23.2.11

Delirium Tremens II: Cuando no esté contigo


Señora, ¿me daría un beso?

Cuando digo esa frase, sólo pienso en restregarme contra usted un par de veces por semana durante diez o doce meses a lo sumo. Prometo no molestarla tan seguido si usted lo prefiere, no buscarle las cinco patas al gato; como mucho la llamaré un par de veces de madrugada, hurtando sus ojos al sueño, para decirle cuánto la amo y cómo la echo de menos, por lo demás no se preocupe, de las noches en que no nos veamos, prometo suicidarme sólo la mitad de ellas, la otra mitad estaré tranquilo.

Miraré sereno cómo la mañana llega de smog se posa sobre la ciudad, veré los carros ladrar furiosos en la autopista, buscaré sus facciones en las caras anónimas que pululan en el Metro y ellos me tomarán por estúpido al ver mi sonrisa (de estúpido), no se preocupe por mí, ya le digo, estaré bien, entraré en un restaurante y pediré una ración de pulpo y una botella de vino tinto. El mesonero también me tomará por estúpido cuando vea mi cara de felicidad al meterle el diente al cefalópodo, el mesonero sonreirá, le digo, porque ignora el pobre que como pulpo porque yo también quiero ser pulpo, señora. Yo también quiero ser pulpo, para acariciarla a usted y abrazarla con mis tentaculos, y poseerla con ellos, y después me sentaría al piano y lo tocaría como sólo los pulpos pueden tocarlo, porque, ¿sabe, señora?, si yo fuese pulpo aprendería a tocar el piano sólo por complacerla, pero el mesonero no lo entiende, y me mira y sonríe cuando yo me miro los tentáculos para saber si son tentáculos de pianista, y pienso en los momentos de felicidad y pasión que pudo tener, y le recito: ¿pulpo será, mas pulpo enamorado?, y al final suele ocurrir que me entristezco por este pobre pianista a la gallega, con su anárquica melodía emergiendo entre las papas y el pimentón, y me bebo el vino y me voy del restaurante, y vago un rato por las calles, pero ya ve, señora, que no soy peligroso en esas noches, no lo soy porque aún llevaré pegado al cuello el aroma de usted desde el fin de semana anterior.

Los pulpos somos muy tranquilos, aunque debo confesarle, señora, que otra cosa será al día siguiente, en esos días enloquezco desde la mañana. Ser pulpo me deja una resaca espantosa, noto un demonio dentro de mí, y consigo aplacarlo al principio, con mucho esfuerzo lo mantengo a raya, pero latente, crece, se alimenta de los restos del pulpo, y va ganando terreno poco a poco, hasta que, cuando empieza a caer la tarde ya no puedo contenerlo, sale de mí y me esclaviza, me fustiga, me hace tenerle rabia a usted y a mí mismo por tenerle rabia y odiar al pulpo por amarla, y empiezo a arrastrarme y se me hiela el corazón y soy una víbora, y salgo a la calle y repto por la ciudad, y no la busco a usted, porque le tengo rabia, ya se lo he dicho. Le tengo rabia, porque miro en sus ojos al demonio que me esclaviza, y creo que usted me tiene rabia por ser una víbora, pero luego pienso que simplemente le soy indiferente, le doy exactamente igual, y eso me horroriza aún más, ser una víbora indiferente, porque puedo comprender su odio, ya que su cuerpo no está hecho para ser tocado por una víbora, pero su indiferencia me hiere.

Y lo que haré, señora, será buscar consuelo en el hombro del demonio, que me hará beber mil y un whiskies para engañarme, porque sus labios, señora, lo sé, tienen el regusto sabroso-amargo del whisky, y en mitad de la noche, con mis escamas de whisky y mis colmillos de odio, el diablo me acompañará hasta la calle de las ausencias y allí me dejará cómo una presa fácil, y, lo siento, señora, buscaré sus labios entre las ausencias para inyectarles mi veneno, si es que aún tengo veneno, pobre vibora de madrugada, y por un instante creeré haberla hallado a usted, cuando en realidad son mis colmillos los que saben a whisky, no los labios de la ausencia, y mi corazón de sangre fría volverá a arrastrarse por la calle, ya ve, señora, eso será todo lo que haré el tiempo que no pase con usted, quizá no sea muy ortodoxo, quizá espera usted algo más, lo comprendo, pero piense que yo la necesito para no perder la cabeza

Y por eso, señora, concédame usted ese beso, por favor.

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