25.6.11

El Llanto



Son deprimentes los días con lluvia

Esa frase le venía a la cabeza por alguna razón, en algún momento alguien se lo había dicho o lo habría leído en algún lugar. No tenía seguridad, pero cada vez que llovía y caminaba por la ciudad, venía a su mente aquella frase e interiormente sonaba una y otra vez. También recordaba que esa frase le había marcado porque pensó enseguida: Ahora lo entiendo, bajo la lluvia es más fácil llorar y ocultar las lágrimas.

Fue un día de esos, lluvioso, de esos que abundan por esta ciudad por éstos días. La ciudad estaba completamente encharcada e iba mirando su reflejo en cada pequeña laguna que se formaba sobre los baches del asfalto. Era un día de esos porque se recordaba una y otra vez la frase y estaba llorando. Nadie miraba, era completamente libre para llorar sin el temor de que alguien se compadeciera. Adolecía de mostrar su confusión, sus dudas y pena; la peor parte que se puede mostrar a los demás es pena. Había que hacer el esfuerzo inquebrantable de buscar los rincones donde esconderse para derrumbarse, como todos.

Caminaba despacio, saboreando cada reflejo dibujado en el agua, imaginando que las ondas no las provocaba la lluvia, sino sus lágrimas. Se imaginaba inundando la ciudad, llenando los ríos, rebosando el mar con sus oscuras lágrimas. Se imaginaba como una gran cascada de soledad.

No era la primera vez que lo hacía, la verdad que cada vez que caían las primeras gotas de lluvia, instintivamente cogía su paraguas y salía a la calle, era como una llamada a su fuente interior, la lluvia llamaba a sus lágrimas, se había convertido en un ritual. No lloraba por nada en concreto, a veces no, pero era muy necesario, una forma de desahogo.

Hoy es diferente, hoy siente que algo se ha quebrado en su interior. Creía que iba a renovarse como otras tantas veces, pero la lluvia no cesa, al igual que sus lágrimas, y las de hoy vienen acompañadas con viejos recuerdos, oníricas imágenes. Sin saber por qué, hoy se acuerda de su madre, de sus hijos, de sus amigos, de todo el tiempo vivido en soledad, de todas las vidas perdidas por el orgullo, de todos los rincones visitados y los que nunca visitó. Hoy se han abierto las compuertas y de repente ve con claridad, como si alguien hubiese dibujado un esquema de lo que es y de la vida que ha recorrido, hoy ve sus miserias y la lluvia no es capaz de ahogarlas. Hoy se hace realidad uno de los mayores temores que siempre ha tenido: el darse cuenta de todo y volver a recordar todo aquello que creía enterrado.

Piensa que eso pasa por haberlo guardado todo. Realmente en su interior sabía que un día llegaría, pero lo que más rabia es que la lluvia sea la culpable. Siempre pensó que era su aliada, con quien crea, con quien se desahoga, la mano sobre el hombro que alguien te tiende para sentir que no estás solo, desamparado. Hoy la lluvia cometió traición.

Un pensamiento le viene a la cabeza, una explicación del grandioso torrente de emociones que invaden su cuerpo; la lluvia está cansada de ser utilizada como paño de lágrimas y le ha devuelto la tristeza que había traspasado. Esos charcos hoy se convertían en espejos que reflejaban su yo verdadero, ese que lleva años intentando ocultar bajo todos esos disfraces de inquebrantable, inteligente y fuerte que se ha construido durante los años de frías soledades y ocultas apariencias. Hoy la lluvia le lleva de la mano en un viaje interior.

Las lágrimas no cesan pero los ojos ya no miran la lluvia. Están cerrados, intentando contenerlas sin resultado. No sabe qué hacer, se está convirtiendo en lluvia mientras todas sus entrañas arden azotadas por las llamas del pensamiento.

Abre los ojos y ve su reflejo en el agua, su triste reflejo negro y no sabe qué hacer, cómo parar esa sensación. Se siente acabar, no cree que pueda recuperarse, todo a su alrededor es oscuridad, por fin es de verdad; y ese es uno de los mayores dolores cuando tu vida ha sido un enorme esfuerzo por ocultarte a los demás, ocultarte a ti mismo.

Sigue caminando, debajo de su paraguas que ya no le sirve. Sus lágrimas son más fuertes que la lluvia. En un intento de alzar la cabeza y volver a la normalidad a lo lejos ve una pareja gritando, solos en la lluvia, enfoca su borrosa mirada y puede ver el rostro de los chamos: asustados, destrozados. Eso le hace reconocerse. Así fue su despedida. Entonces lo entiende todo, llora con la lluvia no porque sea más fácil, si no porque fue testigo de un recuerdo doloroso, el soundtrack de la ausencia.

Son deprimentes los días con lluvia

22.6.11

La Soledad



Se levanta, mira por la ventana, se despereza, va a la ducha, se mira en el espejo, se sonríe, se ducha, se viste y antes de salir de casa mira hacia atrás, dentro de las habitaciones, oscuras, deshabitadas.

Trabaja casi sin cruzar palabras con sus compañeros. Come junto al escritorio. Su trabajo le resulta insustancial, rutinario, pero como todo lo demás. A la salida, cualquiera le invita a algo. Siempre rehúsa, siempre pone excusas. La hora justo a la salida del trabajo es la mejor hora del día. Gusta mezclarse con la gente y caminar, sin mirar a nadie. Es cuando más soledad se siente, cuando hay más gente alrededor. Respira la ciudad y ve apagarse la luz de cielo para ver como poco a poco va siendo sustituida por la luz artificial de los avisos de bares y locales que, a esas horas, reúnen a la gente que huye de la soledad agolpándose en espacios pequeños y ruidosos.

Su casa está lejos pero siempre camina despacio. Nadie espera, no tiene prisa. Cuando llega a su calle se detiene en el abasto y se coloca unos lentes de sol pues la luz tan potente del espacio es cegadora. Carga las bolsas, en su mayoría botellas que vaciará en su casa. Se introduce en su escalera y sube los pisos andando, nunca agarra el ascensor, no por miedo a un desperfecto, si no por miedo a tener que compartirlo con algún vecino. Prefiere ser invisible, lo busca y lo consigue, poca gente le ha entablado palabras.

También subir las escaleras con peso es una forma de castigo, se flagela. Abre la puerta de su casa y la encuentra tal y como la dejó, vacía, oscura. Son pocos muebles los que se ven. Poco a poco se ha ido deshaciendo de todo, sólo se quedó con lo básico, no necesita más: su música, su cama, su cocina, su libros, sus cuadernos y su computadora. Es un animal que hiberna entre libros, discos y alcohol.

El resto de su vida lo ha rechazado, tirado a la basura junto a todos los demás muebles. Cree por un momento en esa forma de vida y no le encuentra diferencia con la búsqueda de los demás. Arroja las bolsas sobre la tarima junto a la nevera e introduce la compra, las botellas. Sabe que es un problema pero lo ha decidido, no quiere ponerlo solución. Enciende el reproductor y activa una melodía que aún la eriza la piel, por eso sabe que no ha fallecido. La voz de Rosario cantando Algo Contigo le hace volar cada vez que la escucha. Arden las entrañas y brota el fuego en los ojos, en las piernas. Relaja el cuerpo, respira y baila, vuela en una niebla oscura que habita dentro del apartamento.

Baja las ropas, se sirve una copa repleta de vino en copa ancha y sigue bailando, empapando la noche con su hipnótico bamboleo. Sabina, Rosana, El Cigala, Concha Buika, Silvio y hasta la Cucu Diamantes, una canción tras otra, un disco más y otro, hasta que cae sobre la cama. La luz de luna baña el cuerpo, lo enfoca y lo muestra. Aunque todos pensemos que la locura ronda su cabeza, es poderosa porque se entiende, se quiere. Por eso sonríe e invoca con las manos a su amante, a quién ha construido vagando durante meses en la oscura soledad. Invoca su nombre, cerrando los ojos y como siempre, acepta la llamada e irrumpe en su habitación puntual, traspasando la ventana sobre la cama y tomando posesión del cuerpo. Se olvida del mundo y le deja hacer, es quién le guía, quién toma el mando. Le ha construido con sus manos y son estas las que marcan el ritmo.

Fogoso encuentro que llena todo el apartamento de llamas. La mirada incendiada, aunque tenga los párpados cerrados, la piel se quema, se retuerce como serpiente, gime, grita, su boca es la entrada al infierno. No abre los ojos hasta que estalla, poseyendo la habitación, el edificio, la ciudad, se expande convertida en huracán que arrasa todo convirtiéndolo en oscuridad, dejando tras su paso sólo ceniza.

No se despide de su amante porque sabe que en la siguiente noche volverá. Le ha creado, le debe la vida, sus manos le han moldeado. Cuando la luz se apaga en su interior abre los ojos, mira la luna, testigo de la pasión y sonríe. La noche está inmensa. Se cubre el cuerpo y gira mirando la oscuridad del apartamento. De fondo una canción tenue que hace que la niebla sea más densa, tanto que la oprimen los párpados hasta cerrarlos. Se acabó la función, no sueña, al menos nunca lo recuerda. Duerme para olvidar que en unas horas se tiene que despertar.


13.6.11

El Silencio



Sin lugar a dudas, el silencio es uno de los misterios más sublimes, a veces crueles, de la vida.

Yo normalmente hablo muchísimo, a veces hasta por los codos y sin medida. Unas veces cosas interesantes; otras de cosas que a nadie les interesa. Unas veces con el verbo (aunque confieso que no soy muy bueno con su uso), otras escribiendo. Y creo que no me puedo callar la boca por que el respeto y el miedo que tengo al silencio es muy grande. Porque, querrámoslo o no, el silencio siempre trae consigo grandes revelaciones y, cuando las realidades son silentes, creo que llevan mayor carga y duelen más.

No obstante, debo reconocer que siempre he admirado (y hasta me son enigma) a las personas que usan los silencios como forma de expresión. Gente que se enfrenta al mundo con ese verbo silente, que su forma de ver la vida es eso mismo: verla más que hablarla. Muchas veces, gente que guarda las grandes verdades en ese silencio y que usa la palabra como mero salvoconducto. Cosas de la diplomacia.

Las palabras deben contener siempre verdad y decir algo que realmente importe. No hay que callar por miedo a lo que se pueda decir, a equivocarse o al miedo de ser cuestionados por lo que decimos. Hay que callar por respeto al silencio. El mundo está lleno de palabras vacías que, aunque en apariencia son inofensivas, son muy dañinas porque, en el fondo, lo que hacen es servir de mascarada.

Hay gente que habla sin parar para vender algo que no existe y que evidencian sus verdaderas carencias. Hay otros que hablan solo lo que el otro quiere oír. Y otros que hablan poco por el miedo a quedar mal, a herir o a ser heridos, poniéndole cárcel a las palabras que brotan en su interior. No, no es censura, es la libertad de decir lo que se piensa y lo que se siente. Las únicas que deberían apagar los silencios.

Pero callar no es un error, es una elección.

Hoy elijo creer que las palabras son algo más que sonidos que salen de nuestras bocas. Son nuestra verdad, por lo que hay que saber elegir. No todas nuestras palabras tienen valía en todos los oídos.

Y a este blog, que estuvo buen rato en silencio, le quedan ya pocas palabras...