15.7.11

La Muerte



Un vaso de ron que hace juego con la botella a medio llenar. La luz de una lámpara viejísima que extrañamente tiene más vida que todos los aparaticos que ha ido comprando en los últimos meses. El mono del último pijama que se compró. Pies descalzos. Una franela anchísima gracias a su pérdida de peso que lleva con él toda la vida, desteñida y hasta con huecos. Cuatro cajas de cigarros. Todo bien colocado sobre la cama, al lado de la computadora portátil y unas cuantas hojas llenas de borrones, tachones y letras ilegibles.

Ese ha su pequeño ritual de todas las noches, justo después de las doce. Lo ha convertido en una manía. En cuanto el reloj despertador daba las doce, se sienta frente a la computadora, daba la tecla de encendido y agarra el control del equipo de sonido. Lo enciende inundando todo el espacio de piezas flamencas que le traen recuerdos imborrables.

Prende un cigarro. Tras la primera calada, aguanta el humo en sus pulmones hasta que siente el burbujeo, el grito de auxilio del cuerpo que se queda sin oxígeno pero cada vez más relajado.
Abre el documento donde guarda el escrito, relee las últimas páginas y comienza a escribir. En un principio ni sabe que es lo que escribe. Ya el efecto del ron no le deja diferenciar lo que quiere escribir con lo que realmente escribe, eso le gusta. Además escribe sobre lo mismo. Las historias no son el centro, sino su protagonista. Casi es automático, realmente escribe sobre ella en cada cuentito. Lo que cambia son los paisajes y el hilo. Su posición cuasi holgada e ha facilitado varios lujos, como el escribir de noche y dormir por la mañana. Se siente más cómo así, pensando que el mundo ha muerto y él poco a poco, lo va reconstruyendo entre volutas de humo.

Ella camina despacio, no sabe que es lo que sigue pero un pálpito le ha hecho llegar a este parque inhóspito, la niebla cubre el horizonte y el ruido de las hojas secas bajo la presión de sus pies dibujan un paisaje tenebroso. Siente que a lo lejos….

-Ya deja eso. Tengo frío. Llévame a casa, aquí ya no hay nada que hacer.

-Pero… ¿Quién ha dicho eso?

-Parece mentira que tú me hayas creado y nunca te hubieras imaginado mi voz. Soy yo.

-Pero… Eso no puede ser.

-Jajaja ¿Cómo que no soy real? Soy tu musa y me niegas. Estoy cansada. Mucho tiempo juntos y nunca me he quejado de nada. Hoy lo que has fumado te ha sentado muy mal.

Se levanta muy confuso, ha sido una experiencia muy extraña. Lo explica como los efectos del ron que siempre le hace poner los ojos chinos. Contrariado, se dirige a la cocina y se hace un café. Se sale de la rutina, pero hoy algo extraño ya la ha roto. Se relaja mientras espera que la cafetera comience con sus vapores a avisarle que está listo. No quiere pensar en lo que acaba de vivir, es una alucinación y como tal, no debe alimentarla.

Una vez despejado se dirige de nuevo a la cama y comprueba que todo lo que acaba de escribir está borrado y en su lugar está otra trama que él no ha escrito. Ella, en vez de estar en la calle se encuentra dormida plácidamente en su cama. No entiende nada y comprueba las notas de las hojas desperdigadas por todos lados. En ellas verifica que en ningún momento tenía pensado escribir lo que está escrito. Borra letra por letra hasta que otra vez la misma voz:

-Otra vez tú, me has despertado.

-¿Cómo que te he despertado, si ni siquiera te he puesto a dormir?

-¡Yo no soy una carajita! Yo sé acostarme sola.

-No quiero decir eso. Digo que yo no he escrito que estás durmiendo, tenías que estar camino al tren donde ibas a encontrarte con el otro protagonista

-No. Te he dicho que no voy a ir. No me apetece, hace frío y el cansancio no deja moverme. No me muevo de aquí.

-¿Cómo que no? Yo te he creado… espera, no puedo estar discutiendo contigo esto. No puede ser, me estoy volviendo loco.

Ella sigue dormida, el caso se está complicando. Piensa que puede ser la primera vez que necesite ayuda….

-¡Eh! Para, eso no lo estoy escribiendo yo.

-Por favor, déjame dormir y no seas pesado ¿Cuánto tiempo llevamos juntos?

-Diecinueve meses ser exactos. Casi 70 escritos y tres cuadernos de anotaciones que yo he escrito.

-Pues por eso. ¿No estás ya cansado de pelear con la razón y el corazón? ¿Con la gramática y la intensión? ¿Por qué no acabamos con esto? Merecemos descansar

-Pero… ¿Qué quieres decir, que te mate? Te lo repito, no eres real.

-Entonces ¿por qué sigues hablando conmigo?

-Porque tú me hablas.

-Y tú. ¿No estás cansado?

-Bueno yo…

-Tú vida ha cambiado en pocos meses. Estás solo porque no tienes a nadie. Estabas todo el día ocupado escribiéndo lo mismo una y otra vez. No sales de casa, no tienes amigos, tu única afición es hacerme correr por todos esos sitios que tu dibujas una y otra vez. ¿Por qué no acabamos con todo?

-Yo, yo… yo no podría. Si te pierdo a ti, lo pierdo todo.

-Pues eso. Te lo repito, ¿Por qué no acabamos con todo, con nosotros?

-¿Qué? ¿Quieres que nos matemos los dos?

-¡Mírate! Eres un joven/viejo acabado, borracho, que vive de noche porque no se quiere ni cruzar con la asistenta que le ayuda con las cosas de la casa. No te relacionas con nadie más que contigo y por ende conmigo, porque yo soy tú. Y si yo estoy cansado es porque tú ya no puedes más, ¿lo entiendes?

-Tiene sentido.

-Pues eso, ¿qué hacemos?

-Tú sigue durmiendo mientras yo lo pienso.

-Gracias. Si no lo haces, al menos déjame dormida unos días.

Convencido de lo que ha hablado con ella, se sienta en el sofá y piensa en el fin de los dos. Para ello lo que tiene que hacer es seguir escribiendo. Que vaya a morir no quiere decir que no cumpla con el plazo que tiene para elaborar sus escritos, pero lo tendrá que seguir haciendo en un cuaderno, debe dejarla dormir. Se lo ha prometido

Tras dos noches acabando deprisa el final del que ha sido su única amiga durante mucho tiempo, se da cuenta que no ha pensado en su final, pero no duda, será un clásico, con pastillas.
- Despierta, ya está. Bueno, espera, se me olvidaba.

Ella, tras unas horas reparadoras de sueño abre los ojos y encuentra la habitación tan vacía como la había dejado.

-Hola. Espero que me despiertes para darme buenas noticias.

-Te despierto para que me acompañes. Me he tomado el frasco de estas pastillas, son mis últimas horas.

-Bien hecho. Por fin podrás descansar. ¿Y yo?

-Tranquilo, ya he escrito tu final. En cuanto empiece a sentirme mal te vuelvo a dejar dormida y en cuanto impriman el libro vivirás tu última aventura. Te adelanto que no tendrás que hacer mucho y no sufres.

-Genial, si pudiera llorar lo haría.

A la mañana siguiente. Su asistenta entra como todos los días puntual a su cuarto para llevarle la taza de café. Lo encuentra tirado sobre la computadora en el lugar donde debería ir la almohada. Se extraña ya que es la primera vez que lo ve en ese estado. Lo llama y al no hallar respuesta se asusta y le toca. Está frío, el miedo la paraliza hasta que con pocas fuerzas y menos ganas se agacha para poder ver mejor su rostro. Comprende que no está dormido.

La policía en el registro de la habitación ve claramente las señales del suicidio, la botella de ron, el frasco de pastillas vacío, las colillas de cigarro que llenan el cenicero, cientos de páginas en blanco y en la pantalla el cursor parpadeando sobre una hoja completamente en blanco tras dos palabras, solo dos palabras en toda la habitación:

Somos libres

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