18.12.10

Carta Octava

Vida

Hoy la ciudad me ha brindado desde el balcón un atardecer taciturno vistiendo el disfraz de un otoño tenido por inesperado. Como sabes, me gusta ver llover, y por ende disfruto de estos atardeceres con la misma pasividad con la que el tiempo se antoja de marcar el ritmo de las horas y los días.

Así, contemplando el cielo desde la ventana de este apacible y generoso lugar que tengo como estancia de trabajo me entrego a pensar que, los sentimientos en sí, cuando verdaderamente están revestidos de pureza y eternidad, guardan un parecido total con el tiempo climático a lo largo de su transcurrir por el corazón de todo ser humano. De ello no me queda la menor duda. Se calienta en los tiempos calurosos, se hace apasible cuando bajan los vientos otoñales y busca cobijo en los inviernos; y siempre, siempre, se revitaliza cuando vuelve el sol, aumentando su fortaleza, se renueva otra vez en el viento otoñal y se muestra necesitado de pasión ante el invierno, para luego continuar alimentándose, un día tras otro, en el repetir de los mismos tiempos.

¡Quién diga o sostenga lo contrario es porque nunca se ha enamorado de verdad!

Pensando en todo esto, saco cuenta de estos días de inviernos, y ya son varios, contando éste, en los que me preparo para un deseado encuentro contigo, en espera de subir juntos a ese último vagón del Tren de los Sueños, que tiene el encargo final de recogernos a ámbos en ese anden de nuestras ilusiones compartidas; y por todo ello, soy inmensamente felíz.

Solo espero, y es este mi mayor deseo, que el destino tenga a bien el darnos la posibilidad de que todo ello llegue a consolidarse en su momento, aún cuando me quedan un par de cartas por escribir de este ejercicio epistolar que pronto estoy por concluir; entendiendo que su final, es llave indicada para la apertura de esa extraña puerta que separa tu entorno y el mio del mundo real; aunque también, y es bueno tenerlo presente, están de por medio las reformas que se llevan a cabo en el interior de nuestras casas, que siento que van camino a revestirlas de lo que siempre han sido: refugios engalanados por el misterio y la belleza de cada uno de sus rincones; esto sin dejar en el olvido, ese otro lugar hermoso que, por propia influencia tuya, vuelve a recuperar la esencia única de su razón de ser: un lugar para comulgar a plenitud con la vida, a través de la belleza mostrada en el colorido de cada una de las flores sembradas en el espacio elegido, para con ello dar albergue a su existencia.

Es por ello que quiero dedicarme a la tarea, si tu me lo permites, de ser arquitecto de ese palacio de sueños, en espera de que me otorgues el visto bueno a las obras ya realizadas, en lo concerniente al aprovechamiento del patio interno de nuestro refugio como lugar de verdadera comunión entre la vida y la naturaleza, entre los sueños y la realidad, entre la pasión y las ilusiones , entre los recuerdos de ayer y las vivencias de hoy, entre lo que hicimos y lo que haremos; sin olvidar nunca que hemos sido, somos y seremos, amantes de una noche cercana, invitada por el destino, a convertirse en un día para el que no existe final alguno.

No quiero ocultártelo. A lo largo de esta semana que va quedando atrás, no he dormido lo necesario. Me ilusionaba poder escribir estas últimas cartas y saldar la deuda. Gracias a tí, inspiración no ha faltado.

Mi imaginación ha parecido brotarse por estos dias, dandole rienda suelta al espíritu de la creatividad. Sé que debo dosificarla y no desbocarme, tratarla suavemente, tal cómo tú lo has ordenado. Te confieso que hubo un momento, en esta semana que culmina, en que entré a considerar que el final no debía ser cómo lo había pensado, y hasta que tal vez no debía ni continuar. La sensatez fue quien me hizo plantarle cara a la tentación de no hacerlo y volví a retomar la pluma y el teclado para así mantener la misma idea desde el comienzo.

Sé, por boca de escritores de mayor valía que yo, que esto puede ocurrir en ciertos momentos haciendo creer que, por sentirnos dueños y nunca alimentadores de los personajes o motivo que toman vida en el conjunto de nuestros escritos, tenemos derecho a cambiar el ir y venir de sus vidas.

Nunca antes había experimentado cosa igual; pero ya vez, algún día tenía que ocurrirme, para que me detuviera a pensar por un instante que, con sólo cambiar una cosa por la otra, podemos cambiar los matices del panorama, a veces sin razón, y en el discurrir de aquellas letras que conforman todo ese conglomerado de palabras entretejidas todas por la escritura, ésta que me ha servido de herramienta y medio para drenar el dharma, haciendo, aunque sea un poquito, que todo lo que parezca imposible sea posible.

No puedo ocultarte que tengo miedo, un miedo desconocido...

Te he visto igual, creo que no ha cambiado nada. Aunque pueda parecerle extraño a cualquier mortal pensante, tú conservas esa aura sobrenatural, mientras yo siento que a veces me disuelvo en la espera. Si esto es así, ¿será que acabaré calcinado en ella?

Para no pensar -me has dicho que no piense tanto- callo esos pensamientos que tengo por inciertos, para detenerme al instante en una nueva interrogante. ¿Puede ser todo ello un impedmiento a la hora de poner en manifiesto lo que siente uno por el otro?. La soledad y el silencio se sumergen en el alma.

Pero hoy por hoy estoy sentado a la espera de tí, como siempre lo he hecho, pero, a diferencia de las veces anteriores, incluyendo esos días correspondientes a otoños e inviernos ya vividos, debo señalar con total sinceridad que hay una cierta paciencia y, junto con ella, un mayor interés en plantear colores y cimientos de un sueño, que no se si realmente será también tuyo, pero si es fervientemente mío.

Te adoro...

1 comentario:

  1. Dejar de soñar, es como aceptar que ya hemos dejado de vivir y sólo nos queda esperar la muerte. Soñar con el amor, con el regreso, hace que sea aún más llevadero cualquier sentimiento.

    Aún a cierta edad, soñar, es un privilegio que pocos nos damos.

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