22.6.11

La Soledad



Se levanta, mira por la ventana, se despereza, va a la ducha, se mira en el espejo, se sonríe, se ducha, se viste y antes de salir de casa mira hacia atrás, dentro de las habitaciones, oscuras, deshabitadas.

Trabaja casi sin cruzar palabras con sus compañeros. Come junto al escritorio. Su trabajo le resulta insustancial, rutinario, pero como todo lo demás. A la salida, cualquiera le invita a algo. Siempre rehúsa, siempre pone excusas. La hora justo a la salida del trabajo es la mejor hora del día. Gusta mezclarse con la gente y caminar, sin mirar a nadie. Es cuando más soledad se siente, cuando hay más gente alrededor. Respira la ciudad y ve apagarse la luz de cielo para ver como poco a poco va siendo sustituida por la luz artificial de los avisos de bares y locales que, a esas horas, reúnen a la gente que huye de la soledad agolpándose en espacios pequeños y ruidosos.

Su casa está lejos pero siempre camina despacio. Nadie espera, no tiene prisa. Cuando llega a su calle se detiene en el abasto y se coloca unos lentes de sol pues la luz tan potente del espacio es cegadora. Carga las bolsas, en su mayoría botellas que vaciará en su casa. Se introduce en su escalera y sube los pisos andando, nunca agarra el ascensor, no por miedo a un desperfecto, si no por miedo a tener que compartirlo con algún vecino. Prefiere ser invisible, lo busca y lo consigue, poca gente le ha entablado palabras.

También subir las escaleras con peso es una forma de castigo, se flagela. Abre la puerta de su casa y la encuentra tal y como la dejó, vacía, oscura. Son pocos muebles los que se ven. Poco a poco se ha ido deshaciendo de todo, sólo se quedó con lo básico, no necesita más: su música, su cama, su cocina, su libros, sus cuadernos y su computadora. Es un animal que hiberna entre libros, discos y alcohol.

El resto de su vida lo ha rechazado, tirado a la basura junto a todos los demás muebles. Cree por un momento en esa forma de vida y no le encuentra diferencia con la búsqueda de los demás. Arroja las bolsas sobre la tarima junto a la nevera e introduce la compra, las botellas. Sabe que es un problema pero lo ha decidido, no quiere ponerlo solución. Enciende el reproductor y activa una melodía que aún la eriza la piel, por eso sabe que no ha fallecido. La voz de Rosario cantando Algo Contigo le hace volar cada vez que la escucha. Arden las entrañas y brota el fuego en los ojos, en las piernas. Relaja el cuerpo, respira y baila, vuela en una niebla oscura que habita dentro del apartamento.

Baja las ropas, se sirve una copa repleta de vino en copa ancha y sigue bailando, empapando la noche con su hipnótico bamboleo. Sabina, Rosana, El Cigala, Concha Buika, Silvio y hasta la Cucu Diamantes, una canción tras otra, un disco más y otro, hasta que cae sobre la cama. La luz de luna baña el cuerpo, lo enfoca y lo muestra. Aunque todos pensemos que la locura ronda su cabeza, es poderosa porque se entiende, se quiere. Por eso sonríe e invoca con las manos a su amante, a quién ha construido vagando durante meses en la oscura soledad. Invoca su nombre, cerrando los ojos y como siempre, acepta la llamada e irrumpe en su habitación puntual, traspasando la ventana sobre la cama y tomando posesión del cuerpo. Se olvida del mundo y le deja hacer, es quién le guía, quién toma el mando. Le ha construido con sus manos y son estas las que marcan el ritmo.

Fogoso encuentro que llena todo el apartamento de llamas. La mirada incendiada, aunque tenga los párpados cerrados, la piel se quema, se retuerce como serpiente, gime, grita, su boca es la entrada al infierno. No abre los ojos hasta que estalla, poseyendo la habitación, el edificio, la ciudad, se expande convertida en huracán que arrasa todo convirtiéndolo en oscuridad, dejando tras su paso sólo ceniza.

No se despide de su amante porque sabe que en la siguiente noche volverá. Le ha creado, le debe la vida, sus manos le han moldeado. Cuando la luz se apaga en su interior abre los ojos, mira la luna, testigo de la pasión y sonríe. La noche está inmensa. Se cubre el cuerpo y gira mirando la oscuridad del apartamento. De fondo una canción tenue que hace que la niebla sea más densa, tanto que la oprimen los párpados hasta cerrarlos. Se acabó la función, no sueña, al menos nunca lo recuerda. Duerme para olvidar que en unas horas se tiene que despertar.


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