25.11.10

Carta Septima



Vida:
Sin duda alguna, ya se ha vuelto costumbre hablarle al papel cuando no estás aquí. Por eso escribo esta carta, la sexta que te escribo siendo una noche de inicio de fin de semana más de este ciclo de frío que avanza cada vez más. Y me sorprende que tenga su inicio, y seguramente también su final, mientras viajo camino a mi lugar de infancia, ese que usted ya conoce.

Van exactamente tres horas y media en carretera, en un día bonito que, acompañado de su séquito de nubes, avanza lleno de entusiasmo a llenarse de esplendor, bajo la mirada furtiva de un sol receloso de tanta belleza y las locas ansias de una luna aún no nacida que, queriendo ser luz de deseos, ya ha dispuesto camino en el tiempo para alcanzarla con exaltada prontitud, al sagrado altar de un esperado amanecer pronto a ser anunciado, entre sonrisas y besos, a la vuelta esplendorosa de una esquina que bien brilla, por su ausencia, en los espacios del cielo.

Así como lo hace ella, de igual manera, avanzo yo en el tiempo llevando la ilusión ardiente de volver a encontrarme contigo, en la celebración de tan anhelado escenario.

Partiendo de esa visión mía tenida de las cosas, en las que de seguro otros seres humanos no reparan mientras van de camino por la vida, demás está decirte que en todos estos días no he dejado de pensar en ti. Todo tiene su razón de ser en este extraño sentimiento que ha encontrado refugio al calor de nuestras almas, para nutrirlas de amor por dentro y con ganas de mostrarse a plenitud desde afuera.

Aprovecho la oportunidad para hacer uso de mi portátil, con miras a escribirte, mi renovado ejercicio epistolar de deseos, de amor vivido entre el silencio. Afortunadamente, la batería dispone de carga completa para aquello en lo que quiero ocuparme. Cosa curiosa: nadie va a mi lado, en el puesto del pasillo. No tengo duda que es la soledad, junto al silencio, quien sigue marcando pauta en mi vida.


Estaba empezando a escribir cuando el autobús se detuvo a hacer una parada para que los pasajeros estiráramos las piernas. Bajé y corriendo busqué un café, con la necesidad de tomar algo que me supiera a vida. Sabe usted que en el humo del café siempre la he rememorado, con el objeto de rememorar igualmente esas ganas siempre vivas de usted mientras avanzo en el periplo de ida a mi tierra de origen.


Tomando el café comencé a imaginar cosas, transformando los escenarios de esta ya conocida y gastada carretera. Imaginaba que el viaje no era para mi tierra de origen, sino para reencontrarme contigo con miras a tomar ese tren al cual estamos destinados a subir. Pero sé que aún no es el momento porque me falta todavía escribir algunas historias más, las más difíciles, para dar por concluido el libro del que tanto te he hablado en nuestros últimos encuentros, marcados, como tú bien lo sabes, por la línea vivencial de esos sueños tenidos de manera siempre tan extraña.


Mientras tanto, para hacerme de la idea de que estoy libre de toda atadura, me vestí de shorts, franela y sandalias, algo a lo que no estoy acostumbrado a hacer en mi vida de todos los días, y pudiéndolo hacer porque, en carretera, la temperatura es templada, a pesar de venir contaminado del frío del autobús.


Voy mirando perdido por la ventanilla. Todo sigue igual que siempre. Nada había visto que marcara la diferencia, salvo que tú no me acompañabas en esta oportunidad no buscada.
Supe entonces, aún no habiéndolo dudado nunca, que tu presencia es del todo real. A consecuencia de tan maravillosa sentencia tenida por cierta, pude situarme más allá del tiempo y del espacio, para hacerle eco al oído de tu voz, justo en el momento en que el sol comienza a dar señas de querer darle espacio a una luna ya hecha toda ella para enamorados.


A veces pienso que al acercarse el día de nuestro encuentro, el mar imaginario que navegamos en orden a los sueños se volverá maremoto. Es ese mar el que se aparece en este momento para hacerme compañía, acompañado por el viento, surgiendo entre los tres un extraño diálogo.


-Hola buen amigo- me saluda siempre el mar, para luego indicarme con plena titularidad de derecho, que aquello es su obligación. –Tenías tiempo que no te acercabas a verme- preguntándome a continuación lo que era de justicia -¿Tan mal me he portado yo contigo y con tu amada para que hoy vengas a reprochármelo en la cara?-


-No- le digo de manera apresurada, para borrar de su alma aquella idea. -¿Cómo puedo estar molesto o enfadado con quién en momentos nos hace tan felices al abrigo de su compañía?


Y entonces, dándome mi tiempo, paso a contarle los últimos episodios de este tránsito que han venido marcando nuestra extraña, pero tan especial relación.


Fue en ese entonces cuando el viento, tomando parte en la conversación, expresó buenamente su parecer:


-Amigo mar: por excepcional que pueda parecerte, y hasta por ignorancia personal, debes entender que si este amigo común y su hermosa amada no han vuelto a donde están destinados a encontrarse es porque hay muros y montañas que no me han dejado correr rápidamente. Pero acuérdate que soy etéreo, y que logro meterme por los huequitos y escalar las cumbres más borrascosas. Yo, por la naturaleza que me rige, sé donde están cada uno de ellos y dónde residen – y antes de continuar hablándole al mar, tuvo reparo para conmigo, cuidándose bien de aquello que le está permitido decir –Pero, no es a mí a quién corresponde unirles, es al destino que rige la vida de ambos, señalándote, para que nuestro amigo en común también nos escuche, que algún día volverán a ese lugar para contemplar, desde la realidad, lo que ambos han contemplado en el mundo de los sueños


Y después de haberle escuchado, el mar, mirándome a la cara, me pidió disculpas por su agresividad, teniendo el detalle de hacer extensivas sus palabras hacia tu persona.


Entiendo que todo esto te pueda parecer una locura. Pero así somos los locos. Por ahora, en la distancia, te llevo conmigo por el deseo de las letras y las palabras a las que les das vida y personalidad propia. Y aunque no la tenga en físico, perpetua está en mí tu mirada y ella es el aliento para contemplar, a través de ella, la maravillosa grandeza de mis deseos.

Y aún sigo soñando contigo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario