28.7.11

La despedida


Cada palabra que no dice nada distorsiona el mensaje

Esta frase la llevo grabada en mi cabeza años, es de una antigua profesora de literatura que tuve en los últimos años de liceo y de la que a título personal se convirtió en amiga y en improvisada crítica y consejera de lo que escribía.

No solo tengo esa frase guardada de ella, otras como:

No por escribir con menos palabras lo que intentas decir es más bonito, hay que utilizar las justas, cada objeto, paisaje y situación necesita de su espacio, y eso son las palabras, espacio para colocar el mundo que solo tú ves. Las palabras tienen un solo significado, es el lector el que las tiñe de otro color, lo que tú tienes que hacer es convertir cada letra en el arcoíris.

Y muchas más. Susana, así se llama, es una de esas locas maravillosas que hablan por los codos y la mayoría de las veces no dice nada. Aún recuerdo la primera clase con aquella desconocida (en ese momento lo era, y asustaba) hace ya unos buenos años.

Era nueva en el liceo por lo que nadie la conocía. Entró en el salón vestida con un fino vestido azul oscuro, más propio de la noche que de las nueve de la mañana. Era alta, altísima, delgada, y lucía una melena larga, que siempre llevaba suelta al comenzar la clase y al finalizar acababa recogida en un moño que improvisaba con un bolígrafo transparente, azul, siempre azul, que deshacía antes de salir por la puerta.

Se sentó retirando sus gafas de sol y alzando la voz soltó la primera frase que nos descolocó a todos:

-Si tengo que subir todos los días todas esas escaleras… coño, lo siento, pero habrá días que ni venga.

Una carcajada invadió el salón, ahora pienso que lo soltó para ganarnos, y lo logró. Parecía altiva pero no lo era, incluso parecía muy despistada, poco a poco nos dimos cuenta que con ella todo era un juego, hasta su personalidad.

Soltó su maletín morado sobre la mesa y sacó un documento manuscrito, se levantó y colgándolo en la mesa de metal dijo:

-Aquí hay una lista de 120 libros que yo considero que deben leer, no les pido que los lean todos, aunque deberían, sino que les voy a proponer un trato.

Y aquí empezó el juego.

El primer lunes de cada mes, uno por uno me entregará el libro que decide leer de la lista, la mayoría están en la biblioteca y son treinta alumnos. Se pueden poner de acuerdo para que así no tengan que gastar mucha plata. Ese mes lo leerán y al mes siguiente, el primer lunes, junto el próximo libro que vayan a leer me entregan algo escrito sobre el libro, puede ser un resumen, un comentario de texto, una crítica, etc… lo que quieran. Yo ahí me reservo mi poder que tengo y los calificaré, pero no habrá teoría, no habrá exámenes y las clases serán otra cosa que les iré enseñando. Eso sí, con esta opción la nota máxima será un dieciocho, quien quiera el 20, tendrá que hacer lo mismo cada dos semanas. Si no quieren eso, aquí tienen el programa y ya.

Acto seguido se sentó en la mesa más cercana a la primera ventana, la abrió, medio sacó la cabeza y encendió un cigarro. Nos dejó a todos petrificados, no sabíamos qué hacer, hasta que yo ajeno a los cuchicheos de la gente sobre "que bolas esta caraja fumando en clase", me levanté y fui directo a la lista de libros. Yo quería esa opción e hice algo para convencer a todos de golpe, me di la vuelta y dije:

-Hay muchos de los que ya nos hicieron leer años pasados.

El voto fue unánime, la clase de literatura de ese año sería algo sencillo, lo que no nos imaginamos era que iba a ser la mejor asignatura de aquel año y de muchos, la que todos deseábamos ir.

El primer lunes todos fuimos con el libro que íbamos a leer, digo el primer lunes porque el resto de clases de la primera semana no se pasó por clase. Yo llevaba mi copia de Crimen y Castigo, acababa de leerlo en vacaciones.

Hay libros que tienen una edad para comprenderlos en su magnitud. Solo recuerdo que en aquél primer trabajo escribí una conversación más, inventada por mí del protagonista con el policía, realmente era una basura, intentar alargar la parte del libro más brillante fue una estupidez por mi parte, pero encantó a Susana. A la mañana siguiente de entregar mi trabajo me hizo llamar aparte y comenzó a hablar, tanto, que se me fue el resto de la mañana hablando con ella.

Así era ella, no entendía de normas, solo de historias, y allí junto a ella descubrí que así quería hablar yo. Saltaba de un libro a otro, parecía que viviese metida en cada uno de ellos, sus manos, su boca, sus ojos eran una página diferente, se iluminaba, gritaba, se levantaba, reía, era pura pasión, en mi vida volví a conocer persona que hablara con tan enorme devoción por los libros.

En aquella conversación, casi monólogo, es cuando oí por primera vez las frases que arriba les cito, hablaba y hablaba y en aquel momento no comprendía por qué, hasta que de un golpe en la mesa se paró en seco, de pie, tras la mesa, mirándome a los ojos y me dijo en un tono serio que me asustó:

-Pero… ¿comprendes por qué te digo todo esto?

Yo respondí casi titubeando:

-Sí, que lea, ¿no?

Y entre una sonrisa que se esforzaba por esconder me dijo:

-Lee para vivir, lee para escribir, escribe para vivir, pero hazlo sin palabras.

Y así me dejó, sin palabras, en aquel momento no comprendí qué quiso decirme. Fue en los meses siguientes en los que yo le entregaba los libros que había leído, los cuentos, relatos, pequeños escritos que había hecho, debatíamos, me aconsejaba, me gritaba y criticaba muy duramente, si tenía que decir: “Esto es una mierda” no lo maquillaba, lo gritaba a los cuatro vientos, pero a mí me divertía, me servía.

Esa relación llega hasta hoy en día, sigue gritándome, sigue rompiendo las hojas de cosas que escribo, sigue llamándome “tú, el de Crimen y castigo”.

Les cuento esta historia real de mi vida no para decir que por ella escribo, ya lo hacía mucho antes, sino para rescatar aquella frase que en un principio no entendí y que ahora entiendo:

Escribe sin palabras.

Eso es lo que intento, olvidar las palabras y escribir sentimientos, cada sustantivo, cada artículo, cada verbo tiene que llevar inmerso una voz, un gesto, un deseo, un rostro. Olvidar las letras, ellas no dicen nada, convertirlas en realidad en la cabeza del que lee. Eso intento y eso quiero explicar.

Este blog ya creo que cumplió su ciclo de vida y este será el último post que escribo con la regularidad que llevo haciéndolo desde hace días. Aunque ya no cumple (o eso creo) con su subliminal fin último, no puedo negar que me ha servido de entrenamiento para conseguir una disciplina que había perdido. Un día me dijo una amiga

“¿Quién te dijo a ti que por ser un relato para un blog no debías dejar la piel? Es lo que lo distingue de los cientos de blogs”

Y ahí está el problema, cuando escribo un relato lo sigo teniendo días en la cabeza, le doy vueltas, lo reviso, pienso si de otra forma sería mejor.… cosas que me quitan mucho tiempo.

No es una despedida, estoy seguro que alguna vez publicaré algo, segurísimo, pero por el momento lo dejo suspendido, también él y ella deben descansar.

Gracias a los pocos que lo siguieron, a todos los que alguna vez leyeron o echaron un simple vistazo, gracias a quien inspiró todo esto. Gracias a ustedes volví a tener confianza y lo que es evidente, volví a escribir. Mis letras siempre serán suyas...

¡Gracias, La Gerencia!

15.7.11

La Muerte



Un vaso de ron que hace juego con la botella a medio llenar. La luz de una lámpara viejísima que extrañamente tiene más vida que todos los aparaticos que ha ido comprando en los últimos meses. El mono del último pijama que se compró. Pies descalzos. Una franela anchísima gracias a su pérdida de peso que lleva con él toda la vida, desteñida y hasta con huecos. Cuatro cajas de cigarros. Todo bien colocado sobre la cama, al lado de la computadora portátil y unas cuantas hojas llenas de borrones, tachones y letras ilegibles.

Ese ha su pequeño ritual de todas las noches, justo después de las doce. Lo ha convertido en una manía. En cuanto el reloj despertador daba las doce, se sienta frente a la computadora, daba la tecla de encendido y agarra el control del equipo de sonido. Lo enciende inundando todo el espacio de piezas flamencas que le traen recuerdos imborrables.

Prende un cigarro. Tras la primera calada, aguanta el humo en sus pulmones hasta que siente el burbujeo, el grito de auxilio del cuerpo que se queda sin oxígeno pero cada vez más relajado.
Abre el documento donde guarda el escrito, relee las últimas páginas y comienza a escribir. En un principio ni sabe que es lo que escribe. Ya el efecto del ron no le deja diferenciar lo que quiere escribir con lo que realmente escribe, eso le gusta. Además escribe sobre lo mismo. Las historias no son el centro, sino su protagonista. Casi es automático, realmente escribe sobre ella en cada cuentito. Lo que cambia son los paisajes y el hilo. Su posición cuasi holgada e ha facilitado varios lujos, como el escribir de noche y dormir por la mañana. Se siente más cómo así, pensando que el mundo ha muerto y él poco a poco, lo va reconstruyendo entre volutas de humo.

Ella camina despacio, no sabe que es lo que sigue pero un pálpito le ha hecho llegar a este parque inhóspito, la niebla cubre el horizonte y el ruido de las hojas secas bajo la presión de sus pies dibujan un paisaje tenebroso. Siente que a lo lejos….

-Ya deja eso. Tengo frío. Llévame a casa, aquí ya no hay nada que hacer.

-Pero… ¿Quién ha dicho eso?

-Parece mentira que tú me hayas creado y nunca te hubieras imaginado mi voz. Soy yo.

-Pero… Eso no puede ser.

-Jajaja ¿Cómo que no soy real? Soy tu musa y me niegas. Estoy cansada. Mucho tiempo juntos y nunca me he quejado de nada. Hoy lo que has fumado te ha sentado muy mal.

Se levanta muy confuso, ha sido una experiencia muy extraña. Lo explica como los efectos del ron que siempre le hace poner los ojos chinos. Contrariado, se dirige a la cocina y se hace un café. Se sale de la rutina, pero hoy algo extraño ya la ha roto. Se relaja mientras espera que la cafetera comience con sus vapores a avisarle que está listo. No quiere pensar en lo que acaba de vivir, es una alucinación y como tal, no debe alimentarla.

Una vez despejado se dirige de nuevo a la cama y comprueba que todo lo que acaba de escribir está borrado y en su lugar está otra trama que él no ha escrito. Ella, en vez de estar en la calle se encuentra dormida plácidamente en su cama. No entiende nada y comprueba las notas de las hojas desperdigadas por todos lados. En ellas verifica que en ningún momento tenía pensado escribir lo que está escrito. Borra letra por letra hasta que otra vez la misma voz:

-Otra vez tú, me has despertado.

-¿Cómo que te he despertado, si ni siquiera te he puesto a dormir?

-¡Yo no soy una carajita! Yo sé acostarme sola.

-No quiero decir eso. Digo que yo no he escrito que estás durmiendo, tenías que estar camino al tren donde ibas a encontrarte con el otro protagonista

-No. Te he dicho que no voy a ir. No me apetece, hace frío y el cansancio no deja moverme. No me muevo de aquí.

-¿Cómo que no? Yo te he creado… espera, no puedo estar discutiendo contigo esto. No puede ser, me estoy volviendo loco.

Ella sigue dormida, el caso se está complicando. Piensa que puede ser la primera vez que necesite ayuda….

-¡Eh! Para, eso no lo estoy escribiendo yo.

-Por favor, déjame dormir y no seas pesado ¿Cuánto tiempo llevamos juntos?

-Diecinueve meses ser exactos. Casi 70 escritos y tres cuadernos de anotaciones que yo he escrito.

-Pues por eso. ¿No estás ya cansado de pelear con la razón y el corazón? ¿Con la gramática y la intensión? ¿Por qué no acabamos con esto? Merecemos descansar

-Pero… ¿Qué quieres decir, que te mate? Te lo repito, no eres real.

-Entonces ¿por qué sigues hablando conmigo?

-Porque tú me hablas.

-Y tú. ¿No estás cansado?

-Bueno yo…

-Tú vida ha cambiado en pocos meses. Estás solo porque no tienes a nadie. Estabas todo el día ocupado escribiéndo lo mismo una y otra vez. No sales de casa, no tienes amigos, tu única afición es hacerme correr por todos esos sitios que tu dibujas una y otra vez. ¿Por qué no acabamos con todo?

-Yo, yo… yo no podría. Si te pierdo a ti, lo pierdo todo.

-Pues eso. Te lo repito, ¿Por qué no acabamos con todo, con nosotros?

-¿Qué? ¿Quieres que nos matemos los dos?

-¡Mírate! Eres un joven/viejo acabado, borracho, que vive de noche porque no se quiere ni cruzar con la asistenta que le ayuda con las cosas de la casa. No te relacionas con nadie más que contigo y por ende conmigo, porque yo soy tú. Y si yo estoy cansado es porque tú ya no puedes más, ¿lo entiendes?

-Tiene sentido.

-Pues eso, ¿qué hacemos?

-Tú sigue durmiendo mientras yo lo pienso.

-Gracias. Si no lo haces, al menos déjame dormida unos días.

Convencido de lo que ha hablado con ella, se sienta en el sofá y piensa en el fin de los dos. Para ello lo que tiene que hacer es seguir escribiendo. Que vaya a morir no quiere decir que no cumpla con el plazo que tiene para elaborar sus escritos, pero lo tendrá que seguir haciendo en un cuaderno, debe dejarla dormir. Se lo ha prometido

Tras dos noches acabando deprisa el final del que ha sido su única amiga durante mucho tiempo, se da cuenta que no ha pensado en su final, pero no duda, será un clásico, con pastillas.
- Despierta, ya está. Bueno, espera, se me olvidaba.

Ella, tras unas horas reparadoras de sueño abre los ojos y encuentra la habitación tan vacía como la había dejado.

-Hola. Espero que me despiertes para darme buenas noticias.

-Te despierto para que me acompañes. Me he tomado el frasco de estas pastillas, son mis últimas horas.

-Bien hecho. Por fin podrás descansar. ¿Y yo?

-Tranquilo, ya he escrito tu final. En cuanto empiece a sentirme mal te vuelvo a dejar dormida y en cuanto impriman el libro vivirás tu última aventura. Te adelanto que no tendrás que hacer mucho y no sufres.

-Genial, si pudiera llorar lo haría.

A la mañana siguiente. Su asistenta entra como todos los días puntual a su cuarto para llevarle la taza de café. Lo encuentra tirado sobre la computadora en el lugar donde debería ir la almohada. Se extraña ya que es la primera vez que lo ve en ese estado. Lo llama y al no hallar respuesta se asusta y le toca. Está frío, el miedo la paraliza hasta que con pocas fuerzas y menos ganas se agacha para poder ver mejor su rostro. Comprende que no está dormido.

La policía en el registro de la habitación ve claramente las señales del suicidio, la botella de ron, el frasco de pastillas vacío, las colillas de cigarro que llenan el cenicero, cientos de páginas en blanco y en la pantalla el cursor parpadeando sobre una hoja completamente en blanco tras dos palabras, solo dos palabras en toda la habitación:

Somos libres

8.7.11

El Juicio




-Pase por la puerta de la derecha, siéntese en la silla con las manos sobre la mesa. Así, ahora mismo volvemos. ¿Está bien? ¿Quiere un poco de agua? ¿Llamar a su abogado?

-No, no lo llamen, no hace falta, y sí estoy bien, gracias.

Se encuentra sentado en una habitación casi vacía. Una mesa, una silla y un gran espejo es lo único que rompe con el blanco cegador que predomina en toda la sala. No piensa, no sabe en qué pensar, solo quiere que todo acabe, no entiende por qué le está sucediendo esto, se supone que no debería ser así.

-¿Todo bien?

-Si perfecto, ¿qué hago aquí?

-Usted fue encontrado en el lugar de los hechos. Debemos hacerle unas preguntas; espero que colabore y no ponga ninguna resistencia.

-Pero es ridículo, todo está claro.

-Eso lo diremos nosotros. ¿Podría hacer un resumen de las cosas que hizo el último mes?

-Es evidente que...

-Limítese a contestar. ¿Entonces no niega que conocía a la víctima?

-Claro que la conocía, fue y sigue siendo…

-Con eso me basta. ¿No niega que el arma con la que se cometió el crimen fue encontrada en su mano derecha?

-No, no lo niego.

Se derrumba, no aguanta la presión y deja brotar las lágrimas que lleva tiempo reteniendo. No se arrepiente de lo que hizo pero hablar de ello le está trayendo muchos recuerdos.

-No llore. ¿Qué relación tenía con la víctima?

-Ya no lo sé, hace mucho tiempo que no hablabamos, ya no nos entendíamos, ya no nos mirábamos, todo era frío. Me hacía sufrir mucho. A veces la idea me rondó en la cabeza, nunca lo abandoné

-Entonces ¿no niega que le mató?

-Sí, porque ya no lo soportaba, no aguantaba más. Usted no sabe lo que es vivir con esa incertidumbre, ese dolor por dentro, enquistado en lo más profundo. Toda tu energía se gasta, no podía pensar en otra cosa que en la muerte. Creo que él no me entendía, aunque lo sabía. Creo que para él fue liberador, bueno para mí, ya no sé ni lo que digo, me está confundiendo.

Está nervioso, ha entrado en su juego. Creía que todo estaba claro, pero sigue sin saber por qué le pasa esto. Es torturador hablar de ello. Se recuesta en la silla hacia atrás y fija la mirada en un punto del techo, mirando a ningún lado logra abstraerse y se olvida de la situación.

-Señor, le rogamos que colabore, si no contesta tendremos que seguir con el interrogatorio.

Ya no escucha nada, está solo en una habitación blanca, sin mesa, sin silla, sin nadie gritándole al otro lado, solo una luz tan intensa que le impide ver. Cierra los ojos.

Se queda así durante minutos, horas, puede que sean siglos. No siente nada más que la oscuridad tras sus párpados. Piensa que es extraño que le hayan dejado tanto tiempo con ellos abiertos y los abre. Sigue sin entender nada.

Le cuesta reconocer dónde está. Ya no es esa habitación en la que le estaban interrogando. Justo frente a sus ojos reconoce la habitación donde duerme. ¿Todo ha sido un sueño? Se acerca y llama suave, pensando que no es real y su mano atravesará la puerta. Empieza a desvariar, todo tiene que tener una explicación.

Sus nudillos hacen un pequeño ruido casi inaudible, es real y llama más fuerte, cada vez más fuerte. La inseguridad que le provoca la situación se está convirtiendo en rabia. De repente e instintivamente palpa con la mano derecha su bolsillo del pantalón, para su sorpresa encuentra las llaves de la puerta

-Claro, estoy en casa.

Empieza a olvidar por qué está aquí. La cercanía a sus cosas una vez dentro de la casa le envuelve en una atmósfera conocida. Ya no recuerda la habitación blanca, las preguntas, el hecho que le ha traído hasta aquí.

Respira hondo y deja las llaves a un lado. Se mira de refilón en el espejo y ve algo extraño en su cuello, como una sombra. No lo da importancia, está cansado, solo quiere dormir durante horas, días, años. Desconectarse de todo.

Camina despacio, todo el cuerpo es pesado. A cada paso siente que no tendrá energía para dar el siguiente. Las imagenes en su cabeza, los recuerdos, hace que se quede petrificado. Está tan cansado que no puede ni reaccionar. No distingue al intruso, se frota los ojos pero lo ve todo borroso. Todo vuelve a ser extraño, sin embargo sigue sintiendo esa familiaridad que recibió al abrir la puerta de su pecho.

Le gustaría que el agente que tantas preguntas le hizo estuviera aquí y viera todo lo que realmente pasó para que así se diera cuenta de cómo fue la situación.

Es extraño verse a sí mismo, en todo momento recuerda todo lo que sentía, pensaba. Ahora está abatido sobre la mesa, pensando que no encuentra mejor solución, que lo tiene que hacer, que lleva mucho tiempo aplazándolo por si mejora pero todo es más oscuro.

-Ahora me levantaré.

Lo dice en voz alta y rápidamente se lleva la mano a la boca. No quiere que se oiga, pero piensa que puede que sea como en las películas, y no se percatará de su presencia. De todos modos esto ya pasó, no habrá nada que lo cambie.

Se oye el cerrar la puerta y dirigirse a la cocina, es el momento y se sienta en el sofá pequeño, el que está junto a la tele, desde ahí lo verá todo sin molestar. Extrañamente está nervioso, no todo el mundo tiene la posibilidad de ver lo que él va a ver.

Sus ojos totalmente expresivos. Siempre lo fueron.

-¿Por qué no lo hice antes?

Se sienta en el suelo del salón, sobre la alfombra. En la mano empuña un cuchillo muy afilado, sabe en lo que está pensando:

En algún sitio he leído que los que se cortan las venas son los que realmente quieren vivir, solo quieren llamar la atención, es mejor un corte fuerte en la garganta, sin dudar, además de no tener marcha atrás es más rápido y no duele tanto

Casi se levanta para decirle que es falso, que morirá igual sea como sea, pero que el dolor es insoportable, que igual es el dolor lo que hace que mucha gente de marcha atrás. Casi lo hace pero recuerda que esa ya no es su vida, ya acabó con ella, sin embargo se coloca de rodillas y se mira fijamente a los ojos, quiere asegurarse que en ningún momento se arrepintió.

Alza el cuchillo y mira su reflejo en el filo, no le tiembla la mano, está decidido, tira para atrás la cabeza y en un primer tanteo se acerca el afilado arma y hace una prueba. Está tan afilado que se hace un corte fino del que no para de salir sangre.

-Un, dos, tres…

El cuchillo atraviesa piel, carne, nervios, venas, lo atraviesa todo con facilidad. Él sigue de rodillas viendo la escena, viendo como la sangre brota mientras hace extraños ruidos con la garganta. La sangre sale de su cuello, de su boca, de su nariz, pero no siente asco, dolor, arrepentimiento, no, nada de eso, mientras ve como se escapa su vida, sus sueños, sus esperanzas por esa herida. Pero no hay liviandad, no hay 21 gramos... no hay olvido. No puede olvidar

Un último intento de respirar y luego todo negro.

1.7.11

La condena



Sólo con el mar hasta que la noche lo cubre todo de oscuridad y lo invita a perderse. Así es como esta pasa las últimas noches. Lo mira, lo siente y lo oye, aunque últimamente ya no le escucha, esta cegado, encerrado en un sólo pensamiento, el mar lo ha abandonado, lo ha engañado.

Su relación con él siempre ha sido muy cercana. El mar ha sido testigo de todos los momentos importantes de su vida. En él aprendió a nadar, a reír, a soñar. En viejas épocas, su familia hacía pequeñas mudanzas a la arena y pasaban horas tumbados bajo el Sol, para todos eran simples vacaciones, momentos para desconectar, para él eran largas conversiones interiores con el mar.

Mientras los demás jugaban con las raquetas en la arena, él se quedaba sentado cerca del lugar donde las olas rompían y lo miraba, lo escuchaba. Era una relación secreta, sabía que no podría contárselo a nadie o lo tomarían por loco. Cómo contarlo, cómo explicar que el suave sonido de las olas, el brillo, los reflejos, el horizonte en calma le traían mensajes que en su cabeza se reproducían en paisajes, sentimientos que ningún otro captaba.

Fue testigo de los años en los que la duda, la culpabilidad le corroía las entrañas. De su liberación y de su primer amor. Se pasó meses contándole justo en el momento que la tarde caía serena sobre sus aguas, lo que le gustaba de él, lo difícil que era todo y lo nervioso que se sentía porque pensaba que era correspondido.

Una tarde de fin de semana se fue con unos amigos a mermar el tiempo de descanso, entre ellos estaba ella, llevaba semanas creyendo que ella también le miraba con ojos deseosos, lo sabía porque todas las noches veía esos mismos ojos frente a los suyos, mientras pensaba en el rostro que tan nervioso lo ponía.

Recuerda que era fin de semana y habían bebido algo, no mucho. Se había apartado del grupo y como siempre, estaba sentado mirando el reflejo de la luna sobre el agua del mar, un mar oscuro, denso, que esa noche atrapaba por completo su atención, tanto, que la vio acercarse lentamente por la espalda y sentarse a su lado. Hasta que no le puso la mano sobre la suya no cayó en tan sorprendente compañía. Se miraron a los ojos y todo se apagó a su alrededor, todo fue negro, sólo ellos eran luz brillante, tan profunda que la luna se dio la espalda y se volvió oscura.

Recuerda haber visto el reflejo de aquel beso y de la unión de los cuerpos con el mar a lo lejos como testigo, un beso eterno, de los que desmoronan todos los cimientos y crean nuevos caminos, nuevos paisajes. De aquel momento se le había grabado el reflejo de los dos junto al mar y el fuego que aún hoy ardía en su corazón. Siempre el mar protagonista de todos los recuerdos.

Y por eso esta él allí hoy, sentado en la arena, con el frío y la humedad entumeciendo sus huesos. Las lágrimas cayendo una a una, lentamente por sus mejillas. Le pregunta una y otra vez, por qué se había marchado, él fue testigo de todos esos momentos de felicidad. Pensó que ella lo retendría, sin embargo lo abandonó, surcando el agua sobre un barco, sobre el mismo mar que él tanto quería.

Hace sólo semanas que estaba cerca del lugar en el que se encontraba ahora despidiendo con lágrimas en los ojos el barco que se llevaba a ella a otro lugar, lejos de su piel, de sus manos. Hace días pensó que el mar se la estaba arrebatando porque sentía celos del amor que le daba al mundo y no a él.

Esperando que el mar le de una respuesta, una explicación como antes lo hacía, pero hoy no lo mira directamente, mira el horizonte que se lo tragó perdiendo la última imagen de la persona que ama. Sabe que el mar le ha hecho suyo, que pertenece a él y por eso no es capaz de abandonarlo.

Sigue sentado, como siempre, junto al mar, en el sitio donde las olas rompen, resignado a pertenecer a su soledad eternamente.


Sólo con el mar, ahogado en él.

25.6.11

El Llanto



Son deprimentes los días con lluvia

Esa frase le venía a la cabeza por alguna razón, en algún momento alguien se lo había dicho o lo habría leído en algún lugar. No tenía seguridad, pero cada vez que llovía y caminaba por la ciudad, venía a su mente aquella frase e interiormente sonaba una y otra vez. También recordaba que esa frase le había marcado porque pensó enseguida: Ahora lo entiendo, bajo la lluvia es más fácil llorar y ocultar las lágrimas.

Fue un día de esos, lluvioso, de esos que abundan por esta ciudad por éstos días. La ciudad estaba completamente encharcada e iba mirando su reflejo en cada pequeña laguna que se formaba sobre los baches del asfalto. Era un día de esos porque se recordaba una y otra vez la frase y estaba llorando. Nadie miraba, era completamente libre para llorar sin el temor de que alguien se compadeciera. Adolecía de mostrar su confusión, sus dudas y pena; la peor parte que se puede mostrar a los demás es pena. Había que hacer el esfuerzo inquebrantable de buscar los rincones donde esconderse para derrumbarse, como todos.

Caminaba despacio, saboreando cada reflejo dibujado en el agua, imaginando que las ondas no las provocaba la lluvia, sino sus lágrimas. Se imaginaba inundando la ciudad, llenando los ríos, rebosando el mar con sus oscuras lágrimas. Se imaginaba como una gran cascada de soledad.

No era la primera vez que lo hacía, la verdad que cada vez que caían las primeras gotas de lluvia, instintivamente cogía su paraguas y salía a la calle, era como una llamada a su fuente interior, la lluvia llamaba a sus lágrimas, se había convertido en un ritual. No lloraba por nada en concreto, a veces no, pero era muy necesario, una forma de desahogo.

Hoy es diferente, hoy siente que algo se ha quebrado en su interior. Creía que iba a renovarse como otras tantas veces, pero la lluvia no cesa, al igual que sus lágrimas, y las de hoy vienen acompañadas con viejos recuerdos, oníricas imágenes. Sin saber por qué, hoy se acuerda de su madre, de sus hijos, de sus amigos, de todo el tiempo vivido en soledad, de todas las vidas perdidas por el orgullo, de todos los rincones visitados y los que nunca visitó. Hoy se han abierto las compuertas y de repente ve con claridad, como si alguien hubiese dibujado un esquema de lo que es y de la vida que ha recorrido, hoy ve sus miserias y la lluvia no es capaz de ahogarlas. Hoy se hace realidad uno de los mayores temores que siempre ha tenido: el darse cuenta de todo y volver a recordar todo aquello que creía enterrado.

Piensa que eso pasa por haberlo guardado todo. Realmente en su interior sabía que un día llegaría, pero lo que más rabia es que la lluvia sea la culpable. Siempre pensó que era su aliada, con quien crea, con quien se desahoga, la mano sobre el hombro que alguien te tiende para sentir que no estás solo, desamparado. Hoy la lluvia cometió traición.

Un pensamiento le viene a la cabeza, una explicación del grandioso torrente de emociones que invaden su cuerpo; la lluvia está cansada de ser utilizada como paño de lágrimas y le ha devuelto la tristeza que había traspasado. Esos charcos hoy se convertían en espejos que reflejaban su yo verdadero, ese que lleva años intentando ocultar bajo todos esos disfraces de inquebrantable, inteligente y fuerte que se ha construido durante los años de frías soledades y ocultas apariencias. Hoy la lluvia le lleva de la mano en un viaje interior.

Las lágrimas no cesan pero los ojos ya no miran la lluvia. Están cerrados, intentando contenerlas sin resultado. No sabe qué hacer, se está convirtiendo en lluvia mientras todas sus entrañas arden azotadas por las llamas del pensamiento.

Abre los ojos y ve su reflejo en el agua, su triste reflejo negro y no sabe qué hacer, cómo parar esa sensación. Se siente acabar, no cree que pueda recuperarse, todo a su alrededor es oscuridad, por fin es de verdad; y ese es uno de los mayores dolores cuando tu vida ha sido un enorme esfuerzo por ocultarte a los demás, ocultarte a ti mismo.

Sigue caminando, debajo de su paraguas que ya no le sirve. Sus lágrimas son más fuertes que la lluvia. En un intento de alzar la cabeza y volver a la normalidad a lo lejos ve una pareja gritando, solos en la lluvia, enfoca su borrosa mirada y puede ver el rostro de los chamos: asustados, destrozados. Eso le hace reconocerse. Así fue su despedida. Entonces lo entiende todo, llora con la lluvia no porque sea más fácil, si no porque fue testigo de un recuerdo doloroso, el soundtrack de la ausencia.

Son deprimentes los días con lluvia

22.6.11

La Soledad



Se levanta, mira por la ventana, se despereza, va a la ducha, se mira en el espejo, se sonríe, se ducha, se viste y antes de salir de casa mira hacia atrás, dentro de las habitaciones, oscuras, deshabitadas.

Trabaja casi sin cruzar palabras con sus compañeros. Come junto al escritorio. Su trabajo le resulta insustancial, rutinario, pero como todo lo demás. A la salida, cualquiera le invita a algo. Siempre rehúsa, siempre pone excusas. La hora justo a la salida del trabajo es la mejor hora del día. Gusta mezclarse con la gente y caminar, sin mirar a nadie. Es cuando más soledad se siente, cuando hay más gente alrededor. Respira la ciudad y ve apagarse la luz de cielo para ver como poco a poco va siendo sustituida por la luz artificial de los avisos de bares y locales que, a esas horas, reúnen a la gente que huye de la soledad agolpándose en espacios pequeños y ruidosos.

Su casa está lejos pero siempre camina despacio. Nadie espera, no tiene prisa. Cuando llega a su calle se detiene en el abasto y se coloca unos lentes de sol pues la luz tan potente del espacio es cegadora. Carga las bolsas, en su mayoría botellas que vaciará en su casa. Se introduce en su escalera y sube los pisos andando, nunca agarra el ascensor, no por miedo a un desperfecto, si no por miedo a tener que compartirlo con algún vecino. Prefiere ser invisible, lo busca y lo consigue, poca gente le ha entablado palabras.

También subir las escaleras con peso es una forma de castigo, se flagela. Abre la puerta de su casa y la encuentra tal y como la dejó, vacía, oscura. Son pocos muebles los que se ven. Poco a poco se ha ido deshaciendo de todo, sólo se quedó con lo básico, no necesita más: su música, su cama, su cocina, su libros, sus cuadernos y su computadora. Es un animal que hiberna entre libros, discos y alcohol.

El resto de su vida lo ha rechazado, tirado a la basura junto a todos los demás muebles. Cree por un momento en esa forma de vida y no le encuentra diferencia con la búsqueda de los demás. Arroja las bolsas sobre la tarima junto a la nevera e introduce la compra, las botellas. Sabe que es un problema pero lo ha decidido, no quiere ponerlo solución. Enciende el reproductor y activa una melodía que aún la eriza la piel, por eso sabe que no ha fallecido. La voz de Rosario cantando Algo Contigo le hace volar cada vez que la escucha. Arden las entrañas y brota el fuego en los ojos, en las piernas. Relaja el cuerpo, respira y baila, vuela en una niebla oscura que habita dentro del apartamento.

Baja las ropas, se sirve una copa repleta de vino en copa ancha y sigue bailando, empapando la noche con su hipnótico bamboleo. Sabina, Rosana, El Cigala, Concha Buika, Silvio y hasta la Cucu Diamantes, una canción tras otra, un disco más y otro, hasta que cae sobre la cama. La luz de luna baña el cuerpo, lo enfoca y lo muestra. Aunque todos pensemos que la locura ronda su cabeza, es poderosa porque se entiende, se quiere. Por eso sonríe e invoca con las manos a su amante, a quién ha construido vagando durante meses en la oscura soledad. Invoca su nombre, cerrando los ojos y como siempre, acepta la llamada e irrumpe en su habitación puntual, traspasando la ventana sobre la cama y tomando posesión del cuerpo. Se olvida del mundo y le deja hacer, es quién le guía, quién toma el mando. Le ha construido con sus manos y son estas las que marcan el ritmo.

Fogoso encuentro que llena todo el apartamento de llamas. La mirada incendiada, aunque tenga los párpados cerrados, la piel se quema, se retuerce como serpiente, gime, grita, su boca es la entrada al infierno. No abre los ojos hasta que estalla, poseyendo la habitación, el edificio, la ciudad, se expande convertida en huracán que arrasa todo convirtiéndolo en oscuridad, dejando tras su paso sólo ceniza.

No se despide de su amante porque sabe que en la siguiente noche volverá. Le ha creado, le debe la vida, sus manos le han moldeado. Cuando la luz se apaga en su interior abre los ojos, mira la luna, testigo de la pasión y sonríe. La noche está inmensa. Se cubre el cuerpo y gira mirando la oscuridad del apartamento. De fondo una canción tenue que hace que la niebla sea más densa, tanto que la oprimen los párpados hasta cerrarlos. Se acabó la función, no sueña, al menos nunca lo recuerda. Duerme para olvidar que en unas horas se tiene que despertar.


13.6.11

El Silencio



Sin lugar a dudas, el silencio es uno de los misterios más sublimes, a veces crueles, de la vida.

Yo normalmente hablo muchísimo, a veces hasta por los codos y sin medida. Unas veces cosas interesantes; otras de cosas que a nadie les interesa. Unas veces con el verbo (aunque confieso que no soy muy bueno con su uso), otras escribiendo. Y creo que no me puedo callar la boca por que el respeto y el miedo que tengo al silencio es muy grande. Porque, querrámoslo o no, el silencio siempre trae consigo grandes revelaciones y, cuando las realidades son silentes, creo que llevan mayor carga y duelen más.

No obstante, debo reconocer que siempre he admirado (y hasta me son enigma) a las personas que usan los silencios como forma de expresión. Gente que se enfrenta al mundo con ese verbo silente, que su forma de ver la vida es eso mismo: verla más que hablarla. Muchas veces, gente que guarda las grandes verdades en ese silencio y que usa la palabra como mero salvoconducto. Cosas de la diplomacia.

Las palabras deben contener siempre verdad y decir algo que realmente importe. No hay que callar por miedo a lo que se pueda decir, a equivocarse o al miedo de ser cuestionados por lo que decimos. Hay que callar por respeto al silencio. El mundo está lleno de palabras vacías que, aunque en apariencia son inofensivas, son muy dañinas porque, en el fondo, lo que hacen es servir de mascarada.

Hay gente que habla sin parar para vender algo que no existe y que evidencian sus verdaderas carencias. Hay otros que hablan solo lo que el otro quiere oír. Y otros que hablan poco por el miedo a quedar mal, a herir o a ser heridos, poniéndole cárcel a las palabras que brotan en su interior. No, no es censura, es la libertad de decir lo que se piensa y lo que se siente. Las únicas que deberían apagar los silencios.

Pero callar no es un error, es una elección.

Hoy elijo creer que las palabras son algo más que sonidos que salen de nuestras bocas. Son nuestra verdad, por lo que hay que saber elegir. No todas nuestras palabras tienen valía en todos los oídos.

Y a este blog, que estuvo buen rato en silencio, le quedan ya pocas palabras...

2.5.11

Un regalo




Te regalo un cuento. Podía haber sido una salida con vino, baile y ponqué improvisado con velita robada, o una sesión de crítica fílmica con su respectivo mokaccino en donde más te guste. Pero no. Quería que fuera un cuento.

No es porque no anhele lo anterior, nada más lejos de la realidad...

Te regalo un cuento para que puedas hacerlo tuyo dibujándole una narizota, para que lo compartas con tus familia o con tus mejores amig@s. Para que elijas la banda sonora que te apetece que suene de fondo mientras lo lees. Así como yo tengo mis canciones para escribirte.

Te regalo un cuento para que puedas llevarlo contigo, dobladito en el bolso, o entre las páginas de un libro de turno. Para que cuando te fastidies de mi puedas estrujarlo y hacer con él una pelota de papel, arrojarlo por la ventana y mirar complacida cómo lo atropella un carro. Para que lo fotocopies mil veces y le entregues una copia a quien más te apetezca. Para que envuelvas con él los aguacates o para colgarlo en tu pared. Para que le claves alfileres los días en los que me matarías. O para apuntar encima del título el teléfono del servicio delivery de la pizza.

Te regalo un cuento improvisado. De esos que empiezas a escribir sin pensar y que no sabes cuándo acaban. Te regalo esta noche y todas las demás. Te ofrezco mi sonrisa non stop, sin conservantes ni colorantes. Aún a riesgo de poder ser acusado de alevosía y nocturnidad, y aunque puedan encontrarse muchos más agravantes.

Te dejo abierta la ventana para que te cueles, para que me espíes ésta noche. Para que me veas sin que te vea. Para que me cuides un poco sin que yo lo sepa.

Te regalo una idea. El concepto más hermoso de complicidad, un escenario vacío en el que buscar la manera de encontrarse. Te regalo un cuento que habla de amigos y de sueños, de noches incandescentes, de mí mismo mientras me imagino tu cuarto desde lo alto del cielo, antes de lanzarme en picado sobre la almohada. De kamikazes que se estrellan en tus brazos y que no vuelven a despegar, ni falta que les hace.

Te regalo un cuento indeterminado sin pies ni cabeza, sin trama ni desenlace final, sin argumentos y sin actores de reparto. Sin moraleja. Y si la tiene, que sólo tú la conozcas.

Te regalo un cuento que te llene de esperanza y de fe, que te haga sentir la presencia de tus seres queridos y que extienda desde el cielo los brazos de tu ángel guardian para que te guíe y te arrulle la noche. ¡Que confirme que todo va a estar bien!

Lo único que necesitas es apagar la luz, cerrar los ojos y la puerta de tu habitación, no necesariamente en ese orden. Dejar que te lea al oído, olvidarte de los quehaceres

Te regalo un deseo. Llenarte de unas ganas locas de reír y de que salgas corriendo en busca de una cinta bonita para el pelo. Que necesites llamarme y te encuentres pidiéndome que apague la luz, que cierre mi puerta y entonces, empieces a leer el mismo cuento que estás leyendo ahora. Y ojalá no podamos dejar de comunicarnos cada noche, para contarnos el mismo cuento. Toda una vida.

Un cuento para llevarte de viaje a tus lugares favoritos. A la playa, a las calles...

Te regalo un cuento sin papel de colores ni un "espero que te guste". Sin aplicar el IVA y sin descuento por pronto pago. Un cuento que habla de ti, que pueda leerse cualquier día del año, a cualquier hora, sea cual sea tu estado de ánimo o tu sabor favorito de helado.

Te regalo este cuento.

19.4.11

Nunca ausentes


Toda ausencia es atroz y, sin embargo, habita como un hueco que viene de los muertos, de las blancas raíces del pasado.

¿Hacia dónde volverse?; ¿hacia Dios, el ausente del mundo de los hombres?; ¿hacia ellos, que lo han interpretado hasta vaciarlo? ¿Hacia dónde volverse que no revele el hueco, el vacío insondable de la ausencia?

Hacia ellos, los muertos, que guardan la memoria y saben que no estamos contentos en un mundo interpretado.

Mas las sombras, las sombras que la interpretación provoca y nos separa de ellos, las sombras con su viento todo lleno de la abierta ventana hacia el espacio, las sombras donde no hay anunciación trabajan nuestro hueco.

¿Será que ya no hay nada atrás de ellas, o el oscuro dolor por nuestros muertos –como el amanecer que empieza a medianoche, a la hora más oscura de la noche– anuncia su retorno en el sigilo?

¿No es tiempo de encontrarlos nuevamente donde nada parece retenerlos?

Tal vez sí, porque sus voces vienen de lo oscuro, de su vacío vienen como un rumor de río en un riachuelo, como un dulce reclamo imperceptible, como una tenue estrella entre las sombras vienen sus voces, vienen desde lejos.

Óyelas, corazón, como sólo los puros de alma sabían escucharlas atendiendo en el rezo su incesante llamado con los pies en la tierra.

Así los escuchaban, escuchando el arriba y el abajo, preservando en sus tumbas el suelo que habitaron con nosotros.

No es así que tú puedes escucharlos en el espacio en sombras de un mundo interpretado. Pero escucha la queja de lo Abierto, el mensaje incesante, esa advertencia que viene desde lejos, ese rumor tan suave que casi nadie escucha y llega a ti de todas las iglesias, como si en esas piedras, que guardan la memoria de los muertos, habitara la llama de su estar con nosotros, de su sola presencia en la resurrección y descorriera un poco nuestras sombras.

Porque es difícil vivir en un mundo sin ellos, difícil no sentir a nuestros muertos alimentando las obras de los hombres; difícil no seguir sus costumbres, que apenas conocimos; difícil habitar en las sombras como un alucinado que repentinamente recobra la memoria para luego volver a su intemperie; difícil ver aquello que los hacía nuestros flotar en el espacio y diluirse.

Estar vivo es penoso, y nosotros, nosotros, que los necesitamos con sus graves secretos, nosotros, que sabemos que no podrán volver a un mundo interpretado, a veces escuchamos, como un ligero viento, ascender de las sombras la música primera que promete su vuelta en medio de las sobras y nos trae el consuelo.

¡Contigo está!

17.3.11

Lo que queda

Señora

Tengo que confesarle. Resulta que a veces pienso y los pensamientos se me caen. Hoy por ejemplo, uno se me ha caído durante el almuerzo, cuando recibió esa llamada que parecía ser incómoda pero que al final no era más que sólo un asunto de rutina. Pensaba por ejemplo, que me encantaría ser yo la segunda llamada de referencia, por decirle alguna de las tonterías que pasaron por mi cabeza.

Que paso todos los días en mi esquina mirando de reojo a todo el que pasa para ver entre ellos pasa usted. Miro un poco de reojo como disimulando, por si me haces alguna seña. En ese momento puede ser cualquiera, pero solo veo si eres tú. A veces temo no encontrarte.

Que muy a menudo evito los escaparates de las tiendas o los bares animados, cuando la gente bebe algún vino y se ríe ruidosamente, y les envidio, y ahí se me caen por no estar allí contigo, y no logro recogerlos.

Que se caen, los pensamientos que no recoges, ha pasado siempre. Entre el café, antes de la tarde, en el metro, en la copa de vino, en el cigarro tal vez se ha quemado alguno. Debo haber perdido tres o cuatro por ahí, en el plato de la cena. Se han empapado de vinagre y mermelada, de las yemas de tus dedos, de la caídas de pestañas que precedían a guerras enteras, de la sonrisa de lujuria que siempre me tortura. En todos siempre me he entregado.

Que siempre ando en lo mismo. Pienso las cosas y luego se me cae todo, si, soy un caso. Que si salgo retardado, que si dejo las cosas en el comedor. Todo por pensar en ti, dando vueltas como un loco sólo para verte girar el cuello, ¡Uy qué cuello, mi vida! Me habré dejado como un mes mezclado con tus piernas, tus caderas, tu vientre, tu boca, tu lengua, comiéndote a besos y buscando entrar más adentro y más adentro.... pero es que todo se me cae

Todo se me pierde y me duele y me falta porque todo lo ocupa mi pensamiento de ti, y ya no veo nada. Que quisiera que estuvieras, que chocaras con ellos y no se me cayeran, con los pensamientos, sí, con los que se me caen.

Que ahora vuelvo a soñar que estás. Hemos esperado bajo la lluvia y cada cual ha tenido su forma de mojarse. Después ha estado bien. Yo te pienso, y mis pensamientos me han salvado. He amarrado todo en mi cabeza, los cientos de días sangrando mi cabeza

Pero ya no puede ser que se me caigan más, que son tantos días, que es muy duro, terriblemente doloroso, estar como una roca tontamente colgada en un acantilado, sin nadie que recoja la piel que se desgaja, que cae, y que se pierde.

No sé, lo único que sé es que le pienso

2.3.11

Agrafía


Los médicos dicen que es una afección rara. Que se conocen pocos casos. Que nadie lo ha estudiado, en profundidad, todavía. Dicen “Lo sentimos mucho”. Dicen “No podemos hacer nada”. Dicen “Sabemos que no es fácil”. Dicen “Tendrás que aprender -y lo harás, ya verás como lo harás- a vivir con ello”.

Vivir con ello significa vivir sin ellas. Eso no lo han dicho. Quizás también ellos sufren algún tipo de afección extraña.

Agrafia pura secundaria. Como si decir tres palabras juntas significara algo.

Incapacidad adquirida para expresar las ideas por escrito -No tener ni una puta palabra que llevarme a los dedos -me he dicho.

Pero puedes pensar, imaginar. Leer. Puedes hablar. ¡Puedes!

Como el que dice “No queda Vodka, pero allí quedó jugo de limón”. Como el que dice “Tienes jodido el corazón, pero te funciona perfectamente el hígado”.

Varios días en tratamiento. Me han preguntado cuándo tuve el accidente. Si conducía yo. Si el golpe fue frontal o lateral. Si perdí la conciencia y durante cuánto tiempo. Si hubo hemorragias nasales o auditivas. Si recordaba lo sucedido al despertarme. Me han preguntado si tuve algún traumatismo. Si he sufrido alguna vez un ACV. Si yo, o alguien de mi familia, es hipertenso. Si he sido intervenido. Si tengo alergia o intolerancia a algún medicamento. Si tengo claustrofobia. Si doy mi consentimiento para una radiografía de cráneo Si llevo objetos metálicos.

Y nadie -ni el neurólogo ni el neurocirujano ni el neuropsicólogo- me ha preguntado por las palabras que he perdido. Por las palabras que me ha robado ese semáforo contra el que me he estrellado. Por las palabras que han salido disparadas para la luna y que he visto morir, a solas, sobre la acera. Por las palabras que me han visto morir y que ya no sabían qué dirección tomar.


Sálvenlas a ellas, no a mí”, le habría dicho al de la ambulancia. “Parece que aún respiran. Parece que aún dicen algo". Tú lo habrías entendido. Y las habrías salvado a ellas. Pero él no. Y no lo culpo, aunque lo haga.

Y nadie me ha preguntado por ellas. Por mí sin ellas. Por mí en apariencia sin ti. Nadie me ha preguntado por éste sin nosotros a partir de ahora.

Es una afección rara, ha dicho el médico. Él se refería a la agrafia. Pero yo he pensado que la verdadera afección extraña es esta costumbre nuestra de querernos por escrito, a dos mil kilómetros por autopista y treinta años de distancia. La de controlar lo que se quiere decir y hacer. La de no saberlo. La de guardarlo. La de vomitarle tinta a la pantalla del portátil como si fuera la piel que me sobra o la ropa que me quitas. La de mirarte de ojos a píxel. La de esperar que me mires. La de esperar para tocarte. La de la poca paciencia.

Y ahora he cambiado una afección rara por otra, porque no te tengo siempre como te quiero tener.

Y nadie me ha hecho la pregunta necesaria. Nadie ha querido saberlo. Quizás a nadie le importa, en definitiva

Estás vivo, coño, qué más da que no tengas palabras” ha dicho el médico en mi cabeza.

Te equivocas. Me faltan cuatro letras para estar vivo” le he contestado.

Silencio por su parte

Lo he intentado esta noche. Y no he podido.
Me han tomado la temperatura y la tensión arterial. Me han cambiado el suero. Me han preguntado qué tal he dormido. Si tengo calor o frío. Si necesito algo. Necesitaba decirle a alguien que lo he intentado esta mañana y que no he podido. Pero no he podido. No he podido. No he podido

Pero puedes hablar y...”, ha dicho el médico.

No puedo.

Me he mirado las manos y las he puesto sobre el teclado. He pensado las palabras antes. Te he buscado un comienzo con el que poder continuarnos. Tenía un párrafo entero en la cabeza. Te lo juro. Intentaba contarte todo esto. Tenía todas las palabras -y eso que nunca las he tenido-. Pero los dedos no se han movido. Y cuando lo han hecho, han escrito cosas extrañas. Cosas que no entiendo. Cosas que nadie (pero puedes hablar y…) entendería nunca.

Tengo astenia en la punta de los dedos. Sensación de cuerpo extraño. Carraspeo (letras sueltas, inútiles, cobardes). Ardores fríos. Inestabilidad. Vértigo. Cansancio.

Pienso en frases cortas, en mensajes telegráficos: Accidente. Herida. Cráneo mudo. Dedos muertos. Diez laringes menos con las que llegarte. Pero nada.

Entra la enfermera y dice no hagas esfuerzos. Dice “túmbate”. Y agrega “Quieres que le avise a alguien”.

Sí. Quiero que avise a alguien.

Quiero que te avise a ti.

Pero no puedo develarlo

A mí me faltan ahora cuatro letras para estar vivo. Y aún tengo la esperanza, a pesar del cuadro clínico, de que voy a poder dártelas

23.2.11

Delirium Tremens II: Cuando no esté contigo


Señora, ¿me daría un beso?

Cuando digo esa frase, sólo pienso en restregarme contra usted un par de veces por semana durante diez o doce meses a lo sumo. Prometo no molestarla tan seguido si usted lo prefiere, no buscarle las cinco patas al gato; como mucho la llamaré un par de veces de madrugada, hurtando sus ojos al sueño, para decirle cuánto la amo y cómo la echo de menos, por lo demás no se preocupe, de las noches en que no nos veamos, prometo suicidarme sólo la mitad de ellas, la otra mitad estaré tranquilo.

Miraré sereno cómo la mañana llega de smog se posa sobre la ciudad, veré los carros ladrar furiosos en la autopista, buscaré sus facciones en las caras anónimas que pululan en el Metro y ellos me tomarán por estúpido al ver mi sonrisa (de estúpido), no se preocupe por mí, ya le digo, estaré bien, entraré en un restaurante y pediré una ración de pulpo y una botella de vino tinto. El mesonero también me tomará por estúpido cuando vea mi cara de felicidad al meterle el diente al cefalópodo, el mesonero sonreirá, le digo, porque ignora el pobre que como pulpo porque yo también quiero ser pulpo, señora. Yo también quiero ser pulpo, para acariciarla a usted y abrazarla con mis tentaculos, y poseerla con ellos, y después me sentaría al piano y lo tocaría como sólo los pulpos pueden tocarlo, porque, ¿sabe, señora?, si yo fuese pulpo aprendería a tocar el piano sólo por complacerla, pero el mesonero no lo entiende, y me mira y sonríe cuando yo me miro los tentáculos para saber si son tentáculos de pianista, y pienso en los momentos de felicidad y pasión que pudo tener, y le recito: ¿pulpo será, mas pulpo enamorado?, y al final suele ocurrir que me entristezco por este pobre pianista a la gallega, con su anárquica melodía emergiendo entre las papas y el pimentón, y me bebo el vino y me voy del restaurante, y vago un rato por las calles, pero ya ve, señora, que no soy peligroso en esas noches, no lo soy porque aún llevaré pegado al cuello el aroma de usted desde el fin de semana anterior.

Los pulpos somos muy tranquilos, aunque debo confesarle, señora, que otra cosa será al día siguiente, en esos días enloquezco desde la mañana. Ser pulpo me deja una resaca espantosa, noto un demonio dentro de mí, y consigo aplacarlo al principio, con mucho esfuerzo lo mantengo a raya, pero latente, crece, se alimenta de los restos del pulpo, y va ganando terreno poco a poco, hasta que, cuando empieza a caer la tarde ya no puedo contenerlo, sale de mí y me esclaviza, me fustiga, me hace tenerle rabia a usted y a mí mismo por tenerle rabia y odiar al pulpo por amarla, y empiezo a arrastrarme y se me hiela el corazón y soy una víbora, y salgo a la calle y repto por la ciudad, y no la busco a usted, porque le tengo rabia, ya se lo he dicho. Le tengo rabia, porque miro en sus ojos al demonio que me esclaviza, y creo que usted me tiene rabia por ser una víbora, pero luego pienso que simplemente le soy indiferente, le doy exactamente igual, y eso me horroriza aún más, ser una víbora indiferente, porque puedo comprender su odio, ya que su cuerpo no está hecho para ser tocado por una víbora, pero su indiferencia me hiere.

Y lo que haré, señora, será buscar consuelo en el hombro del demonio, que me hará beber mil y un whiskies para engañarme, porque sus labios, señora, lo sé, tienen el regusto sabroso-amargo del whisky, y en mitad de la noche, con mis escamas de whisky y mis colmillos de odio, el diablo me acompañará hasta la calle de las ausencias y allí me dejará cómo una presa fácil, y, lo siento, señora, buscaré sus labios entre las ausencias para inyectarles mi veneno, si es que aún tengo veneno, pobre vibora de madrugada, y por un instante creeré haberla hallado a usted, cuando en realidad son mis colmillos los que saben a whisky, no los labios de la ausencia, y mi corazón de sangre fría volverá a arrastrarse por la calle, ya ve, señora, eso será todo lo que haré el tiempo que no pase con usted, quizá no sea muy ortodoxo, quizá espera usted algo más, lo comprendo, pero piense que yo la necesito para no perder la cabeza

Y por eso, señora, concédame usted ese beso, por favor.

16.2.11

Miseria Lingüística


Señores. Sé que quizá me servirá de poco, pero tengo que expresarlo: Harto de amores mudos, hoy no me dirijo a Ella, me dirijo a ustedes para hacerles saber que tantos años de práctica y discusiones no han servido de nada. Al menos en lo que a mí se refiere; no obstante, tras interrogar a algunos conocidos, la frustración es colectiva, y de ahí nace tanta impotencia que pudiera explicar por sí solos el porqué de este mundo hostil; pero no es en representación de nadie que les escribo.

Es una cuestión personal, porque después de semanas de sufrimiento, de tortura, mi incapacidad se ha revelado en su grado más extremo.

A pesar de vivir enmudecido y enamorado, algo de cordura me queda, y la empleo en buscar salidas a mi situación. Leo en una página web que han lanzado un nuevo diccionario, el Panhispánico, que anuncian como un compendio definitivo. Creo que lo compraré, claro, con el deseo de encontrar por fin las palabras que traduzcan exactamente a los papeles y a la pantalla de la computadora el sentimiento que me desborda.

Estoy enamorado, e intento encontrar los términos precisos para contarlo con similar suerte hoy por hoy. A cada ausencia le sucede una inquietud. Es evidente de quién es la culpa: Mia. Yo la quiero, pero nunca le puedo decir cuánto, ni cómo, ni de forma convincente, el grado de felicidad que alcanzo a su lado.

En esta ocasión, con Ella, no me puedo permitir el lujo de que esos fracasos se repitan. De ahí la compra del dichoso Panhispánico; de ahí esta carta, una vez descubierto el escaso valor de la nueva adquisición a la hora de hallar un vocabulario esclarecedor.

Esta ausencia de verbos y adjetivos, se lo aseguro, no será por falta de inversión. He gastado como el mayor de los derrochadores. Compro todos los diccionarios que recomiendan: todas las reediciones del de la lengua española, el de ortografía, los de gramática (tanto los que anuncian una nueva como otra descriptiva), el primitivo, el lexicográfico, el de refranes y, por supuesto, el de desengaños amorosos. También busqué entre los diccionarios de sinónimos, de antónimos, médico-biológico (fue en mi época mas racionalista), filosóficos e, incluso, a través de un impulso mezquino, en diccionarios económicos.

Y Nada... Ni siquiera me lee...

Por eso hoy les expreso mi odio, mi absoluto desprecio hacia su trabajo, que brota con la misma fuerza que el sentimiento, por ahora indescriptible, que me despierta Ella, una mujer que no merece miserias lingüísticas, sino las mejores letras del mundo. Las mejores palabras de ustedes que encontré para hablar de ella son tan miserables que ni se me pasa por la cabeza decírselas a Ella. Su trabajo y el de sus predecesores académicos resultan inútiles frente a esta sensación, pero, también, frente a ella. El vocabulario que ofrecen es tan avaro, y Ella tan rica. Esos diccionarios suyos están tan muertos, y ella tan viva, que parece que en sus tomos se habla de un planeta y ella viva en otro.

No quiero alargarme más. Es imposible que puedan ustedes comparar su pobre aportación a mi problema, ya que no la conocen a Ella, por desgracia para ustedes; aunque, eso sí, me gustaría recomendarles que, antes de lanzar un nuevo diccionario, reflexionen ustedes sobre el significado de un proverbio (extraído, obviamente, del Diccionario de Proverbios y Refranes, otra obra consultada sin éxito): con la mentira se puede llegar muy lejos, pero sin esperanza de retorno. A pesar de todo, yo tengo la esperanza de que ustedes, miembros de la Real Academia Española, encuentren palabras verdaderas para describirla a Ella... y lo que siento...

11.2.11

Confesión II



Se hacen cartas de amor a cualquier hora

No puedo recordar cuando empecé a sentir esta obsesión por las palabras escritas. De niño había descubierto que las palabras que sólo son dichas desaparecen, pasan a formar parte de lo intangible, se olvidan. Solo lo escrito es patrimonio de lo eterno, en las plazas, en los lugares abiertos o cerrados; las conversaciones que día a día sostenemos quedan en ninguna parte, la memoria lava esos diálogos, los modifica hasta el cansancio.

Más tarde aprendí el valor de las palabras que en una misiva se pueden guardar entre nuestras cosas sagradas, retomarlas de vez en vez. Y pocas emociones son tan poderosas como esas que se experimenta al volver a leer una carta de amor. ¿Te ha pasado?

Para el que las escribe es igual. La más genuina desesperación para mí, sigue siendo la del enamorado frente a la página en blanco, sin encontrar las frases perfectas al momento, a veces sin saber que decir porque, toda su vida, depende de una carta, su felicidad depende de una carta. He visto muchos ojos apagados, manos inquietas, síntomas de la angustia. Escribir es comprometerse a calmar esa soledad, a reconstruir historias. Pero sobre todo es alguien a quien le interesa mucho la persona que ha venido, dejando atrás el pudor, a hacerlo partícipe de su problema. Entrar en la vida de una persona es también, de alguna manera, apostar para cambiar o dar aportes a esa historia.

En éstas recientes madrugadas extremas, rememoraba lo recientemente vivido y esta necesidad de seguir comunicándome contigo en palabras. Pues, contigo, se hacen cartas de amor a cualquier hora.

Quizá todo lo dicho arriba pueda parecer absurdo o complejo; pero es esa complejidad, la del ser humano, lo que le hace ser tan maravilloso. Resulta una aventura extremadamente difícil entrar en ese enmarañado mundo de sus sentimientos, porque no se sabe nunca cuál será la próxima reacción; gracias a ello cada palabra que escribo para ti me resulta ser todo un esfuerzo, porque desconozco el curso que tomarán las circunstancias.

Cada día me tengo que armar de profundidad para poder enfrentar cada escrito, cada palabra que crea, más que correcta, perfecta para expresar lo que siento por ti, pues no quiero estos ejercicios tengan alguna deficiencia con la forma, el fondo, morfología, sintaxis y hasta extensión.


A veces cuesta pues hay sucesos y situaciones que suelen ser fantásticas, por ejemplo, ¿cómo se explica que a tu lado el tiempo no pasa o escapa demasiado rápido, el deseo de estar allí quieto, muriendo por dentro y al mismo tiempo, disfrutando de tu presencia?; ¿cómo se explica que yo, quien nunca he sido una persona nerviosa en exceso o débil, me desvanezca y tema de esos silencios repentinos, pero a la vez aterradores e insinuadores en que caemos a veces y del que comienzo a deducir estupideces infundado por mis propios deseos?; ¿No te has percatado que cuando esto sucede las palabras salen de mi boca sin sentido alguno y hablo sobre cualquier tema para alejarme de ese mutis que me ahoga y me impulsa a actuar deliberadamente? ¿Cómo pudiera explicarme la transformación sufrida en mis sentimientos y cerebro por tu alma?

Por eso hoy, y aprovechando pedir deseos por mi onomástico, quisiera tener el poder de la palabra para hacerte ver todo esto, pero soy un simple “manipulador” del idioma, a quien las palabras se le escapan por temor a ser mal utilizadas. Ojalá pudiera “soltar” todo esto de otro modo, pero no lo conozco, y mis sueños no son una buena vía de escape. Ahora quisiera decirte tantas cosas que no sé qué escribir, como también sé que luego, en medio de mi insondable soledad, recordaré detalles que escaparon, quizá sienta remordimientos o arrepentimiento por no haber dicho más de lo que dije.

No sé que me pasa, este sentimiento me vuelve loco, me transforma… y me encanta, pues va más allá del deseo y más allá de lo emotivo. Siempre viene cargado de sueños con imágenes tan reales que termino en erecciones húmedas –sí, lo confieso- oliendo a ti y todo se va al carajo. No hay una noche de tranquilidad desde que esto me está sucediendo, tú me visitas siempre y al final solo me quedan los deseos insatisfechos que escapan entre mis manos en juegos que liquidan mis capacidades y me impulsan a buscarte en otros cuerpos que solo obtienen de mí el placer y mis arrepentimientos.

No sé que sucederá si ese sentimiento es o no mutuo, ahora no puedo pensar en el después, porque el solo pensar es como una espina; así que dejo al destino y a ti nuestras vidas. Suceda lo que suceda nunca te dejaré de pensar o soñar y estaré más tranquilo y en paz conmigo mismo aunque mi vida no será la misma sin ti, porque aprendí a amar el mundo a través de tu sonrisa, tu olor, tus problemas y triunfos. Y es así porque así lo quiso el destino, que creyó encontrarlo todo en ti... y no es mentira.

Mientras tanto te haré caso. “Escribe, escribe, escribe”… Espero que siempre tengas ganas de leerme…

9.2.11

Confesion I

Qué obsesión la mía: parece que han pasado meses, años o unos cuantos siglos; parece que he vivido eternamente entre sus brazos y aún me cuesta no abrigarlos desde lejos. Hoy hurgaba aquí, en mi cuarto, tratando de encontrar sus ojos y cada objeto era una pupila abierta, un iris como el suyo que volteara. La noche y los deseos pesan en la yema de los dedos y su recuerdo me asalta constantemente el pensamiento, porque su ausencia es un peso que siempre llevo conmigo lastrado en las ansias; que sólo desean ardientes el encuentro contigo, la intima complicidad entre los dos y los sentimientos compartidos. Anhelo contemplar nuevamente la armonía de sus curvas, la belleza de sus contornos, lo etéreo de su carácter, las sensaciones experimentadas cuando me toca o el sabor tan bueno de sus besos.

Por ello, confieso que mi alma se encuentra tan íntimamente ligada a la suya adorándole sin concesiones, queriéndole sin el más mínimo resquicio de duda, respetándole en las decisiones que tomes aunque a veces me sean difíciles de comprender. Siento hoy que le conozco más, por ello no ceso en superarme a mi mismo en el empeño de ser persona ante todo, y quererle inmensamente sin caer en el egoísmo de sólo ver las cosas desde mi punto de vista.

Como de tedioso me resulta el tiempo sin que mi mirada pueda avisar la armonía de su cuerpo, la proporción de su pecho, su vientre y sus piernas o la dulce y armoniosa expresión de su rostro que sólo denota la calidad que atesora y las caricias tácitas que siempre me brinda sin la más mínima concesión de mi parte. Ojalá tenga yo la suerte de vivir muy cerca de ella el tiempo que el destino me otorgue y sea yo portador de aquella musa que ensalce todas sus cualidades, y que yo sepa expresarlas en su justa medida, como justos se hagan los celos que siento hacia cualquier mirada que le cruza y que, aunque a veces no lo exprese, se hacen adobes mellados de desconfianza.

Es justo pedir a lo más divino que siempre quiera a esa mujer, porque me ha dado argumentos de sobra para hacerlo. Al escogerte no me he equivocado y fortalece mi convicción de que adorarte desde el primer momento ha sido un placer y me ha reportado numerosas satisfacciones, que me han aportado un torrente de ganas que en algunos instantes creía perdidas y que hacen que quiera vivir intensamente cada instante como si fuera el último, sin pensar en sensaciones de culpabilidad o duda que perturban la verdadera condición de mi personalidad. Por eso quiero que en nuestra aura reine lo sublime como insignia de vida y fe en que la existencia se debe basar en el amor y el respeto mutuo del uno al otro, como desembocadura hacia la felicidad; esa palabra que todo el mundo busca y que pocos encuentran en esta vida tan difícil plagada de dificultades y obstáculos.

Mi propósito es vivir junto a ella cada instante con la mayor intensidad que nos permita el tiempo y las circunstancias; porque la vida se va sin darnos cuenta y llega el momento en que la rutina y la desidia entran en los corazones, naturaleza humana; por lo que yo quiero tener encendida constantemente la llama de la pasión irrefrenable que siento hacia ella, por esa belleza que posee para que las palabras no tienen la suficiente capacidad expresiva para llegar a describir. Por ello le prendo brasas al espíritu, para que esta sublimidad no desaparezca y reafirme perennemente lo que siento hoy, que estás constantemente en mis pensamientos y que la vida me ha enseñado que pasa por nuestra vía un tren bueno y ése es el que hay que tomar.

Si me preguntara cómo estoy, le contestaría que vivo en la ansiedad de tenerla junto a mi desnuda, disfrutando de la suave armonía de sus curvas y la dulzura de sus caricias, así como el sabor especial de sus besos que me brinda su boca sin pedir nada a cambio, musa que inspira a mi espíritu en las decenas de cartas que he dedicado a ella, porque un corazón en llamas no teme calcinarse expresando lo que siente por la persona que adora y que fluye en su pensamiento, haciendo que la inspiración ronde su cabeza y la dicción no cese por el deseo.

Cada día me interrogo a mi mismo cómo puedo subsistir sin que la suave brisa de su aliento acaricie mis sentidos a diario, llevándolos a un éxtasis indescriptible. Es, en definitiva, brújula de estas trepidantes andanzas, con esa belleza eterna que supone ser el referente del firmamento. Todas mis acciones llevan ese hilo conductor de complacer sus más íntimos deseos, buscando el tiempo muerto para que la llama no se extinga ni la monotonía plante bandera, para que se mantenga esa complicidad compartida que poseemos, por lo agradable que me resulta tu compañía, por las horas fugaces en cada conversación, por el brillo incesante de tus pupilas, porque sin lugar a dudas eres la mujer que el destino me signó para la entrega con el convencimiento que mi decisión se hace acierto en el devenir de mi vida, porque me ha demostrado que la autoridad moral de una persona se demuestra por sus acciones, y ella lo ha demostrado con creces.

Agradezco sentir lo que siento por ella y, como barco de vela, al hundirse en la rutina, es ese sentimiento el que hace que el corazón torbellino despierte y luche incesantemente por obedecer a esa pasión que me arrastra a esta locura encantadora, a esa felicidad vivida en ella a la que no puedo renunciar por nada de este mundo, incluso a mi propio orgullo, y soñé que estaba abrazado a ella y solamente pensaba en cubrirle de besos y caricias que no tuvieran fin, en un arrebato de éxtasis personal que quiero repetir en nuestros escondrijos improvisados, donde las confidencias y complicidades se desprenden de las vestimentas. Porque en esos encuentros furtivos la luz ilumina las ilusiones de que nuestros cuerpos se unirán nuevamente en un arrebato de sensaciones inigualables, para sentir que ella es para mí y soy yo el que la posee; pero me conformo porque soy la persona más afortunada de este mundo, porque está, y el tiempo se me pasa sin sentir mi propio cuerpo.

Le comento a mis delirios como me gusta quererle, encontrarle, buscarle, pensarle…esa costumbre de hablarle aún cuando no está presente. Les pido que juegue a que me diga que me desea, y se altera mi egoísmo, egoísmo por poseer su hermosa figura, su expresión tierna, su sonrisa vivificante, su condición de mujer maravillosa, atenta, cariñosa, inteligente, sublime, desgarradora…amante. Muero por ver cada día esa mirada transparente de sentimientos, desnudar quiero tus pensamientos para compartir todas tus pasiones, dudas, miedos, preocupaciones, ilusiones, esperanzas, proyectos, éxitos y hasta fracasos. Esclavo quiero sentirme de sus deseos, hundiendo el arrebato en su piel de océano. No deseo olvidar sus besos, tu olor, ese paisaje de su cuerpo. Y que no se asuste, que beba del licor de mi vida a sorbos pequeños para que los saboree con la intensidad debida.

Como me gusta quererle, y hace mella no amanecer a su lado cada día. Vuela mi imaginación para ilusionarse en su imagen, alma aprisionada por fundirse con ella, y cómo disfruto en cada uno de los encuentros de los dos y que duras se me hacen las despedidas al separarnos y le digo “cuídate”, el pecho hace taquicardia de amarguras.

Hoy por hoy te llevo prendida en mi piel, remanso de mis sentidos, que se relajan instantáneamente con su voz de fiel amante que susurra al oído bocanadas que extasiaron mis sentidos y me prendaron instantáneamente, como cuando tienes una premonición sobre un ser especial que te llena de buenas vibraciones. Comprendo que este regalo que me da la vida no lo podía desaprovechar en cada rincón de la cama en la que los dos yacíamos. Me dio miradas de mujer ardiente y fui dejando vencer mi voluntad para entregarme, y fui al mismo tiempo entregándole la vida, y me olvidé de mi mismo para perderme dentro de ella, a amarle en cada forma de pasión que me pidió y se quedó allí, plantando bandera, como cuando se encuentra dormida después de hacer el amor, calmando el dolor de las contrariedades.

En este momento que estoy tocado por la musa del delirio, quiero saciar la locura de mis pasiones en la sugerente duna de su desnudez, para llenarle de ternura, hacer incursión en tu vientre y que en mi alma el pensamiento dicte que es tan inmenso tenerte que las palabras tienen imposibilidad para expresarlo.

Como habrá calado en mí que las noches son insoportables y los sueños no pueden apoderarse de mi cuerpo; cómo se habrá introducido en mí que no duermo y mi pensamiento sólo esta clavada en ella, con una certeza indiscutible que nadie me podrá arrancar y que el tiempo no hará disipar todo lo que siento en estos momentos, cuando entrego esta primera confesión de amante.

Le tengo tan presente, tan innata, tan llena de todo y cada cosa, de cada instante y de cada aroma. Aún esas sonrisas me revolotean y no sé cómo o con qué pedazo de ella misma se revuelcan en mi sien. ¿Será que la dejó abierta y cuando vuelva le dirá: “ven, no te vuelvas a alejar”? ¿Y me regañará hasta besarme y me sermoneará como a un chiquillo que al final abraza y contiene? ¿Qué me dirá entonces? ¿Que sus lágrimas me las llevé en un baúl y sólo esperanzas dejé para alegrarle?

A veces platico con la nada, y le comento y le interrogo y le cuestiono y los muros me miran con asombro. Y es ese sentimiento de que hay algo escondido o algo en él que responde a mis reclamos. Al fin su presencia se ha vuelto indispensable para todo.

¿Qué más decir al viento? ¿Qué más decir al fuego? ¿A quién sus labios rosa, brillando, con un faro han serenado? ¿De dónde emergen las yerberas que cantando en mi mente he imaginado?

¡Sí!, qué obsesión la mía por quererle y saber que hay algo en ella que a mí me mueve. Donde esté, donde ande, donde guarde sus caricias, basta un nombre, y es el tuyo, para ser la más dulce delicia que nutre, fluye y se desvive en mi sonrisa.