6.4.10

Para saber si una mujer te gusta


Sabes que una mujer te gusta cuando le envías un mensaje de texto al celular y te pasas los siguientes minutos contemplando la pantalla de tu teléfono, esperando su respuesta, con una ansiedad solo comparable a la ansiedad que tuviste de fumarte una caja de cigarros, uno tras otro, cuando aguardabas nervioso los resultados (catastróficos) de tu examen de ingreso. Y de hecho sabes que ella te gusta cuando, al notar que su respuesta no llega, te empiezas a bombardear a ti mismo de mensajes de texto, con la única finalidad de comprobar que aún tienes saldo o la línea no esta jodida cuando más la necesitas.

Sabes que una mujer te gusta cuando estás en la oficina listo para irte, muerto de hambre y lo que quieres es llegar a tu casa comer como un cerdo y a rascarte la hombría haciendo zapping en el televisor. Pero ella te llama y te dice para verse aunque sea un segundo. Como el corazón tiene la capacidad de neutralizar al estómago (igual que la piedra a la tijera en el jueguito ese de las manos), reprimes el hambre de prisionero de guerra que te marea, te olvidas de las bajos instintos y cambias de dirección, con tal de ir, verla y oírla hablar de cualquier cosa: el trabajo, los hijos, los amigos, el fin del mundo. Lo que sea.

Sabes que una mujer te atrae cuando, luego de oír de su boca una frase medianamente prometedora, empiezas a sonreírle a todo el mundo. Les das monedas a los pedigueños en los semáforos; dejas que la chama amargada de la panadería se quede con el vuelto. Y te sientes un hombre de bien porque a ella, aparentemente, le gustas. Apenas te ha dicho que te recuerda y esa frase goza de una potencia estereofónica sobre la que se erige tu autoestima y extraordinario buen humor. En vez de caminar, bailas capoeira en la calle, les pellizcas los cachetes a los niños gorditos y les cedes el paso a las viejitas en la avenida. Pareces un mimo guevón que no tiene otra cosa que hacer que contagiar su incomprensible felicidad a los demás, sabiendo que el día que te diga que no quiere verte más, el mundo te parecerá el Infierno mismo. Si ese día un anciano te saca la manito para pedirte que esperes a su aletargado paso, no le pararás bola, lo mirarás con odio, lo mandarás al diablo, y no contento con ello le pasarás por un lado a toda mecha, y no te importará si lo dejas lesionado y tirado en medio de la calle como paquete vacío de galleta.

Sabes que una mujer te está volviendo un tanto loco cuando, en pleno trabajo, cuando el caos de la oficina está en su punto más álgido, te revientan el teléfono para darte la última pauta a cumplir o para que soluciones un problema y no le paras bola porque estás con los audífonos pegados escuchando un tema que te recuerda a la mujer en cuestión.

Sabes que una fémina te da en la torre cuando al momento de vestirte te recuerdas que una vez te dijo que te gustaba cómo te veías en shorts. Y como tienes meses que no los usas, abres los clósets reservados a la ropa vieja, te zambulles en un océano de prendas guardadas por años, y ahí, ahogándote con el olor a polilla muerta, rescatas unos shorts cuyo diseño está completamente fuera de onda. Te los pones creyendo que estas de lujo, cuando en realidad pareces un carajito peleón.

Sabes que una mujer te gusta cuando, acaso intuyendo que existe una micro posibilidad de robarle un beso, te cepillas los dientes con inusual frenesí, repasándote una y otra vez el hilo dental por los escondrijos más inaccesibles de tu boca (ahí, entre la endodoncia y la caries), y sorbiendo verdaderos ‘shots’ de Listerine para evitar que ella perciba el más mínimo rastro del olor de los 40 cigarros que te fumaste antes de verla.

Sabes que una mujer te está metiendo en problemas sentimentales cuando, durante una luz roja, te quedas mirando un punto fijo (una valla, un edificio, una nube), abandonándote al bobo ejercicio de la ensoñación, mientras los apurados conductores detrás de ti tocan la corneta y te empapelan de iracundos insultos entre los que destacan ciertas alusiones escatológicas que tienen a tu señora madre como perjudicada protagonista.

También sabes que una mujer te gusta cuando te levantas por la mañana y es en ella en lo primero que piensas. Y mientras te desperezas evocas su nombre, y al pronunciarlo estás convencido que se trata del nombre más bonito del mundo. No importa que sea Gertrudis, Josefa, Ruperta o Teófila. Cuando alguien te gusta, su nombre expele una extraña belleza etimológica.

Sabes que una mujer te gusta cuando, haciendo menoscabo de tus ideas y convicciones supuestamente más arraigadas, empiezas a torcer tus opiniones con tal de calzar en el imaginario que ella va delineando en sus conversaciones. Si ella dice que le gusta el campo más que el mar, pues a ti, de pronto, también te gusta (aunque odies a los mosquitos, aunque tengas alergia al polen y aunque el contacto con las plantas te saque roncha). Si ella cuenta que acude a Misa puntualmente todos los domingos y que le gusta hacer obras sociales, tú desempolvas tus lecturas de catequista reprimido y sacas a relucir el lado menos marchito de tu catolicismo abandonado. Y si ella dice que su comida preferida es el ‘sushi’, pues tú la llevas a un restaurante de comida japonesa y tragas todos los ‘rolls’ que ella te da de comer, uno tras otro, sin importar que los langostinos te produzcan picosas hinchazones cutáneas, amén de horribles accesos de asma.

Sabes que te encanta cuando has quedado con ella en encontrarte en un lugar a las, digamos, 9 de la noche, y todo el puto día se te pasa lentísimo. Miras el reloj compulsivamente, haciendo fuerza mental para que el minutero se mueva a mayor velocidad. La expectativa te mantiene intranquilo, inquieto. El tiempo avanza como una procesión. A falta de solo una hora para las 9 de la noche simplemente ya no puedes más con tu alma. Será la hora más larga de las muchas que has vivido y de las muchas que te tocará vivir.

Sabes que te gusta alguien cuando te importan una mierda las bebederas inconcientes del fin de semana, o todo lo que antes ocupaba tu tiempo libre. Ahora solo quieres estar al lado de ella. Y si uno de tus mejores amigos o un familiar te llama al celular porque quiere verte, no contestas o lo mandas al carajo sin la menor culpa. Y si tú mismo organizas una esperada reunión con alguien que no se ven hace lustros, pues la desbaratas si ella te llama para sugerirte hacer algo juntos.

Sabes que una mujer te gusta cuando crees que Caracas es una mejor ciudad solo porque ella vive ahí. Tú –que siempre despotricaste contra el tráfico, la basura, la gente mañosa y cínica– ahora estás fascinado con vivir aquí, y no pasas una noche sin agradecerle a Dios (de quien te has vuelto un fanático acérrimo) por haberte permitido ubicarte en estas hermosas latitudes geográficas.

Sabes que una dama te interesa cuando, a pesar de tu retórica experiencia en estas lides, asumes con ella el correoso comportamiento de un adolescente, y dejas de ser un hombre aplomado que se mueve con talento para convertirte en un alfeñique carcomido por las dudas.

Por último, sabes que una mujer te gusta un montón cuando pierdes cerca de dos horas en elaborar una pormenorizada lista de situaciones que te demuestran que te gusta. Escribes un texto sobre eso y lo cuelgas en tu blog, cruzando los dedos para que ella lo lea pronto, se emocione, pegue una carcajada de las ridiculeces que escribiste hoy y te pegue un telefonazo (o te ponga siquiera un mensajito de texto) para decirte cuánto le gustas tú.

¿Y cuándo saben ustedes que alguien les gusta? Quizá sus indicadores sean más precisos que los míos.

1 comentario:

  1. Antes lo sabía con certeza, pero ahora ya perdí la inocencia del "me gusta".

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