11.4.10

Epígrafe


¡Simplemente...gracias!

Creí que pasaría mucho más tiempo antes de que volviera a hablar de Ella. Hasta llegue a creer que, en su instante de ausencia, en el fondo, se trataba de uno más de esos amores platónicos, extraños e inconclusos que un día te quitan la materia gris del cerebro y luego, poco a poco, con el paso inapelable de las semanas y los meses, se van extraviando entre los insondables agujeros de ese enorme colador que es la distancia.

Además –más por culpa mía–, había puntos clave que mi efervescente e impertinente actitud había dejado colar ante el deseo. Luego de eso, mantuvimos un silencio sospechosamente largo. Cada uno se metió en sus cosas, a meter las narices en la realidad que le correspondía. La idea de volver a vernos –tan inspiradora y poética–se había convertido por un momento en una simpática e improbable superstición. Hasta que un asalto de madrugada me hizo saber, con un mazazo, que ella está perenne en mi dura y roída cabezota.

Mis manos apretaron el teléfono y me quedé inmóvil. Todo parecía irreal de tan súbito e inesperado. Mentiría si dijera que no pensé inmediatamente en la posibilidad de reencontrarme con Ella. Desde luego que lo pensé. Cómo no hacerlo. Más cuando en estos tiempos cualquier cosa que hago lleva en los mantos del pensamiento inequívocos sinónimos de su nombre. El hecho de escribir, de bailar, de reír, de pensar, de tomar una copa, lleva impregnado el recio olor de su recuerdo.

En ese entonces meditaba el por qué de su ausencia. Y confieso que le di rienda suelta a mis fantasmas más pérfidos. Llegué a imaginar lo peor: 1) Que ella estaba con un novio enorme; o 2) Que, aunque mi nombre le sonaba un tanto familiar, había conseguido olvidar quién carajo era y todo lo vivido. Ese pensamiento me sacudió el corazón. Por un momento, sin razón alguna, hasta le tomé rabia porque, en el zafarrancho de mi imaginación, ella se había olvidado de mí. Así pasaron los días, la sentía en la lejanía. Pero ya dice Silvio Rodríguez “…la cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes”.

Y así los días subsiguientes estuve dándole vuelta a la estimulante idea de tenerla cerca, sólo para mí, otra vez. Y así comencé nuevamente a escribir. Y gracias a la escritura volví a encontrarme con ella. Mensajes, posteos…así las letras nos fueron nuevamente acercando. Las de ella, terrenales, las mías, voladoras. Como nuestros signos.

Así, sin mucho pensarlo –como siempre me ha pedido hacerlo- volvimos a estar juntos ese fin de semana. Entre las cosas habituales quedó un momento de sorpresa. Me había pedido acompañarle en su espacio. Hacia afuera, mi reacción podía parecer natural, tranquila y hasta despreocupada. Pero no lo podía creer. El reencuentro estaba a punto de concretarse. Tuve un suspiro de desahogo a la altura del pecho, y a continuación fui víctima de un contundente ataque de alegría: Salté de la silla cual simio chiflado y excesivo. Puse la música a todo volumen, me tomé los cementerios residuos de las botellas que quedaban una tras otra. Eructé sonoramente. Bailé frenéticamente. A todas luces era una reacción bipolar, o que me habían dicho por el teléfono que me había ganado el Kino o que me dejaron una herencia. No era ni una cosa ni la otra. Era algo más simple: un paraje asolado por el huracán de la felicidad.

Así compartimos esa noche. A simple vista parecía normal, un simple tomar tragos, un simple hablar. Pero dentro de mi, mi felicidad estallaba. Entre cuentos, anécdotas y recuerdos del pasado, todos escuchados con fiel atención, comprobé que Ella está más viva que nunca en mí. Que me juego la vida por un instante con sus manos tomadas. Y la madrugada, sin mediar muchas palabras, me regaló una bocanada de aire bendito, salida de las fauces de la boca más sensual que he conocido, en la forma de los labios más suaves que he besado y en la lengua más arrebatadoramente enloquecedora que podría probar.

Luego me tocó dejarla… y manejar hasta mi realidad. Porque así son nuestros momentos, o así los veo: llenos de magia, de misterio, de meditar en flashback en qué momento voy a besarte. Intempestivos, sorpresivos, fascinantes. A veces pienso que si fuesen planeados, no serían tan divinos, tan naturales, tan apoteósicos. Revivo la velada, cuadro por cuadro, y no se me ocurre qué cosa podría mejorar.

Hoy sigo escribiendo (le) –muchas de esas cosas no están acá- con su imagen en mi cabeza –como sigue actualmente cual flama inapagable- y con la firme convicción que en algún momento ella podrá leer todas esas letras que se han convertido, lejos de tortura, en una atesorable huella del tránsito. Son letras de redención. Sería por el azar, sería por el recuerdo; pero el destino me había invitado a pasar a su fiesta, dándome la oportunidad de vengar al idiota que fui, y yo no podía privarme de hacerlo.

Siempre he pensado que uno no es nada si primero no se lo cree. Y yo, a pesar de todo lo que digan mis pocos acérrimos críticos, me creo un escritor. Fundamentalmente porque escribiendo me gano la vida, porque escribo este blog, porque quiero escribir un libro, y porque no me imagino haciendo otra cosa en la vida que sea esa: escribir. La escritura es para mí como el revólver al policía: me confiere un poder, y sin ella me sentiría completamente desarmado.

Y por eso hoy, a manera de epígrafe, escribo esto para agradecer a las letras, esas que me han permitido volver a sentirte cerca. Y te las dedico a tí. Primero, porque solo es contigo con quien puedo compartir el asombro de vivir estos episodios tan auténticos. Y segundo, porque creo que los dos hemos estado a la altura del desafío que ha significado mejorar cada encuentro. Pudimos haber abortado todo lo que compartíamos, y sin embargo, míranos, ahora tenemos una historia más maravillosa todavía.

Creo que siempre nos perseguirá la incertidumbre de saber a donde nos lleva todo esto, y es bueno tener claro que ese destino tal vez no sea tan fácil de divisar. Sé que debo esperar con paciencia el próximo encuentro, el momento perfecto. Practicar ese “tratar suavemente”.

Mientras tanto, sueño cuando el destino conspire a nuestro favor y estemos juntos de nuevo, en un café, en una librería, en el cine, en el teatro, en algún bar del mundo, en un sitio más íntimo; y nos riamos un poco de los tumbos del destino, y nos tomemos un café o un buen trago, y nos miremos un rato a los ojos como si nunca hubiera pasado nada: que es la mejor forma de saber que sigue pasando todo.

Te quiero. Irremediablemente. Extrañamente. Como a un amor distante. Y cómo recuerdo esos besos...

2 comentarios:

  1. Sólo diré:
    Upa, cachete.
    Ah. Y qué bella estrofa de Silvio.
    Y qué bello texto.

    Besos.

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  2. Lo más curioso de leerte, cuando escribes de ELLA es que tiendo a identificarla con muchas otras que conozco. Ellas que para bien o para mal, fueron, están o estarán...se te da bien eso de escrirle a ella, porque en ELLA, están todas las que una vez, estuvieron.

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