2.3.11

Agrafía


Los médicos dicen que es una afección rara. Que se conocen pocos casos. Que nadie lo ha estudiado, en profundidad, todavía. Dicen “Lo sentimos mucho”. Dicen “No podemos hacer nada”. Dicen “Sabemos que no es fácil”. Dicen “Tendrás que aprender -y lo harás, ya verás como lo harás- a vivir con ello”.

Vivir con ello significa vivir sin ellas. Eso no lo han dicho. Quizás también ellos sufren algún tipo de afección extraña.

Agrafia pura secundaria. Como si decir tres palabras juntas significara algo.

Incapacidad adquirida para expresar las ideas por escrito -No tener ni una puta palabra que llevarme a los dedos -me he dicho.

Pero puedes pensar, imaginar. Leer. Puedes hablar. ¡Puedes!

Como el que dice “No queda Vodka, pero allí quedó jugo de limón”. Como el que dice “Tienes jodido el corazón, pero te funciona perfectamente el hígado”.

Varios días en tratamiento. Me han preguntado cuándo tuve el accidente. Si conducía yo. Si el golpe fue frontal o lateral. Si perdí la conciencia y durante cuánto tiempo. Si hubo hemorragias nasales o auditivas. Si recordaba lo sucedido al despertarme. Me han preguntado si tuve algún traumatismo. Si he sufrido alguna vez un ACV. Si yo, o alguien de mi familia, es hipertenso. Si he sido intervenido. Si tengo alergia o intolerancia a algún medicamento. Si tengo claustrofobia. Si doy mi consentimiento para una radiografía de cráneo Si llevo objetos metálicos.

Y nadie -ni el neurólogo ni el neurocirujano ni el neuropsicólogo- me ha preguntado por las palabras que he perdido. Por las palabras que me ha robado ese semáforo contra el que me he estrellado. Por las palabras que han salido disparadas para la luna y que he visto morir, a solas, sobre la acera. Por las palabras que me han visto morir y que ya no sabían qué dirección tomar.


Sálvenlas a ellas, no a mí”, le habría dicho al de la ambulancia. “Parece que aún respiran. Parece que aún dicen algo". Tú lo habrías entendido. Y las habrías salvado a ellas. Pero él no. Y no lo culpo, aunque lo haga.

Y nadie me ha preguntado por ellas. Por mí sin ellas. Por mí en apariencia sin ti. Nadie me ha preguntado por éste sin nosotros a partir de ahora.

Es una afección rara, ha dicho el médico. Él se refería a la agrafia. Pero yo he pensado que la verdadera afección extraña es esta costumbre nuestra de querernos por escrito, a dos mil kilómetros por autopista y treinta años de distancia. La de controlar lo que se quiere decir y hacer. La de no saberlo. La de guardarlo. La de vomitarle tinta a la pantalla del portátil como si fuera la piel que me sobra o la ropa que me quitas. La de mirarte de ojos a píxel. La de esperar que me mires. La de esperar para tocarte. La de la poca paciencia.

Y ahora he cambiado una afección rara por otra, porque no te tengo siempre como te quiero tener.

Y nadie me ha hecho la pregunta necesaria. Nadie ha querido saberlo. Quizás a nadie le importa, en definitiva

Estás vivo, coño, qué más da que no tengas palabras” ha dicho el médico en mi cabeza.

Te equivocas. Me faltan cuatro letras para estar vivo” le he contestado.

Silencio por su parte

Lo he intentado esta noche. Y no he podido.
Me han tomado la temperatura y la tensión arterial. Me han cambiado el suero. Me han preguntado qué tal he dormido. Si tengo calor o frío. Si necesito algo. Necesitaba decirle a alguien que lo he intentado esta mañana y que no he podido. Pero no he podido. No he podido. No he podido

Pero puedes hablar y...”, ha dicho el médico.

No puedo.

Me he mirado las manos y las he puesto sobre el teclado. He pensado las palabras antes. Te he buscado un comienzo con el que poder continuarnos. Tenía un párrafo entero en la cabeza. Te lo juro. Intentaba contarte todo esto. Tenía todas las palabras -y eso que nunca las he tenido-. Pero los dedos no se han movido. Y cuando lo han hecho, han escrito cosas extrañas. Cosas que no entiendo. Cosas que nadie (pero puedes hablar y…) entendería nunca.

Tengo astenia en la punta de los dedos. Sensación de cuerpo extraño. Carraspeo (letras sueltas, inútiles, cobardes). Ardores fríos. Inestabilidad. Vértigo. Cansancio.

Pienso en frases cortas, en mensajes telegráficos: Accidente. Herida. Cráneo mudo. Dedos muertos. Diez laringes menos con las que llegarte. Pero nada.

Entra la enfermera y dice no hagas esfuerzos. Dice “túmbate”. Y agrega “Quieres que le avise a alguien”.

Sí. Quiero que avise a alguien.

Quiero que te avise a ti.

Pero no puedo develarlo

A mí me faltan ahora cuatro letras para estar vivo. Y aún tengo la esperanza, a pesar del cuadro clínico, de que voy a poder dártelas

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