16.2.11

Miseria Lingüística


Señores. Sé que quizá me servirá de poco, pero tengo que expresarlo: Harto de amores mudos, hoy no me dirijo a Ella, me dirijo a ustedes para hacerles saber que tantos años de práctica y discusiones no han servido de nada. Al menos en lo que a mí se refiere; no obstante, tras interrogar a algunos conocidos, la frustración es colectiva, y de ahí nace tanta impotencia que pudiera explicar por sí solos el porqué de este mundo hostil; pero no es en representación de nadie que les escribo.

Es una cuestión personal, porque después de semanas de sufrimiento, de tortura, mi incapacidad se ha revelado en su grado más extremo.

A pesar de vivir enmudecido y enamorado, algo de cordura me queda, y la empleo en buscar salidas a mi situación. Leo en una página web que han lanzado un nuevo diccionario, el Panhispánico, que anuncian como un compendio definitivo. Creo que lo compraré, claro, con el deseo de encontrar por fin las palabras que traduzcan exactamente a los papeles y a la pantalla de la computadora el sentimiento que me desborda.

Estoy enamorado, e intento encontrar los términos precisos para contarlo con similar suerte hoy por hoy. A cada ausencia le sucede una inquietud. Es evidente de quién es la culpa: Mia. Yo la quiero, pero nunca le puedo decir cuánto, ni cómo, ni de forma convincente, el grado de felicidad que alcanzo a su lado.

En esta ocasión, con Ella, no me puedo permitir el lujo de que esos fracasos se repitan. De ahí la compra del dichoso Panhispánico; de ahí esta carta, una vez descubierto el escaso valor de la nueva adquisición a la hora de hallar un vocabulario esclarecedor.

Esta ausencia de verbos y adjetivos, se lo aseguro, no será por falta de inversión. He gastado como el mayor de los derrochadores. Compro todos los diccionarios que recomiendan: todas las reediciones del de la lengua española, el de ortografía, los de gramática (tanto los que anuncian una nueva como otra descriptiva), el primitivo, el lexicográfico, el de refranes y, por supuesto, el de desengaños amorosos. También busqué entre los diccionarios de sinónimos, de antónimos, médico-biológico (fue en mi época mas racionalista), filosóficos e, incluso, a través de un impulso mezquino, en diccionarios económicos.

Y Nada... Ni siquiera me lee...

Por eso hoy les expreso mi odio, mi absoluto desprecio hacia su trabajo, que brota con la misma fuerza que el sentimiento, por ahora indescriptible, que me despierta Ella, una mujer que no merece miserias lingüísticas, sino las mejores letras del mundo. Las mejores palabras de ustedes que encontré para hablar de ella son tan miserables que ni se me pasa por la cabeza decírselas a Ella. Su trabajo y el de sus predecesores académicos resultan inútiles frente a esta sensación, pero, también, frente a ella. El vocabulario que ofrecen es tan avaro, y Ella tan rica. Esos diccionarios suyos están tan muertos, y ella tan viva, que parece que en sus tomos se habla de un planeta y ella viva en otro.

No quiero alargarme más. Es imposible que puedan ustedes comparar su pobre aportación a mi problema, ya que no la conocen a Ella, por desgracia para ustedes; aunque, eso sí, me gustaría recomendarles que, antes de lanzar un nuevo diccionario, reflexionen ustedes sobre el significado de un proverbio (extraído, obviamente, del Diccionario de Proverbios y Refranes, otra obra consultada sin éxito): con la mentira se puede llegar muy lejos, pero sin esperanza de retorno. A pesar de todo, yo tengo la esperanza de que ustedes, miembros de la Real Academia Española, encuentren palabras verdaderas para describirla a Ella... y lo que siento...

No hay comentarios:

Publicar un comentario