8.7.11

El Juicio




-Pase por la puerta de la derecha, siéntese en la silla con las manos sobre la mesa. Así, ahora mismo volvemos. ¿Está bien? ¿Quiere un poco de agua? ¿Llamar a su abogado?

-No, no lo llamen, no hace falta, y sí estoy bien, gracias.

Se encuentra sentado en una habitación casi vacía. Una mesa, una silla y un gran espejo es lo único que rompe con el blanco cegador que predomina en toda la sala. No piensa, no sabe en qué pensar, solo quiere que todo acabe, no entiende por qué le está sucediendo esto, se supone que no debería ser así.

-¿Todo bien?

-Si perfecto, ¿qué hago aquí?

-Usted fue encontrado en el lugar de los hechos. Debemos hacerle unas preguntas; espero que colabore y no ponga ninguna resistencia.

-Pero es ridículo, todo está claro.

-Eso lo diremos nosotros. ¿Podría hacer un resumen de las cosas que hizo el último mes?

-Es evidente que...

-Limítese a contestar. ¿Entonces no niega que conocía a la víctima?

-Claro que la conocía, fue y sigue siendo…

-Con eso me basta. ¿No niega que el arma con la que se cometió el crimen fue encontrada en su mano derecha?

-No, no lo niego.

Se derrumba, no aguanta la presión y deja brotar las lágrimas que lleva tiempo reteniendo. No se arrepiente de lo que hizo pero hablar de ello le está trayendo muchos recuerdos.

-No llore. ¿Qué relación tenía con la víctima?

-Ya no lo sé, hace mucho tiempo que no hablabamos, ya no nos entendíamos, ya no nos mirábamos, todo era frío. Me hacía sufrir mucho. A veces la idea me rondó en la cabeza, nunca lo abandoné

-Entonces ¿no niega que le mató?

-Sí, porque ya no lo soportaba, no aguantaba más. Usted no sabe lo que es vivir con esa incertidumbre, ese dolor por dentro, enquistado en lo más profundo. Toda tu energía se gasta, no podía pensar en otra cosa que en la muerte. Creo que él no me entendía, aunque lo sabía. Creo que para él fue liberador, bueno para mí, ya no sé ni lo que digo, me está confundiendo.

Está nervioso, ha entrado en su juego. Creía que todo estaba claro, pero sigue sin saber por qué le pasa esto. Es torturador hablar de ello. Se recuesta en la silla hacia atrás y fija la mirada en un punto del techo, mirando a ningún lado logra abstraerse y se olvida de la situación.

-Señor, le rogamos que colabore, si no contesta tendremos que seguir con el interrogatorio.

Ya no escucha nada, está solo en una habitación blanca, sin mesa, sin silla, sin nadie gritándole al otro lado, solo una luz tan intensa que le impide ver. Cierra los ojos.

Se queda así durante minutos, horas, puede que sean siglos. No siente nada más que la oscuridad tras sus párpados. Piensa que es extraño que le hayan dejado tanto tiempo con ellos abiertos y los abre. Sigue sin entender nada.

Le cuesta reconocer dónde está. Ya no es esa habitación en la que le estaban interrogando. Justo frente a sus ojos reconoce la habitación donde duerme. ¿Todo ha sido un sueño? Se acerca y llama suave, pensando que no es real y su mano atravesará la puerta. Empieza a desvariar, todo tiene que tener una explicación.

Sus nudillos hacen un pequeño ruido casi inaudible, es real y llama más fuerte, cada vez más fuerte. La inseguridad que le provoca la situación se está convirtiendo en rabia. De repente e instintivamente palpa con la mano derecha su bolsillo del pantalón, para su sorpresa encuentra las llaves de la puerta

-Claro, estoy en casa.

Empieza a olvidar por qué está aquí. La cercanía a sus cosas una vez dentro de la casa le envuelve en una atmósfera conocida. Ya no recuerda la habitación blanca, las preguntas, el hecho que le ha traído hasta aquí.

Respira hondo y deja las llaves a un lado. Se mira de refilón en el espejo y ve algo extraño en su cuello, como una sombra. No lo da importancia, está cansado, solo quiere dormir durante horas, días, años. Desconectarse de todo.

Camina despacio, todo el cuerpo es pesado. A cada paso siente que no tendrá energía para dar el siguiente. Las imagenes en su cabeza, los recuerdos, hace que se quede petrificado. Está tan cansado que no puede ni reaccionar. No distingue al intruso, se frota los ojos pero lo ve todo borroso. Todo vuelve a ser extraño, sin embargo sigue sintiendo esa familiaridad que recibió al abrir la puerta de su pecho.

Le gustaría que el agente que tantas preguntas le hizo estuviera aquí y viera todo lo que realmente pasó para que así se diera cuenta de cómo fue la situación.

Es extraño verse a sí mismo, en todo momento recuerda todo lo que sentía, pensaba. Ahora está abatido sobre la mesa, pensando que no encuentra mejor solución, que lo tiene que hacer, que lleva mucho tiempo aplazándolo por si mejora pero todo es más oscuro.

-Ahora me levantaré.

Lo dice en voz alta y rápidamente se lleva la mano a la boca. No quiere que se oiga, pero piensa que puede que sea como en las películas, y no se percatará de su presencia. De todos modos esto ya pasó, no habrá nada que lo cambie.

Se oye el cerrar la puerta y dirigirse a la cocina, es el momento y se sienta en el sofá pequeño, el que está junto a la tele, desde ahí lo verá todo sin molestar. Extrañamente está nervioso, no todo el mundo tiene la posibilidad de ver lo que él va a ver.

Sus ojos totalmente expresivos. Siempre lo fueron.

-¿Por qué no lo hice antes?

Se sienta en el suelo del salón, sobre la alfombra. En la mano empuña un cuchillo muy afilado, sabe en lo que está pensando:

En algún sitio he leído que los que se cortan las venas son los que realmente quieren vivir, solo quieren llamar la atención, es mejor un corte fuerte en la garganta, sin dudar, además de no tener marcha atrás es más rápido y no duele tanto

Casi se levanta para decirle que es falso, que morirá igual sea como sea, pero que el dolor es insoportable, que igual es el dolor lo que hace que mucha gente de marcha atrás. Casi lo hace pero recuerda que esa ya no es su vida, ya acabó con ella, sin embargo se coloca de rodillas y se mira fijamente a los ojos, quiere asegurarse que en ningún momento se arrepintió.

Alza el cuchillo y mira su reflejo en el filo, no le tiembla la mano, está decidido, tira para atrás la cabeza y en un primer tanteo se acerca el afilado arma y hace una prueba. Está tan afilado que se hace un corte fino del que no para de salir sangre.

-Un, dos, tres…

El cuchillo atraviesa piel, carne, nervios, venas, lo atraviesa todo con facilidad. Él sigue de rodillas viendo la escena, viendo como la sangre brota mientras hace extraños ruidos con la garganta. La sangre sale de su cuello, de su boca, de su nariz, pero no siente asco, dolor, arrepentimiento, no, nada de eso, mientras ve como se escapa su vida, sus sueños, sus esperanzas por esa herida. Pero no hay liviandad, no hay 21 gramos... no hay olvido. No puede olvidar

Un último intento de respirar y luego todo negro.

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