las proporciones entre varones y féminas parecen estar planteadas incluso al doble de lo que ese adagio postula. Por lo menos en este país, donde las mujeres se viven quejando –no sé si con razón o no, quizá sea buen tema para otro post- de que “no hay hombres en esta vaina”.

Es como si con el paso del tiempo el universo femenino se hubiese ampliado de una manera completamente abusiva. Recuerdo que, durante mi etapa en la universidad, por ejemplo, el segmento de chicas era amplísimo. Quizá no podría hacer una media para determinar si habría siete o más mujeres por cada hombre, pero se podía notar una apreciable cantidad de muchachas circulando por los pasillos.

Lo más increíble es que yo nunca saqué real provecho de ese tropel de veinteañeras disponibles que se deslizaban del modo más silvestre por los cafetines y los jardines. E introduzco este elemento porque ahora, en los albores de los próximos treinta, con la mayoría de mis amigos casados y dedicado al trabajo como un obseso, he caído en la conclusión de que el universo femenino al que tengo acceso no solo se ha reducido, sino que está sentenciado por mujeres sobre las que cae la maldita conjura de lo aparentemente prohibido. O están casadas, o están en divorcio, o tienen una situación difícil o como diría el Facebook “Es complicado”… algún elemento que no lo ponga tan sencillo. Y esas son las que me atrapan, las que que se quedan en mí, pensándolas en todos lados, las que me ponen a cazar fugazmente una mirada y pueblan mi cabeza de incógnitas acerca de lo que podría ser.

Creo que ha sido un asunto “histórico”, si tuviera que ponerle un calificativo. Recuerdo que en los tiempos de la chemisse azul, tenía sutiles pero connotadas fantasías con varias de mis profesoras. Debía haber parecido un imbécil: estático en medio de la pizarra, balbuceando cualquier respuesta, moviendo la cabeza como esos pavosos perritos de juguete que mueven la cabeza en un eterno mandibuleo y que los choferes de taxi colocan en el tablero del carro. Lo curioso, en este caso particular, era que cuando ya me convertía en ex alumno, y ya no tenían el poder de la calificación– perdían de inmediato el estatus de ‘interesante’. Vaya paradoja.

También me pasó con algunas primas. Mario Vargas Llosa se casó con su prima, pero no suele ocurrir comúnmente. Y dicen que “carne de prim@s...” , pero también dicen que los hijos de parejas de primos nacen con serias insuficiencias intelectuales (y a veces, cuando leo lo que escribo, me pregunto si mis papás no habrán sido, en realidad, íntimos primos hermanos). Afortunadamente, eso ya no me pasa.

Lo cierto es que el factor conductual se ha quedado presente. Y hoy por hoy, mientras más difíciles sean, creo que más me gustan. Y más me enamoro de ellas. Creo que es lo prohibido, lo oculto o lo misterioso, lo que lo hace más deseable. Y así, mientras que la contingencia te obliga a disimular, mantenerte oculto y, en público, tengas que obligarte a tratarlas con un punto de asexuada indiferencia; falsa paciencia y caballerosidad, ellas te tientan con miradas traviesas que pueden hacer que empieces a decir tonterías o incoherencias nerviosas. Y lejos de molestarme, o intentar descartarlas, me encanta. Más me amarro, más las deseo… más las extraño, ya sea en presencia y mucho más en ausencia. Ya recientemente lo comprobé… y aún lo siento.

Y aunque tenga que continuar poniéndole una señal de Stop a mis impulsos más primarios, le recomiendo se cuide, porque ya comienzan los últimos meses del año, donde todo se aligera, donde corren caudalosos ríos de alcohol, y son ocasiones perfectas para perder los estribos durante todo el año controlados y hacer todas las “maldades” inapropiadas. Quisiera prometerle que me seguiré comportando como un caballero, pero no sería leal ni consecuente con el chamo desubicado y temerario que también en mí habita.

Qué bueno que estés aquí…

17.9.10

Contigo en la distancia

Sin duda alguna, uno de los rasgos determinantes –cuando adquieres un pequeño uso de razón- que predominan en la unión de una pareja es la ubicación geográfica. Me explico: si hay una chica que te gusta y con la que estarías dispuesto a empatarte, una de las cosas que procuras averiguar con suma exactitud es dónde diablos vive, cuáles son sus coordenadas, cuáles sus linderos espaciales. Para muchos, eso es vital para determinar –al menos espacialmente- el éxito o el fracaso de la relación. En dos platos.

Creo que cuando uno es adolescente y aún ostenta primorosas conductas, candorosas y románticas, las distancias no importan, por muy kilométricas que sean. En lugar de maldecirlas, uno las recorre gustoso en nombre del amor floreciente y las acaba considerando un inspirador sacrificio cuya recompensa no tiene precio calculable.

En los albores de mi época de púber de chemise azul y pantalón de gabardina, vivía en las afueras de la ciudad donde me crié; y me gustaba una chica del colegio cuya casa quedaba en el este de la ciudad, una zona conocida pero, en mi restringida cosmología juvenil, venía a ser algo así como la cumbre del último cerro del fin del mundo. Pero en lugar de fatigarme y descorazonarme la sola idea de desplazarme hasta esos dominios remotos, me infligía un espíritu de aventura que no he vuelto a tener.

Para visitar a esa niña tenía que tomar tres autobuses, amén de caminar “cuadras llaneras” en subida, lo cual le daba a mi causa afectiva el sello místico de una procesión. Qué importaban el cansancio, el jadeo –pues estaba bastante gordito-, el dolor de las batatas y la sed si al otro lado estaba esperándome la niña que me gustaba, con su pelo lacio y falda de pliegues. Una vez me puse a inventar y me llevé la bicicleta –esgrimiéndole la excusa a mi madre de que íbamos un grupo de amigos al Parque del Este-.

Como pequeño Ulises redivivo, pedaleé y pedaleé enloquecidamente hasta que llegué, transpirando, al inexpugnable fortín donde moraba la fulanita. Sin embargo, tanta epopeya no sirvió de nada. Ella estaba castigada por haber salido reprobada en Matemáticas y no la dejaron verme. Maldije a sus padres, maldije a las Matemáticas y regresé triste, apesumbrado, sobre la bicicleta, con los brazos cruzados arriba del manubrio y cantando en mal inglés un tema depre de Bon Jovi.

Y rememoro esa escena de los tiempos del acné porque, más que un simple episodio, creo que se convirtió, hoy por hoy, en un sello conductual. En vez de decidirme –como lo haría cualquiera, seguramente- por evitar esos periplos agónicos y ser menos purista y más radical, las que me dan el flechazo siempre están lejos de mi radio de acción –con algún punto coincidente, si, pero lejos de mi residencia-. Así, mis instintos pasionales cantan a rin pelado los boleros que pregonan sofismas como “Contigo a la distancia” o “Cruzaré los mares por ti”.

Seguro que en este momentos muchos me estarán tildando de loco, pendejo e insensato. “Idiota, amor de lejos, amor de pendejos y felices los cuatro”, con el argumento –tal vez válido- de que, con vivir a cinco o seis kilómetros de distancia, es suficiente para tener la sensación de pertenecer a mundos diferentes y, ergo, cobijar la sospecha de posibles infidelidades por parte de la otra persona.

Pero a ustedes les digo, en mi mundo de elefantes rosados, LSD y quimeras cumplidas, mi capacidad de amar es una total neófita de los espacios, millas y lejanías. Soy un total bruto de los factores concretos y prácticos. No culpo a los que tienen los argumentos anteriores, y hasta quizá tengan toda la razón. Pero este imbécil confeso se lanzaría siempre el polo de kilómetros enteros por un sólo un beso de su boca. Allí está el módulo de comentarios para que me descarguen, pero piensen ¿Si el amor real está en un punto específico, no vale ser honestos y llegar? Además, corro con la gran ventaja, a diferencia de otros puntos geográficos, de vivir en el país con la gasolina más barata del mundo, para envidia de los amantes de otras orbes.

Lástima que en este preciso instante estés tan lejos…

7.9.10

Nunca me arrepentiré


¿Quién, en algún momento por pequeño que sea, no ha sentido que ha estado haciendo el ridículo en su legítimo propósito de enamorar o retener a alguien? ¿Quién no ha protagonizado, siquiera una vez, un episodio sentimental entre cómico, patético y absurdo? Todos tenemos memorizada nuestra propia colección de tonterías. Todos sabemos muy internamente de qué pendejadas conviene arrepentirse.

Sin embargo, en mi caso, debo confesar que esas tonterías son la forma en la cual habla mi plexo solar. Y nunca me ha gustado coartarle su libertad de expresión. Quizá hayan podido ser fastidiosas o fuera de lugar en muchas ocasiones –ofrezco disculpas si así fuere- pero es mi naturaleza impulsiva y mal portada. Pero no me arrepentiría de ninguna, y hoy intentaré matar el tiempo examinándolas, proyectándolas en mi cabeza como si fuera una película muda, en cámara lenta; cuadro por cuadro. Cierro los ojos, la película avanza en el ecran ficticio de mi cerebro y ahí estoy yo –siempre tan apresurado, tan kamikaze– sufriendo los estragos de mis más geniales estropicios amorosos.

No me arrepentiré nunca, por ejemplo, de haber abierto mi bocota para decir ‘te quiero, te adoro, te amo’ tan repetida e indiscriminadamente. No sé si será mejor dosificar esa expresión, ya el futuro me lo dirá pues, como dice García Márquez, la sabiduría llega cuando ya no nos sirve para nada. No me arrepentiré nunca de intentar –aunque de forma fallida- ser el enamorado perfecto, el chico Fisher Price que busca a su chica Hello Kitty. No me arrepentiré nunca de haber escrito semejantes desvaríos literarios –este blog es ejemplo de ello- y, en mis noches de soledad, haber compuesto, cantado, grabado y masterizado baladas francamente horrendas. No me arrepentiré nunca de mis celos. De sentirme un espía que espera el mejor momento para el ataque.

No me arrepentiré nunca de llenarte de escritos, de dejarte mensajes, de querer regalarte botellas de vino, de comprar películas fresa esperando verlas contigo, de haberme aprendido de memoria varios temas de Montaner (Dios, lo dije), de escribir miles de poemas, más de los estrictamente necesarios, de querer aprender a cocinar, cuando bien sé que soy un desastre delante de las ollas, las hornillas y las tablas de picar. No me arrepentiré de siempre buscar una forma de impresionarla, aunque a veces sienta que es una causa perdida. Ni de obsesionarme con tu presencia y querer forzar al destino a que juegue, aunque sea un rato, a mi favor.

Finalmente, nunca me arrepentiré de no arrepentirme, y sospecho que hay algo inútil detrás de estos 3.234 caracteres con espacios, según las leyes del inefable Word. Porque sé que mi naturaleza me hará repetirme, volver a embarrarla y regresar. Si hay alguna lección que aprender, nunca lo haré porque estoy realmente enamorado. Y quizá me castigue con grandilocuencia diciendo “pero cómo pude ser tan idiota de hacer eso”, pero en el fondo ya sé que, tarde o temprano, me envolveré en celofán y me pondré de encomienda a tu puerta una y otra vez, aunque el flete salga equivocado. Mi naturaleza así me lo demandará. Porque arrepentirse jamás será un mecanismo para expiar una culpa, sino una manera, divina por demás, de volver a equivocarse.

Te extraño

2.9.10

Me hace falta...

Una biblioteca; un lienzo y un pincel; más libros; un amor; menos sequia; un poco de lluvia; una esperanza; un cuaderno; una ilusión; escribir todos los días por lo menos una cuartilla; un lápiz; un perro; la sensación de volver a sentir; una camisa; un pantalón; actualizar este trasto de blog más seguido; la inspiración que me da; aquellos buenos recuerdos; dejar de lado las nimiedades que me asaltan sobretodo de noche; el momento en que perdí el camino; un jugo, galletitas chinas de la suerte; una curita; el día en que se supone te reencontraré, un beso tuyo....

Estoy encochinado...mejor comienzo por buscar café.

29.8.10

Demasiado Tarde


Mi último zapping madrugador, cada vez más recurrente y que se ríe de la infusión de Rosa Jamaica, la valeriana y de los antihistamínicos fue tomado por el grandioso y envejecido Sabina canturreando la que para mí es una de sus canciones más logradas: Princesa, cuya letra es un calco de un drama quizá para muchos recurrente y en que hoy pongo el dedo en mis propias llagas. Bien vale el esfuerzo luego de que el señor de Úbeda me diera bofetadas con el cuento de la chica que, aunque ya bordea la base tres, aún persiste en actuar como una alborotada e irresponsable veinteañera.

Eso en sí mismo –sufrir el trastorno de la adolescencia tardía– no me merece mayores reparos. Incluso a veces yo mismo me achaco la teórica incoherencia de estar casi llegando a la treintena y comportarme despistadamente como un desubicado carajito de 18. Y más fregado es cuando esa supuesta inmadurez va acompañada de un inaudito y sistemático método para batallar con el drama de la incorrespondencia o de la imposibilidad.

Pongamos las barbas en remojo. Muchas son las relaciones –quizá haya usted estado inmerso en una de ellas- donde una de las partes es gran animador de la fiesta: el romántico, el desinteresado, el incondicional, el fiel, el detallista; es decir, lo que para cualquiera–en el falso plano austral-romántico- vendría a ser el enamorado/a perfecto/a –o, para algunos, quizá el/la perfecto/a idiota-. El que se desvive para proporcionar comodidad al otro. Muchos hasta reprimen su clásica hiperactividad y cambian de hábito, envolviéndose en ropajes de comedidos y zanahorias, aunque nunca lo hayan sido.

Resulta curioso cuando, a veces sin querer, se alteran aspectos de la forma de ser solo para preservar la armonía. Si eso lo pone feliz y la pareja vale el sacrificio, pues bienvenidos sean los ajustes, el control, la autocensura y las variaciones de personalidad. El problema está cuando la pareja no es correspondiente, o es complicada. Allí sus instintos serán castigados con temporadas indefinidas de "break" que pueden hacer sufrir.

En una relación siempre hay un miembro de la pareja que tiene la sartén por el mango y que, cuando es consciente de eso, pues se termina aprovechando de que la balanza esté inclinada a su favor. Es difícil que dos personas se enamoren con la misma intensidad. Lo regular es que haya uno que seduce y otro que se deja seducir; uno que traza los planes y otro que los acata; uno que domina y otro que es dominado; uno que quiere más y otro que quiere distinto.

Muchos son los casos cuando uno de los dos –por variadas razones- lleva la voz cantante, la que decide cuándo salir, cuándo bailar, cuándo ir al cine. En muchos casos, las razones se convierten en verdades solo para no verse en la obligación de encararse. “No cabe duda que es verdad que la costumbre…” decía la balada ranchera. Aquí el amor raya en un entramado de dudas, caprichos e inconsistencias. Uno frega al otro, y con un llamado de atención, vuelve a ablandarse.

Es horrible la palabra "empepado", pero hasta que el lenguaje no encuentre una jerga menos vulgar que la reemplace de manera convincente, pues tendremos que seguir apelando a ella designar casos como éstos, tan vividos, tan comunes. Y duele más cuando se llega a vivir atado a una cama y al sueño optimista de que algún día eso se convierta en algo más real, más verdadero, más humano.
Quienes hemos pasado alguna vez por el terrible rito de la contrición amorosa y hemos apelado a esas peticiones sabemos lo duro que es esperar a alguien que se quede contigo y recibir a cambio tan solo una devastadora mirada de lástima, o una caricia de compasión o, peor, un tibio beso en la frente.

Espero que sean pocos –entre los pocos lectores de este trasto de blog- los que hayan identificado con esto. Para ellos, la fortaleza del gran Sabina quien cantaba “ya es demasiado tarde”. Qué valga para mí igual, de una u otra manera



25.8.10

Por la boca...

Se conocen en una fiesta. Conversan durante horas. Se gustan. Hierve la sangre y la piel. Antes de retirarse ÉL le pide el número de teléfono y a los pocos días la llama para invitarla a salir. Salen. A la segunda salida se dan un beso. Sin habérselo propuesto y del modo más natural, salen durante una, dos semanas. Cada vez se gustan más, se besan y abrazan con fuerza, se desean. Un viernes, después de ir a bailar, al cierre de la madrugada, hacen el amor en un hotel y les resulta sensacional. Salen durante uno, dos meses. Actúan como enamorados. Se telefonean cada dos días y se monitorean con mensajes de texto o por el Pin. Una noche, en la cama, en medio del fragor de la excitación, ELLA le dice a boca de jarro que lo ama. Es evidente que está más enamorada que ÉL (siempre hay uno que se enamora más que él otro). ÉL no quiere decirle que la ama, pues no está seguro de sentirlo, pero ahí, montado sobre ELLA, entrando y saliendo de su cuerpo, a punto del orgasmo, cree amarla y –pum– se lo dice balbuceándolo en su oído. ELLA no olvidará ese momento.

Progresan y continúan saliendo. Se sienten muy afines. Son casi una pareja formal, aunque nunca hayan formalizado su relación con preguntas obsoletas (aunque útiles) como “¿quieres estar conmigo?”.

Mientras más sexo tienen, ÉL se siente más compenetrado, más protector, más seguro. Entonces se tuerce la llave del destino por primera vez: ÉL deja salir al duende romántico que tenía exiliado en una gaveta de su cerebro y empieza a escribir poemas, a componer canciones, a hacer regalos de todo calibre y, sobre todo, a decir un montón de frases hermosas y grandilocuentes que –aunque son coyunturales– llevan el peligroso eco de lo eterno.

“Siempre te voy a amar”, le dice ÉL una tarde, a la salida del cine. ELLA lo abraza y deja caer un leve lagrimeo. No soporta tanta felicidad. Cree que, efectivamente, esas cinco palabras son la garantía de que ÉL nunca se irá de su lado. No sabe que esa frase (siempre–te–voy–a–amar) es solo un impulso, un hipo, un arranque honesto y bien intencionado, pero nada más. Decirle a alguien “siempre te voy a amar” es tan precipitado como asegurarle que dentro de dos semanas un camión cisterna se estrellará contra su casa, o que un aerolito caerá dentro de un año en su jardín.

Lo que ÉL ha debido decirle, en todo caso, es algo así como “hoy, aquí, mientras estamos saliendo del cine, acaso inspirado por la película romántica que acabamos de ver, siento que algo de mí te ama”. Pero, claro, nadie dice esa cosa tan ponderada, desmenuzada, racional y aburrida. A todos nos gusta soltar la lengua, creernos los actorcitos, irnos de muelas y empapelar nuestras relaciones con tempranas sentencias que, más tarde, cuando el amor pasional desfallece y aparecen las dudas, regresan como un boomerang a pegarnos en la cara. No es que las palabras y promesas carezcan de sinceridad, sino que sufren de tremendismo.

ÉL y ELLA siguen juntos cuatro, cinco, seis meses. Están relativamente bien. Ya no tienen tanto sexo volcánico como al inicio, ni van tanto al cine, pero, bah, son otros los lazos que los unen (si le preguntaran a ÉL, diría que los une la libertad incondicional; ELLA, en cambio, diría que los une la proyección, el futuro). De pronto, un día, ELLA plantea la formalización. Quiere que se coloquen mutuamente el cartel de ‘enamorados’ delante de toda la platea de amigos, parientes y demás. Ya basta de ser amigos que se acuestan. Si les ha ido bien hasta ahora, por qué no dar otro paso, piensa. Ahí se produce la segunda vuelta de tuerca: ÉL deja salir al mono neurótico que escondió en algún lado de su inconsciente y se asusta. Se resiste a cambiar las cosas y da un paso al costado. Le dice que no, que están bien juntos mientras sigan sujetos a su libre albedrío.
ELLA llora y le recuerda, una por una, todas las cosas que le dijo al inicio, todas las promesas, todos los regalos, pero sobre todo le recuerda el bendito día en que, a la salida del cine, le dijo “siempre te voy a amar”. ¿Dónde estaba ahora ese ‘siempre’? ¿Acaso había sido mentira? ¿En qué momento se evaporó el amor desquiciado y revoltoso de las primeras semanas?

Recientemente escuché una historia como la que arriba describo y, al oírla, pienso enseguida que las palabras que decimos son como grilletes que, sin saber, nos vamos ajustando en las muñecas y en los tobillos. Son como plantas carnívoras que nos mordisquean para que no olvidemos que nosotros les dimos vida al pronunciarlas tan impunemente. Nuestra pareja nos torturará mostrándonos, subrayadas si es preciso, las cartas de amor que les escribimos, los mails entrañables que les mandamos, el inspirado verso que una noche compusimos en una servilleta de restorán.

Como un ama de casa enfurecida que castiga a su perro arrastrándolo hasta la sala para que huela la mancha de orina que traviesamente dejó, así, igualito, nuestra chica nos refunfuñará para que no volvamos a prometer lo que no estamos en capacidad de cumplir.

¿Cuántas veces la han cagado con el alma por haberles dicho esas palabras preciosas que luego, como por arte de magia, se hicieron aserrín? O al revés: ¿Cuántos de ustedes han tenido que pedir perdón, cabizbajos, por no haber podido sostener en el tiempo una frase memorable que, en su momento, fue dicha con el corazón en la mano? ¿No les parece extraño que las mismas palabras que sirvieron para unir al final estimulen el distanciamiento?

Creo que el diccionario amoroso va variando en la medida que los sentimientos se transforman. Hay quienes afirman que el amor –es decir, el fogonazo, la pasión química que hace posible cualquier relación– dura solo unos pocos años. Cuatro, a lo mucho. Es como una gasolina de alta viscosidad que nos hace arrancar a velocidad hasta que un día, en medio de la nada, se agota. Por eso es sano pensar que el amor, igual que el combustible, no dura para siempre. Una vez que los músculos del corazón se relajan, son otros los afectos en juego: la amistad, la lealtad, la aclimatación a la costumbre, pero también el desapego, la rutina, el hartazgo, la indiferencia.

¿Cuánto dura el amor? Hoy no tengo idea -abogo que por mucho siempre- Cuando veo que hay abuelos que aún consiguen mirarse con ternura mientras celebran sus bodas de zafiro, oro, diamante y demás piedras preciosas, pienso que el amor es una preciosa y escasa virtud. Sin embargo, en la mayoría de historias esa magia se oscurece: las parejas se rompen; los matrimonios fracasan fulminados por las crisis; los casados recomiendan a los solteros mantenerse fuera; el divorcio se populariza. No entiendo. Pareciera como si el amor –o eso que juntó a un hombre y una mujer en un primer momento– ahora los agotara y los destruyera lentamente, como una droga: que te hechiza primero solo para matarte después.

Por eso –por el daño que pueden hacer involuntariamente ciertas frases y palabras– es que pienso que los discursos que los novios están obligados a pronunciar en la misa nupcial deberían revisarse a fin de estar cargados de un poquito más de realismo. No quiero sonar insolente, pero si me dieran a mí esa tarea, cambiaría muchos términos e incorporaría nuevas expresiones para aliviar la carga.

Para empezar, eso de “yo te tomo a ti como mi esposa” suena mal. Suena a que la otra persona es un jugo de naranja o una bebida hidratante. No, pues. Debería ser: “a partir de ahora eres mi esposa y yo asumo las consecuencias de eso”. Punto.

Segundo, eso de “prometo serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarte y respetarte todos los días de mi vida”, es tremendamente abusivo. El solo hecho de decirlo ya cansa, agota. Decirlo equivale a hacer cinco horas de spinning. Te quedas sin aire. Además, no es cierto. Para hacer honor a la verdad, uno debería decir: “intentaré serte fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad (siempre y cuando esté médicamente comprobada y no sea producto de un engreído arranque hipocondríaco). También intentaré amarte y respetarte algunos días de mi vida, no todos, porque algunos días te odiaré y querré que desaparezcas. Eso en cuanto a los días. De las noches, mejor no hablemos”.
Esas frases son algo más verosímiles. Traslucen mejor lo que ocurre en la vida de un casado (y lo digo habiendo recogido decenas de indicios y testimonios con el mejor ánimo periodístico).
Como si arriesgar todas esas promesas fuera poco, el sacerdote obliga a los novios a reafirmar sus palabras. Eso también tendría que modificarse, digo, en nombre de la calidad de vida de la pareja. El cura te habla del amor en la prosperidad, en la adversidad, en la riqueza y en la pobreza. Ahí –con el perdón del protocolo eclesiástico– convendría hacer algunas precisiones. Si uno va a empeñar su palabra infinitamente, que sea bajo circunstancias creíbles. Uno debería poder decir: “te amaré en la prosperidad y en la riqueza, siempre y cuando no abuses con frivolidad de las tarjetas de crédito; y te querré mucho en la pobreza y en la adversidad, en la medida en que no me pidas que te entregue el total de mi magro sueldo, porque necesitaré tomar un trago con mi patas de vez en cuando”.

El momento más cinematográfico de todos es cuando el cura, con voz ronca y estentórea, dice que los novios a partir de ese momento deberán estar juntos “hasta que la muerte los separe”. Uf. Qué responsabilidad. Hasta que la muerte los separe. ¿No es demasiado concluyente ese mandato? Humildemente, creo que uno no puede aceptar una unión en esos términos tan definitivos. Se debería precisar, primero, qué muerte es la que puede ser causal de separación: ¿solo la muerte física? ¿Y qué hay de la muerte emocional? ¿Qué hacer cuando se muere el amor? ¿Qué hacer cuando se muere la seducción y el erotismo? (Recuerdo un chiste corto: una noche, una mujer le dice a su esposo de 30 años “lo que ayer nos unió hoy no–se–para”).

¿Cómo actuar cuando la pasión es incapaz de convertirse en algo sustantivo por lo que valga la pena seguir juntos? ¿No es algo hipócrita mantener una convivencia mediocre, vacía, infeliz solo para no contradecir la promesa que se plantó delante del altar ante cientos de invitados?

Uno recurre a las palabras para definir un sentimiento puntual. Si el sentimiento cambia, las palabras deberían cambiar en igual velocidad. Ese es el problema. Nos demoramos en actualizar las palabras. Nos quedamos callados demasiado tiempo por el miedo a defraudar, no solo defraudar a la persona que tenemos en frente, sino por el terror que significa defraudarte a ti mismo.

Hace poco, un amigo –cuyo padre se separó de su mamá cuando él era niño– me contó así la decisión que había tomado de no separarse de la madre de su hijo: “No puedo divorciarme. Cuando mi hijo nació le prometí en silencio que su papá y su mamá siempre estarían juntos. No puedo fallarle. Yo no quiero ser como mi papá”. Yo me quedé absorto. Nuevamente era testigo de cómo las palabras del pasado capturaban a una persona que quería ser libre. Su matrimonio se caía a pedazos, pero él, por honrar un juramento que hizo en un momento de evidente felicidad, decidía inmolarse.

Las palabras de amor ampulosas son un juguete peligroso. Por eso, más que obedecer el dicho popular que aconseja “nunca digas nunca”, habría que considerar esta variante: “nunca digas siempre” porque, como dice el adagio sabio, "por la boca muere el pez".

No sé si sea cosa de los dos géneros. A veces pienso que los hombres somos unos parlanchines de mierda. Las mujeres son más auditivas. Nosotros ponemos Play y empezamos a lanzar todo tipo de ofertas y proposiciones sentimentales, en una suerte de acecho retórico. Ellas, más cautas, ponen Rec y graban todo en la memoria de su oído.

Y por eso abogo por tener siempre, tanto para enamorarle como para tenerle siempre, las palabras justas y genuinas para Ella

19.8.10

A lo pasado…

Confieso irredentamente que en mí sucedió lo que desde hace mucho tiempo esperé que me sucediera: mis criterios de selección de pareja se fueron -derechito y sin escalas- al mismísimo diablo. Se desbarataron todos, uno por uno. Se hicieron papilla en mis narices. No obstante, para este post, trataré de continuar el ejercicio de escribir como soltero cauteloso y cuadriculado, aunque realmente mi plexo solar esté echando chispas.

Supongo –y digo supongo- que uno fija sus requerimientos de búsqueda de pareja sobre la base de la experiencia, tratando de no extraviarse y repetir los escollos de antes. También supongo que todas las exigencias personales de cada individuo sirven de muy poquito pues, como se sabe, el amor tiene la magnífica facultad de hipnotizarnos y hacernos tropezar -como a Julio Iglesias- con la misma condenada piedra. Si no, pregúntense ¿Quién no ha vuelto a la escena del crimen para reincidir en un delito que sí cometió y que está dispuesto a cometer otra vez?

Pero, y es el centro de esto, de todos los criterios hay uno que puede ser realmente discriminante: El pasado. Cuando conoces a una persona interesante, tarde o temprano, te carcomen inquietudes acerca de su pasado. Crees lo que él o ella te dice, sí, pero igual quieres saber algunos detalles que han sido ágilmente omitidos. Quieres revisar su historia clínica para saber qué tan saludable se encuentra. Quieres chequear su currículo sentimental. Inspeccionar su hoja de vida y hasta verificar su récord de conducta. Todo bajo el manto del temor de que seas tú quien salga perdiendo.

Dirán ustedes que lo anterior es lo justo. Y es comprensible, pues ¿Cómo pensar en un futuro compartido si no husmeamos un poco en ciertos antiguos cajones cerrados? Si, es muy distinto ser el tercer enamorado de una chica que ser el vigésimo sexto. O, para ellas, es ciertamente revelador enterarse, por ejemplo, de que el chamo que quiere ser tu novio les puso los cuernos a todos y cada uno de sus anteriores novias. O que tal si esa niña linda que te gusta descubres que le llaman “La Foto carnet” –por eso de que se entrega a los cinco minutos- ¿estarías con ella igual?; o para ti mujer, si descubres que el muchacho bello y de excelente porte que te hace temblar es todo un patán, celópata obsesivo y machista redomado, ¿accederías a estar con él?.

A veces es mejor no saber y mucho mejor no preguntar nada. Pero cómo esperar que el o ella sea del todo transparente contigo si tú mismo sueles censurar cierta información de tu pasado tormentoso para no dañar la impresión que puedan llevarse de ti. Para muchos, hay secretos que es legítimo mantener bajo siete llaves. Yo pregunto, ¿hasta cuándo? Creo que lo más sabio –aunque aún para mi es todo un ejercicio fallido- es preguntar lo justo… en el momento justo.

Pero, con no poco temor, pregunto a quién me haya brindado la gracia de llegar hasta aquí en su lectura: ¿Tenemos derecho de acceder a los expedientes secretos de la persona que nos interesa?

Seguramente los puristas me dirán que no; que cuando uno inicia una relación se impone el “borrón y cuenta nueva”; que la confianza debe ser ciega y total, porque, además, “lo que no fue en tu año no te hace daño”. Para otros, los antecedentes pueden ser indicadores altamente demostrativos, ya que el pasado –objetivamente válido también- encierra algunos datos y patrones que sí podrían tomarse en cuenta al momento de iniciar una relación. “Dime quién fuiste y te diré quién me gustaría que seas”, podría ser un refrán que se ajuste a esta circunstancia.

Otros casos de discriminación son los hijos que, sin duda alguna, son una indeleble huella del pasado de la madre o del padre, un factor que la ligará para siempre con otros actores: el padre, la madre o los abuelos del niño. Otro que también sucede es cuando te vuelves a enganchar con una pareja con la que ya estuviste. Ahí tú mismo te conviertes en parte del pasado de ella o él. Entonces, cómo actuar. ¿Todo el tiempo que pasó entre que terminaron y regresaron debería importarte? ¿Deberías saber qué ocurrió durante esos meses o años en que no se vieron? ¿Conocer ese pasado es un acto de justicia o es puro masoquismo?

Creo que de este tema se podría escribir más preguntas que respuestas. En mi caso particular, a mi no me incomodan los hijos -al contrario, son bendiciones adicionales- y mi convicción es, que cuando sientes algo por alguien, el pasado no debería ser una carga sino un alimento. Porque, si te enamoraste de Ella o Él, te enamoras de todo lo que implica. Como decía en un post anterior, su pasado, sus vivencias y su experiencia es lo que hace que alguien sea alguien. Lo demás es lo que se siente… y eso es otra historia. Y eso sí es una pregunta justa.

Este es mi último criterio. Si alguien lo quiere hacer, espero me ilustre