25.11.10

Carta Septima



Vida:
Sin duda alguna, ya se ha vuelto costumbre hablarle al papel cuando no estás aquí. Por eso escribo esta carta, la sexta que te escribo siendo una noche de inicio de fin de semana más de este ciclo de frío que avanza cada vez más. Y me sorprende que tenga su inicio, y seguramente también su final, mientras viajo camino a mi lugar de infancia, ese que usted ya conoce.

Van exactamente tres horas y media en carretera, en un día bonito que, acompañado de su séquito de nubes, avanza lleno de entusiasmo a llenarse de esplendor, bajo la mirada furtiva de un sol receloso de tanta belleza y las locas ansias de una luna aún no nacida que, queriendo ser luz de deseos, ya ha dispuesto camino en el tiempo para alcanzarla con exaltada prontitud, al sagrado altar de un esperado amanecer pronto a ser anunciado, entre sonrisas y besos, a la vuelta esplendorosa de una esquina que bien brilla, por su ausencia, en los espacios del cielo.

Así como lo hace ella, de igual manera, avanzo yo en el tiempo llevando la ilusión ardiente de volver a encontrarme contigo, en la celebración de tan anhelado escenario.

Partiendo de esa visión mía tenida de las cosas, en las que de seguro otros seres humanos no reparan mientras van de camino por la vida, demás está decirte que en todos estos días no he dejado de pensar en ti. Todo tiene su razón de ser en este extraño sentimiento que ha encontrado refugio al calor de nuestras almas, para nutrirlas de amor por dentro y con ganas de mostrarse a plenitud desde afuera.

Aprovecho la oportunidad para hacer uso de mi portátil, con miras a escribirte, mi renovado ejercicio epistolar de deseos, de amor vivido entre el silencio. Afortunadamente, la batería dispone de carga completa para aquello en lo que quiero ocuparme. Cosa curiosa: nadie va a mi lado, en el puesto del pasillo. No tengo duda que es la soledad, junto al silencio, quien sigue marcando pauta en mi vida.


Estaba empezando a escribir cuando el autobús se detuvo a hacer una parada para que los pasajeros estiráramos las piernas. Bajé y corriendo busqué un café, con la necesidad de tomar algo que me supiera a vida. Sabe usted que en el humo del café siempre la he rememorado, con el objeto de rememorar igualmente esas ganas siempre vivas de usted mientras avanzo en el periplo de ida a mi tierra de origen.


Tomando el café comencé a imaginar cosas, transformando los escenarios de esta ya conocida y gastada carretera. Imaginaba que el viaje no era para mi tierra de origen, sino para reencontrarme contigo con miras a tomar ese tren al cual estamos destinados a subir. Pero sé que aún no es el momento porque me falta todavía escribir algunas historias más, las más difíciles, para dar por concluido el libro del que tanto te he hablado en nuestros últimos encuentros, marcados, como tú bien lo sabes, por la línea vivencial de esos sueños tenidos de manera siempre tan extraña.


Mientras tanto, para hacerme de la idea de que estoy libre de toda atadura, me vestí de shorts, franela y sandalias, algo a lo que no estoy acostumbrado a hacer en mi vida de todos los días, y pudiéndolo hacer porque, en carretera, la temperatura es templada, a pesar de venir contaminado del frío del autobús.


Voy mirando perdido por la ventanilla. Todo sigue igual que siempre. Nada había visto que marcara la diferencia, salvo que tú no me acompañabas en esta oportunidad no buscada.
Supe entonces, aún no habiéndolo dudado nunca, que tu presencia es del todo real. A consecuencia de tan maravillosa sentencia tenida por cierta, pude situarme más allá del tiempo y del espacio, para hacerle eco al oído de tu voz, justo en el momento en que el sol comienza a dar señas de querer darle espacio a una luna ya hecha toda ella para enamorados.


A veces pienso que al acercarse el día de nuestro encuentro, el mar imaginario que navegamos en orden a los sueños se volverá maremoto. Es ese mar el que se aparece en este momento para hacerme compañía, acompañado por el viento, surgiendo entre los tres un extraño diálogo.


-Hola buen amigo- me saluda siempre el mar, para luego indicarme con plena titularidad de derecho, que aquello es su obligación. –Tenías tiempo que no te acercabas a verme- preguntándome a continuación lo que era de justicia -¿Tan mal me he portado yo contigo y con tu amada para que hoy vengas a reprochármelo en la cara?-


-No- le digo de manera apresurada, para borrar de su alma aquella idea. -¿Cómo puedo estar molesto o enfadado con quién en momentos nos hace tan felices al abrigo de su compañía?


Y entonces, dándome mi tiempo, paso a contarle los últimos episodios de este tránsito que han venido marcando nuestra extraña, pero tan especial relación.


Fue en ese entonces cuando el viento, tomando parte en la conversación, expresó buenamente su parecer:


-Amigo mar: por excepcional que pueda parecerte, y hasta por ignorancia personal, debes entender que si este amigo común y su hermosa amada no han vuelto a donde están destinados a encontrarse es porque hay muros y montañas que no me han dejado correr rápidamente. Pero acuérdate que soy etéreo, y que logro meterme por los huequitos y escalar las cumbres más borrascosas. Yo, por la naturaleza que me rige, sé donde están cada uno de ellos y dónde residen – y antes de continuar hablándole al mar, tuvo reparo para conmigo, cuidándose bien de aquello que le está permitido decir –Pero, no es a mí a quién corresponde unirles, es al destino que rige la vida de ambos, señalándote, para que nuestro amigo en común también nos escuche, que algún día volverán a ese lugar para contemplar, desde la realidad, lo que ambos han contemplado en el mundo de los sueños


Y después de haberle escuchado, el mar, mirándome a la cara, me pidió disculpas por su agresividad, teniendo el detalle de hacer extensivas sus palabras hacia tu persona.


Entiendo que todo esto te pueda parecer una locura. Pero así somos los locos. Por ahora, en la distancia, te llevo conmigo por el deseo de las letras y las palabras a las que les das vida y personalidad propia. Y aunque no la tenga en físico, perpetua está en mí tu mirada y ella es el aliento para contemplar, a través de ella, la maravillosa grandeza de mis deseos.

Y aún sigo soñando contigo…

19.11.10

Carta Sexta



Vida:


Empiezo esta nueva carta pensando que, por ser noche de frío, y que en oposición a los anteriores se asoma muy diferente a otros muchos vividos desde esta soledad tan extraña, que por costumbre tiene el acompañarme a donde quiera que voy sin por ello dar nunca asomo o pedir mi consentimiento o permiso.

Aún así, debo confesarte con total sinceridad que soy inmensamente feliz por el hecho de enfocar en ti una importante y vital parte de mis alegrías y motivaciones, al tener pleno conocimiento de que existes, eres real y vives en algún rincón de esta ciudad gris y plomiza que es mi corazón y que, desde hacía mucho, no tenía un motivo, día de júbilo o fiesta patronal que celebrar.

Sabiendo que hoy no estarás a mi espera en el andén donde estamos llamados a encontrarnos, para unir nuestros deseos en un solo deseo, dando inicio a ese maravilloso viaje en el último vagón de las ilusiones compartidas, es por ello que quiero anunciarte, porque eres el alma y sangre de ello, que son menos los capítulos que me faltan para la colocación del punto final en esa última página de ese libro maravilloso que tanto tiene que ver con lo que tú y yo somos: dos enamorados del amor, distantes y cercanos al mismo tiempo pero separados, de manera extraña, por todo lo que también nos une. A pesar de todo esto inicio mi viaje de siempre, porque ello hace que me sienta más próximo a ti, aún estando distante en el tiempo y en el espacio.

Hace rato, y mientras sorbía con reticencia una copa de vino tinto para darle calor al espíritu, me asomé por la ventana más cercana pudiendo apreciar que la noche es más oscura que siempre, melancólica, triste. Leía en las páginas web que la temperatura bajaría de forma considerable; cosa que –lo sabes- me gusta a rabiar. Pensando en esta actitud tomada por el tiempo y sus variantes climatológicas me inclino a pensar, de manera acertada, que todo ello no es sólo consecuencia inmediata de un gusto particular y hasta retorcido, sino que igualmente es, por esa actitud mía de descubrir la belleza plena donde otros, a causa de su falta de ilusión, no ven más que problemas, tristeza, decepción, melancolía.

No conforme con haber realizado dicho descubrimiento, corrí a asomarme por una de las ventanas que da hacia la calle y descubrí lo hermosa que puede ser esta ciudad cubierta bajo estos mantos cuasi invernales; y noto que hasta la gente se nota diferente, mientras intenta ponerse a buen resguardo del frío, haciendo uso de hasta lo inutilizable de su ropa de abrigo, con el propósito de buscar un poquito de calor agradecido.

Viendo tal actitud, grité para escucharme yo mismo

¡Qué diferentes somos los seres humanos en nuestro comportamiento!

… Corriendo enseguida a atender el llamado de la copa de vino que ya había dejado abandonada.

Hoy, porque quise cambiar la rutina, no quise escribir postrado en la cama como siempre lo hago, sino en este lugar de habitual rutina que es mi trabajo, destinando para ti un lugar cercano al mío, con la idea fija de que, aún no estando en cuerpo presente, lo estuvieras de manera cierta para compartir contigo, pero sin ti, una copa necesaria al final del día.

¡No sabes cuánto disfruté el momento, a pesar de las lágrimas secas!

De seguro te parecerán risibles, estúpidas o carentes de sentido mis ocurrencias, pero es así como he alimentado este sentimiento a lo largo de este tiempo que a mí me ha parecido toda una eternidad.

Saber que esto haces cuando te hablo de ello me convierte en un ser privilegiado, por entender que todo acto de locura, realizado bajo la total limpieza de este sentimiento que sirve de alimento al alma enamorada, es una muestra más de todo aquello que nos hace diferente a los que dicen amarse a plenitud a través del lenguaje de las caricias, para luego, llegando el cansancio de lo rutinario, buscan atraque en un nuevo puerto de amoríos pretendidos llevando consigo la malsana idea de hacerse una vez más al mar de las pasiones con la llegada de un nuevo tiempo de hastío.

¡Qué afortunado soy al quererte como te quiero, aún cuando sea una locura sin precedentes conocidos!

Desde aquel encuentro primero, que en su día tuviéramos de forma atípica, siendo todo él diferente a los tenidos por aquellos que dan inicio a una relación de amistad que luego, más temprano que tarde, se verá transformada en el naciente vínculo de una armoniosa correlación amorosa llamada a perpetuarse en el tiempo, me atrevo a jurarte, que no he parado de confesarle al sol naciente que da vida a cada una de las mañanas de nuestros días, que te ansío más que las caricias y los besos, de la pasión y el deseo, de la realidad y los sueños, del tiempo y el espacio, de lo finito y lo infinito, de lo conmesurable y lo inconmesurable, porque tengo y siento la continua necesidad de la única maneraque se me ha permitido ser completamente libre ante la barrera que nos ha distanciado hasta ahora: desde la palabra escrita.

A tu salud!

17.11.10

Carta Quinta



Vida:

Esta noche me ha prolongado frente al computador, escribiendo y poniendo al día alguna de las páginas de ese libro del que tanto te he hablado en mucho de nuestros tenidos encuentros, y de la que creo ya tengo las luces para terminar. Ya creo tener clara las ideas para varios de sus capítulos y el epílogo.

Creo, y no estoy equivocado al hacerlo, que será a su término cuando nos encontremos en el andén. Es por eso que me apremio a terminarla, pero sin omitir ningún ápice de lo que ya he escrito y anotado a pies de página. Pues, aunque es bien cierto que en el amor y en la guerra todo se vale, incluyendo las trampas y las estrategias, no es esa la ruta para conseguir lo que realmente se desea desde, y con el corazón, y más cuando la actitud a tomar, de manera solitaria e independiente, pueda poner en peligro la extraña y sobrenatural relación que llevamos desde hace unos meses, gracias a esas inexplicables leyes que rigen el mundo de los sueños, corriendo con ello el peligro de que nuestras vidas jamás lleguen a juntarse.

Pensando en todo esto que te escribo antes de tomar mi maleta de siempre, y llevando conmigo el deseo de que fuera hoy el día en que se de el encuentro que el tiempo y el destino nos tiene preparado para ambos; quiero decirte de todo corazón que ésta ha sido una semana en la que no he tenido descanso alguno. Temo que a causa de ello, y a que me descuido en lo que a alimentación se refiere, pueda terminar enfermándome. Lo sé, soy toda una calamidad en eso del arte de vivir solo; ha habido días en que, por esto de entregarme a escribir con una pasión desmedida, le he pasado por encima hasta tomar agua y eso no está bien. Por ello he puesto gran empeño en cambiar esa forma mía de comportamiento excéntrico. Porque no todo puede ser pensar y escribir, escribir y pensar –ya hemos hablado de ello-. Los desórdenes, sea cómo los miremos, no traen nada bueno en el desarrollo de la existencia humana. Voy aprendiendo paulatinamente y con sus respectivos escollos y mucho de eso te lo debo a ti, que a la vida hay que darle sus momentos merecidos:

Todo tiempo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo
Tiempo para nacer y tiempo para morir
Tiempo para la siembra y tiempo para recoger lo sembrado
Tiempo para herir y tiempo para sanar
Tiempo para lamentarse y tiempo para ser feliz
Tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas
Tiempo para dejarlo todo y tiempo para iniciar la búsqueda de lo que hemos perdido
Tiempo de guardar y tiempo de desprenderse
Tiempo de rasgar y tiempo de coser
Tiempo de callar y tiempo de hablar
Tiempo para la guerra y tiempo para la paz
¿Qué gana entonces el hombre si no es paciente y se fatiga con lo que hace?

He tenido a bien considerar que Dios pone a todos en una misión para que de ella nos ocupemos. El destino acondiciona las cosas a su debido tiempo y se ha servido del tiempo para motorizar los corazones. Pero a veces en nuestro proceder no nos damos cuenta de ello, para el disfrute que, de principio a fin, nos tiene preparada la cuenta del corazón.

Partiendo de este sencillo planteamiento, con tintes de intensión filosófico-teológicos, pero a la vez complicado y extraño para aplicarlo en nuestras vidas, o por lo menos en la mía lo ha sido, lo confieso; puedo con toda seguridad deducir, sin temor a equivocarme, que tu vida está marcando mi tiempo como desde hace mucho tiempo nada lo había tenido ocupado; y es por ello ésta metamorfosis que estoy sufriendo, y que creo que has notado, de hacer mis primeros esfuerzos por trascender de las letras a la palabra.

Y es por eso que pienso, y me propongo a darle el mejor uso y lujo de detalle a todo ese tiempo que me ocupas porque es él, a fin de cuenta, el que nos unirá en el abrazo definitivo. Y sé, porque me lo has dicho con razón, tomaré las medidas para llevar organizadamente los quehaceres diarios para que nada enturbie, por ninguna razón, el hechizo que, de manera paranormal, mantiene unidas nuestras vidas en la integridad de una pasión que anhela cumplirse a plenitud, con todo el fuego de lo etéreo y lo corporal.

Deseando más que nunca encontrarme contigo en el andén donde el destino nos ha citado, para que subamos juntos a ese vagón del tren de los sueños cumplidos, te espero pacientemente para el día que me cuentes de los sueños que aún estas por soñar y me cuentes...¿Qué te dicen tus silencios de mí?

12.11.10

Carta Cuarta

Vida:


Vuelve a ser fin de semana, pero un fin de semana distinto a los anteriores. Ya asoma su cabeza la antesala de otra agitada semana con su rutina de todos los días y, aunque he estado de cabeza con la guardia laboral, sabes que siempre logro de alguna manera ausentarme de tanta locura desmedida y entregarme a meditar –o a desvariar- sobre el sentido de la vida. Cosa hermosa ésta, porque he empezado partiendo de Dios; concluyendo luego, y de manera inevitable, en esa única verdad a la que el ser humano le ha quitado casi la totalidad de su valía: El amor.


¿Sabes? Siempre he defendido que el amor, como sentimiento que es, es fruto de su presencia en el corazón de todo ser humano. Hay gente que no está de acuerdo con ello, y yo se lo respeto pero, por mucho que he pensado en esa verdad inconmesurable, siempre que parto de la idea primaria, Dios, todas y cada una de las consideraciones que la encausan me llevan siempre a un argumento que tira por tierra cualquier otro que surja como respuesta contraria: que el amor tiene que ser –y que me perdonen los puristas- una manifestación o una forma de la existencia de Dios que, sin el ser humano merecérselo, le otorga a éste la oportunidad, en el transcurrir de sus días, participe en el otro y disfrute el cómo sabe la felicidad.


¿Quién ha dicho que el amor puede hacerte infeliz?


Si hay alguien que no solamente lo ha dicho, sino que lo sostiene y hasta lo defiende, está en el más grave de los errores ya que el amor, cuando es de por sí amor auténtico, nos conduce, por causa y efecto, aunque a veces en formas extrañas o que no se ajustan a lo que esperamos, al disfrute de la felicidad. Por amor no se sufre ni se padece, sino se vive y se participa totalmente de la plenitud de la vida. Y es que lo uno es consecuencia del otro.


Hermosa consideración todo esto, y una motivación más, para vivir con total libertad aquello que tanto se anhela o se desea, amar mas allá de los límites, teniendo presente que es más importante dar que recibir, pues el amor es darse, entregarse; pero sin esperar recibir nada a cambio, salvo lo justo.


Como lo puedes ver, en lo que mi vida respecta, no hay momento en el que no ocupe mi mente pensar.


Aún tengo en el recuerdo aquella vez que, durante una conversación tenida en uno de nuestros extraños encuentros, me dijiste:


-Es admirable el don que tienes para escribir. Y te admiro por ello

Y yo, que en condiciones normales tal sentencia pasaría por el filtro de mi subestimación e incredulidad, no pude sentir otra cosa menos que la necesidad de sonreir ampliamente. Respondí ante ello que eras (y eres) tú la musa que me hacía escribir, y que paso noches en vela entre cuadernos y borradores pensando qué escribirte en las próximas oportunidades.


-Pero tienes que dormir, me dijiste


Y te dije que no me daba sueño. Y qué también en esas noches me ocupo de pensar


-¿Y en qué tanto piensas?


Pienso en ti. De eso estoy más que seguro. Y es ese pensamiento el que pone alguna claridad en mis palabras. Eso es porque, misteriosamente y aunque tú no lo hagas, yo sueño contigo siempre. Tanto, que a veces me ha dado por pensar que vivimos en épocas diferentes, aunque estemos en presencia en tiempo y espacio. Pero te digo que en nada me es incómodo esto. Sueño contigo como parte de la manifestación de este amor que, de manera sobrenatural y extraña –como te dije en la carta anterior- nos une y nos mantiene aún en la distancia, aunque no sea ese el deseo.


Es por eso que puedo decirte con total propiedad, y para tu conocimiento, que no duermo desde aquella oportunidad en que, emergiendo de la noche de mi vida, hiciste acto de presencia para encontrarnos por primera vez en aquel lugar mantenido en el recuerdo. A partir de ese momento dejé de dormir de verdad para asistir cada noche a tu encuentro, y siempre en lugares tenidos por diferentes, hasta que en su momento nos encontremos en ese anden al que en sueños siempre acudo con la esperanza de que nos subamos juntos en ese tren que nos espera a expensas de la realidad.


¡Qué difíciles se me hacen los días en la espera de nuestro encuentro!


Si las barreras del tiempo, el espacio y las circunstancias no limitan ni acondicionan nuestros encuentros y sentimientos, es imposible que mi vida de hoy sea empañada por la tristeza. Muestra de ello, de alguna forma, son estos escritos que, torpemente pero con mucho entusiasmo, hago para ti.


Esto en lo que trabajo es totalmente diferente –y aquí señalo a los que puedan leer esto- Pienso que si se toman en serio su contenido se darán cuenta que es imposible vivir para ser feliz si no somos capaces de transmitir amor en cada uno de nuestros actos.


Lo sé, claro que lo sé; y gracias por recordármelo de nuevo. Debo darme prisa. Pero es que tengo tanta necesidad de escribirte que paso por alto que el reloj siempre juega en mi contra y mucho más cuando comienzo a entrar en las edades en las que no hay que perder tiempo en nada, para no perder aquello que la vida nos tiene ofrecido: ser felices, abandonándonos por completo a la voluntad de los deseos cuando éstos, al igual que brasa que no se extingue, alimentan y dan calor a nuestro existir.


Y ya que hablé de Dios… A él le doy gracias por tu existir.

Carta Tercera



Vida:

Vuelve a ser fin de semana, pero un fin de semana distinto a los anteriores. Ya asoma su cabeza la antesala de otra agitada semana con su rutina de todos los días y, aunque he estado de cabeza con la guardia laboral, sabes que siempre logro de alguna manera ausentarme de tanta locura desmedida y entregarme a meditar –o a desvariar- sobre el sentido de la vida. Cosa hermosa ésta, porque he empezado partiendo de Dios; concluyendo luego, y de manera inevitable, en esa única verdad a la que el ser humano le ha quitado casi la totalidad de su valía: El amor.

¿Sabes? Siempre he defendido que el amor, como sentimiento que es, es fruto de su presencia en el corazón de todo ser humano. Hay gente que no está de acuerdo con ello, y yo se lo respeto pero, por mucho que he pensado en esa verdad inconmesurable, siempre que parto de la idea primaria, Dios, todas y cada una de las consideraciones que la encausan me llevan siempre a un argumento que tira por tierra cualquier otro que surja como respuesta contraria: que el amor tiene que ser –y que me perdonen los puristas- una manifestación o una forma de la existencia de Dios que, sin el ser humano merecérselo, le otorga a éste la oportunidad, en el transcurrir de sus días, participe en el otro y disfrute el cómo sabe la felicidad.

¿Quién ha dicho que el amor puede hacerte infeliz?

Si hay alguien que no solamente lo ha dicho, sino que lo sostiene y hasta lo defiende, está en el más grave de los errores ya que el amor, cuando es de por sí amor auténtico, nos conduce, por causa y efecto, aunque a veces en formas extrañas o que no se ajustan a lo que esperamos, al disfrute de la felicidad. Por amor no se sufre ni se padece, sino se vive y se participa totalmente de la plenitud de la vida. Y es que lo uno es consecuencia del otro.

Hermosa consideración todo esto, y una motivación más, para vivir con total libertad aquello que tanto se anhela o se desea, amar mas allá de los límites, teniendo presente que es más importante dar que recibir, pues el amor es darse, entregarse; pero sin esperar recibir nada a cambio, salvo lo justo.

Como lo puedes ver, en lo que mi vida respecta, no hay momento en el que no ocupe mi mente pensar.

Aún tengo en el recuerdo aquella vez que, durante una conversación tenida en uno de nuestros extraños encuentros, me dijiste:

-"Es todo un don el que tienes para escribir. Y te admiro por ello"

Y yo, que en condiciones normales tal sentencia pasaría por el filtro de mi subestimación e incredulidad, no pude sentir otra cosa menos que la necesidad de sonreir ampliamente. Respondí ante ello que eras (y eres) tú la musa que me hacía escribir, y que paso noches en vela entre cuadernos y borradores pensando qué escribirte en las próximas oportunidades.

-"Pero tienes que dormir", me dijiste

Y te dije que no me daba sueño. Y qué también en esas noches me ocupo de pensar

-"¿Y en qué tanto piensas?"

Pienso en ti. De eso estoy más que seguro. Y es ese pensamiento el que pone alguna claridad en mis palabras. Eso es porque, misteriosamente y aunque tú no lo hagas, yo sueño contigo siempre. Tanto, que a veces me ha dado por pensar que vivimos en épocas diferentes, aunque estemos en presencia en tiempo y espacio. Pero te digo que en nada me es incómodo esto. Sueño contigo como parte de la manifestación de este amor que, de manera sobrenatural y extraña –como te dije en la carta anterior- nos une y nos mantiene aún en la distancia, aunque no sea ese el deseo.

Es por eso que puedo decirte con total propiedad, y para tu conocimiento, que no duermo desde aquella oportunidad en que, emergiendo de la noche de mi vida, hiciste acto de presencia para encontrarnos por primera vez en aquel lugar mantenido en el recuerdo. A partir de ese momento dejé de dormir de verdad para asistir cada noche a tu encuentro, y siempre en lugares tenidos por diferentes, hasta que en su momento nos encontremos en ese anden al que en sueños siempre acudo con la esperanza de que nos subamos juntos en ese tren que nos espera a expensas de la realidad.

¡Qué difíciles se me hacen los días en la espera de nuestro encuentro!

Si las barreras del tiempo, el espacio y las circunstancias no limitan ni acondicionan nuestros encuentros y sentimientos, es imposible que mi vida de hoy sea empañada por la tristeza. Muestra de ello, de alguna forma, son estos escritos que, torpemente pero con mucho entusiasmo, hago para ti.

Esto en lo que trabajo es totalmente diferente –y aquí señalo a los que puedan leer esto- Pienso que si se toman en serio su contenido se darán cuenta que es imposible vivir para ser feliz si no somos capaces de transmitir amor en cada uno de nuestros actos.

Lo sé, claro que lo sé; y gracias por recordármelo de nuevo. Debo darme prisa. Pero es que tengo tanta necesidad de escribirte que paso por alto que el reloj siempre juega en mi contra y mucho más cuando comienzo a entrar en las edades en las que no hay que perder tiempo en nada, para no perder aquello que la vida nos tiene ofrecido: ser felices, abandonándonos por completo a la voluntad de los deseos cuando éstos, al igual que brasa que no se extingue, alimentan y dan calor a nuestro existir.

Y ya que hablé de Dios… A él le doy gracias por tu existir.

9.11.10

Carta Segunda



Vida:

Nuevamente, y como si un protocolo obligado se tratara, vuelvo a escribirte con la misma sinceridad de la vez anterior. De más está decirte que ha iniciado una nueva semana, hace mucho más frio que la semana pasada, tanto que ya se hizo necesario desempolvar las chaquetas que no uso nunca. Te diré que, en estos últimos meses en los días que tengo por laborables, es decir, los que van de lunes a viernes –sin contar las guardias-, me levanto sumamente tarde con la resaca efervescente de tanto pensar, imaginar y soñar hasta la última médula. Acto seguido, y sin pasar por el baño, voy descalzo, directo y sin escala, directamente a la cocina para servirme el café, que acompaño con el primer cigarrillo del día; enciendo el televisor y me vuelvo a tumbar en la cama, tratando de hacer el mayor caso omiso al desastre de la madrugada, pidiéndole a gritos a la modorra que salga de mi cuerpo para poder arreglarme, vestirme e ir a trabajar.

Reconozco en esta mecánica –y nociva, e insalubre- actitud, que soy un desastre en eso de hacer vida sin más compañía que los pensamientos que me acompañan a todos lados. No sé, y esto es una confesión que te hago, si algún día aprenderé a vivir sin ellos, y más cuando han sido una constante para mí existir a lo largo de todos estos años. Entiendo que no puede un ser humano vivir sempiternamente pensando, sino que es más obligatorio el actuar, con miras a que el futuro sea algo más tangible. Muchas de mis obras, lo confieso, por el simple hecho de alimentarse de pensamientos, me han conducido a saborear la agridulce sensación de períodos de luz, y otros tantos de imposibilidad, en mi incipiente oficio de escritor que nunca sabré si lo seré de verdad. Aún así, es mi deseo que, a partir de lo dicho, todo comience a ser distinto, diferente.

Estoy poniendo empeño en irme distanciando de todo ello, marcándome como tarea primaria el cambiar de estilo literario; razón por la cual ya he guardado, en el baúl de esos mismos recuerdos, la pluma que escribía con la tinta del ayer experimentando desde hace unos días para acá, al hacer uso de ella, que en cada uno de sus trazos hay una vida nueva. Y tanto, que el libro en el que llevo trabajando hace más de un año, ha dado un giro desde tu llegada y desde ese cambiar de pluma. Ahora mi entusiasmo por terminarlo es mucho mayor a cuando empecé.

Después de mucho pensar, y gracias a la decisión de navegar a contra corriente en esto de escribir sin sentirme sujeto a nada ni a nadie sino únicamente guiado por el espíritu de libertad impregnado en esa pluma, he logrado desarrollar nuevas ideas para escribir de las que quizá, salga un nuevo libro de cuentos, una novela, o quizá nada; pero que atesoraré con muchísimo tesoro.

Una de las ideas que me ha seguido rondando por la cabeza es esa del Tren de los Sueños que te conté en la carta anterior. He estado imaginando escenas de cómo podría ser una posible secuencia literaria. Me atreveré a contártela con derecho a que la critiques: En esa escena, nos encontramos en el andén del Tren de los Sueños. Te digo que ya tengo el equipaje hecho y dos boletos, uno para mí y otro tuyo. Tú me dices Recuerda que debemos ser pacientes con lo que el destino nos tiene marcado. Aún nos toca esperar. Y sin dejar de sonreír, con total soltura, me animaste a seguir expectante, como tiempo de prueba, para el fortalecimiento de este sobrenatural amor que nos une de manera extraña a través del vínculo de los sueños. El tren está por llegar, sube como lo sueles hacer, al último vagón y no por ello me apartes de tu corazón.

Quise hablarte con prontitud y lo impediste, llevando tu mano derecha a mis labios mientras intentabas hacerme entender que ese era mi momento.

-Si pierdes el tren, el hechizo que rodea nuestras vidas se romperá de inmediato y nunca más volveremos a vernos, diciéndome a continuación aquello que en anteriores oportunidades no recordaba haber escuchado de tus labios pero que bien conocía a través del brillo de tu mirada. ¡Te adoro tanto como tú me adoras a mí!

Entonces el tren entró en la estación con su bruma invernal. Y, aunque no era mi deseo separarme de ti, hice caso a tus palabras y me apresuré a subir al último vagón, llevando la idea final de ocupar la última butaca que me señalaba mi boleto de viaje.

Porque ese era mi mayor deseo en el momento, volví la vista atrás antes de acceder al vagón por la puerta cercana para volver a mirarte una vez más, y llevarte así conmigo. ¡Eres de los que siempre se salen con la suya!

Habiéndote escuchado con total claridad, a pesar del murmullo y de los gritos de algunos pasajeros, quise volver atrás para despedirme de ti formalmente y como suelen hacerlo las personas que se quieren, pero la gente con sus brisas y empujones me obligaron a subir al tren. Lo demás lo puse yo, para enseguida buscar el número de la butaca, corriendo con la suerte de que quedaba en ventana y del lado mismo del andén. Tu mirada y la mía se cruzaron en la distancia, y terminamos por decirnos lo que nos quedaba por decir, sin necesidad para ello de usar palabras.

El tren inició su marcha y todo volvió a ser como siempre ha sido: el más hermoso y singular de los sueños, fruto de la necesidad de querer y de ser querido en la plenitud de la libertad y pureza total; esa, la que muchos seres humanos no llegan nunca a alcanzar porque no son consecuentes con sus sueños.

Es cierto que la tristeza viajó conmigo en todo el camino porque una vez más, como tantos fines de semana, no se dio el encuentro real de ambos en la estación final de los encuentros, donde el destino tiene reservado para nosotros el encuentro final. Mi llegada a la próxima estación estuvo marcada por la decisión primera de entregarme a caminar por sus calles con total libertad para luego, preso de la impaciencia, volver a casa para abandonarme al frío de la noche, como siempre suelo hacer, para sentarme a contemplar el horizonte, encender un cigarrillo y entregarme en cuerpo y alma a pensar durante horas, por aquello de no tener otra cosa que hacer. Allí, dadas las circunstancias del momento, empecé a sentirme invadido por tu presencia siendo entonces cuando, casi sin percibirlo, me quedé profundamente dormido para volver atrás en el tiempo y tener contigo otro encuentro maravilloso antes de que subiéramos juntos al tren de los sueños tenidos.

Tengo que decirte lo bien que me sentí al despertar con las primeras horas del alba, para luego asearme y desayunar como Dios manda, ponerme activo para hacer las cosas del día con miras a siempre regresar, en la espera de otro fin de semana en el que, por tener, ya tengo todo hecho. Inclusive esta nueva carta, de la cual sólo me queda guardar en mi computador y colgarla en este blog, para salir a toda carrera a la estación de trenes para seguir en el viaje que me llevará al definitivo encuentro contigo.

Queriéndote siempre más que ayer y menos que mañana, aún cuando no esté cerca la fecha indicada para nuestro reencuentro, me despido…lleno de tu presencia.

5.11.10

Carta Primera



Vida:

La muestra de tu presencia-ausencia me conduce a sumar una prenda más a mis sencillos ropajes, para luego salir a la calle inevitablemente desnudo. Es por ello que tengo esta urgente necesidad de escribirte esta carta primera e iniciar nuevamente este andar en la senda de las letras, este espacio donde ambos hemos sido citados por el destino.

Llueve, no sé por qué, pero llueve a cántaros y aún está por amanecer. Esta lluvia de hoy no estaba anunciada por aquellos que a diario nos hablan del clima y sus repercusiones y, sin embargo, me contenta mucho que así sea, porque está marcado que nuestro encuentro definitivo será en una lluviosa y fría mañana cuasi invernal. Aún desconozco la fecha elegida.

Así, como es costumbre, salgo de casa con lo puesto, llevando conmigo el único equipaje que se me está permitido para este viaje que juntos debemos hacer en el vagón de un tren que el destino, no sé por qué, tiene reservado para ambos en un momento de nuestras vidas. Tu bien sabes, por las muchas e interminadas conversaciones sostenidas durante nuestros furtivos encuentros, que ese tren no es un tren cualquiera como el Eurostar o el Thalys sino que se identifica de manera muy especial con el nombre bonito de El Tren de los Sueños.

¡¿Qué manera tan extraña la forma utilizada por el destino en su comportamiento hacia nosotros, verdad?!

Y yo, que tantas veces me he negado a aceptar esta gran verdad, y otras tantas, he luchado en su contra para no darle el gusto de salirse con la suya, he terminado por verme envuelto en esta locura de ansias, nacida toda ella de mis deseos, de mis delirios, de mis sueños, en los que eternamente me encuentro contigo para, únicamente, vernos a los ojos, sonreír a un mismo tiempo, tomarnos de las manos, hablar de lo que queremos o no queremos, de aquello que nos gusta o disgusta y, sin llegar nunca a besarnos por consideración a lo que somos en el mundo de las contrariedades, finalmente de forma subjetiva vuelves tú a ser quién eres y yo a ser quién soy…

¡Qué cosas tiene la vida en esto de los sentimientos llevados en el corazón y vividos a flor de piel tras el cristal transparente de los sueños tenidos por reales!

Por no haber nada en tu vida que me sea indiferente, bien conoces de mis consideraciones, de mi insistencia y apego a una aventura eterna, dada toda ella entre aquello que bien conozco y lo que estoy seguro llegaré a conocer si, llegado el momento y después de mucho acudir al andén donde estamos llamados a reunirnos, alcanzamos juntos a subir a ese Tren de los Sueños tomados por reales.

Puedo decirte ahora, y haciendo hincapié en lo dicho con anterioridad, que no sabes con cuánta ilusión he vuelto una vez más a abrir el armario de mis locuras para tomar, como lo hiciera en alguna oportunidad, esa maleta siempre dispuesta para ello, donde guardo, de manera protegida, aquellos sueños e ilusiones que han venido a darle alimento a mi alma entre letras y palabras, entre música y vino; pues qué otra cosa más puede hacerse necesaria, cuando es todo su contenido la ropa que viste la desnudez de mi cuerpo, el calzado que permite dejar huella de cada uno de mis pasos, y el único medio maravilloso que en verdad me hace libre.

Y, aunque doy por contado que de sobra lo sabes, quiero decirte hoy cuando retomo la senda, que tengo de todo conmigo, pero en realidad carezco de todo si, saliendo en tu búsqueda una vez más, vuelvo a casa cargando con mi maleta de siempre, por el hecho de no reunirme contigo; pero también alegre y muy animado en el fondo, porque sé que regresaré una vez más a lo mismo, con la ilusión de poder abrazarme a ti en ese anden de los sueños donde estamos llamados por el destino a reencontrarnos…

Corren en sus prisas las manecillas del reloj que tengo cercano al lugar donde habitualmente me siento a escribir, y casi estoy a punto de escuchar el chillido que ha de anunciar la hora que está pronto a llegar…

Debo. Tengo que parar. Ya no dispongo de más tiempo para seguir escribiéndote por primera vez en este papel de cristal líquido. Eso sí, aún gozo de unos segundos para rematar esta primera carta liberada, gritando y suspirando a los cuatro vientos tu nombre, así como lo hago todas las mañanas, ya te lo he dicho en algún mensaje; aunque con el dolor vivido de no poder decirlo aquí, tu sabes, por el recurso literario del misterio.

Correré entonces a tomar de esa taza de café que me espera en la jarrita metálica de la cocina, no importándome que su contenido esté frío en el momento de consumirlo. Luego, y porque es lo debido, lavar de inmediato la cafetera, el recipiente utilizado y también la cucharilla donde agregué el azúcar, por eso de no querer dejar nada sin hacer, para finalmente, y porque así reza el programa, colocarme las vestiduras de hoy. Cargar con la maleta de los deseos y llevarla en un compartimiento cercano al corazón. Abrir la puerta de casa, apagar la luz del pasillo, pasar la llave, tomar el ascensor. Salir a toda prisa.

Y como acto concluyente plantarme en la calle, pensando en el día en que me encontraré contigo para abrazarnos, subir juntos a ese último vagón del Tren que nos conducirá a … no sé, dímelo tú