16.3.10

Sólo piensa... y acaba, hijo

Si lees estas líneas es porque hoy cumples trece años y no se si estaré contigo. Sí, ahora no estoy junto a tí, pero mi ahora es tu ayer y no nos sirve. Escribo de coñazo. Las balas pasan tan cerca que es probable que ya tengas trece años. Es buen momento, entonces, para que tengamos una charla de hombre a hombre. Me habría gustado hacerlo en persona, pero ya ves: las cosas a veces no son como las deseamos.

Entre tantas rutinas que puedes tener a tu edad hay una en donde el padre debe tener el valor de dar al hijo consejos fundamentales. Voy al grano, porque tengo poco tiempo y menos luz. Es muy probable que hayas comenzado a notar ciertos cambios en tu cuerpo. Tu madre, aunque bondadosa, abierta e inteligente, quizá le dará algo de pudor explicarte qué ocurre, o darte un consejo para que aquello ocurra de un modo placentero. No la culpes, porque es un tema masculino. Y, si me lo preguntas, sólo de ciertos hombres.

En breve tendrás (o quizá ya los tengas) amigos mayores o más espabilados que te explicarán las mejores técnicas para el desahogo automático del cuerpo: enjabonarse la mano, por ejemplo, o abrir un hueco en la almohada. Todo esto será válido y al mismo tiempo será falso. No redacto esta carta para enumerar maniobras eficaces ni para revelarte accesorios.

El mono también hace lo que haces tú cada noche. Con un poco de suerte, en un laboratorio se le podría enseñar al mono la técnica de enjabonarse la mano para darse mejor placer. Pero tú tienes algo que el mono no tendrá nunca. Me refiero a una herramienta muy poco valorada por los adolescentes y por los hombres vulgares: la fantasía privada.

La fantasía privada, la masculina, la secreta, se construye sobre la base de dos consignas: "Qué haría yo si...", cuando eres joven e inexperto; y "Qué hubiera pasado si...", cuando eres mayor y esperas con impaciencia o te arrepientes de las oportunidades perdidas. Con estos mínimos recursos los hombres de bien le ponemos fin al tema de la imaginación, una herramienta que, por lo demás, utilizamos poco.

Ahora eres muy joven, pero llegarán tiempos de padecer un largo viaje en avión o tren, de intentar conciliar el sueño en vano, de esperar en una esquina a que llegue alguien... Es entonces cuando debes hacer uso del "Qué haría yo si...", y del "Qué hubiera pasado si...". Con la práctica, cualquier tiempo monótono puede convertirse en un tiempo clandestino.

Toma papel y lápiz, porque lo que voy a decirte es más valioso que cualquier manualidad que te enseñen, en la escuela o en la calle, tus panitas más grandes. La imaginación privada masculina se desarrolla únicamente en dos contextos:

a) Bajo el amparo de un hecho inconcluso del pasado ("¿Qué hubiera ocurrido si me animaba a proponerle un trío a las morochas vecinas mías la noche que estaban borrachas en la planta baja?"... desarrollar la idea hasta acabar)

b) En la sospecha de un futuro improbable ("¿Qué haría yo si la mamá de Juan, mi amigo del quinto piso, me viene a pedir azúcar un sábado a las dos de la madrugada, con una batica cortica y tansparente?"... explayarse sobre el tema hasta acabar).

No hay más recursos que esos dos; ni en el universo de la fantasía masculina, ni en la literatura erótica en general.

Con estas introducciones no te serán necesarias las películas ni las páginas porno, ni las revistas de desnudos -que creo que para este entonces se habrán acabado-, ni binoculares para echar un ojo al edificio de al frente. "Qué haría yo si…" y "Qué hubiera pasado si…" Estas dos frases y no otras, deberán servirte como contraseña para todas tus noches, desde la noche de hoy y para siempre.

Los hombres —mayores o púberes, lo mismo da— tenemos una extraña virtud: sólo pensamos con cabeza fría de qué modo actuar cuando ya ha pasado la ocasión propicia o cuando ésta aún no se ha presentado. En el momento preciso, justo allí, no podemos reaccionar; antes y después, lo tenemos más claro que el agua. Pero al menos lo sabemos, con tardanza o con clarividencia, pero lo sabemos; y eso es lo que importa. El mono no lo sabrá nunca; ningún animal de la selva sabe casi nada sobre la frustración.

Como te he dicho al principio de esta carta, hijo, las cosas casi nunca son como las deseamos, y esa verdad es la madre de la imaginación privada. A tu edad, y durante algunos años, tus fantasías nocturnas te llevarán por el camino de la ficción, porque todavía no tendrás memoria de tus fracasos; pero con el tiempo, todos los hombres nos quedamos con una sola fantasía privada. Una sola. Y siempre comienza con la música del "Qué hubiera ocurrido si..." Volvemos a reeditar, una y otra vez, la misma escena que nos obsesiona.

¿Qué harías, hijo, si la joven profesora de castellano, que te ha encontrado fumando solo en el baño del colegio, en lugar de llevarte de una oreja a dirección te pidiera un cigarro y se quedara allí, contigo? ¿Qué harías si, entre jalón y jalón, te confesase que se ha separado hace seis meses y que echa de menos el calor de alguien en su cama? Y si enseguida te dijera, por ejemplo, que pareces mayor de lo que eres y después te rozara al descuido una pierna, tú, ¿qué harías?

Yo, que quizá no esté contigo en este momento, hace algunos años fui un alumno tembloroso. La historia con la profesora de castellano me ocurrió en la vida real, no en el mundo privado de las sábanas, y entonces me escapé del baño y corrí por el patio del colegio con total cobardía. No supe qué hacer con semejante porción de realidad servida en una bandeja. Huí.

Antes de ese día mis noches eran irreales de principio a fin. Utilizaba únicamente el "Que haría si..." y con eso me contentaba. Pero desde esa misma tarde, solo en la cama o en la regadera, comencé a descubrir las infinitas variantes que me había ofrecido, sin saberlo, la profesora de castellano. Ella había abierto una puerta. El placer ahora me resultaba más doloroso y humillante, pero su hallazgo inauguró un sin fin de mundos paralelos.

A veces yo la desnudaba en el baño del mismo colegio, trabando la puerta con la punta del zapato. Otras veces iba a su casa la noche siguiente, y ella me había dejado la ventana de su cuarto entreabierta. En ocasiones nos encontrábamos en el depósito de la cancha, y estirábamos las colchonetas de gimnasia; o nos escondíamos de todos en la oscuridad del salón de reuniones. A veces, en mi fantasía, la chamita que me gustaba nos veía desnudos y se ponía celosa. Otras veces se acercaba a nosotros, se nos unía. Cada noche yo tenía un romance diferente con mi profesora de castellano. Un romance que comenzaba, siempre, con la conversación real y la caricia real en la pierna. Esa verdad sin discusión le daba al resto de la utopía un poder deslumbrante.

Lo cierto es que, al pasar los años, tomarás conciencia de la metodología y podrás fantasear con la mujer que tu desees. Hoy en día, ya adulto, revivo y recuerdo esta metodología para fantasear con Ella, con la mujer que hoy deseo. Cuando pienso en ella -casi todas las noches- pongo mi mente en blanco y mi película personal comienza y no puedo dejar de verla hasta el final, porque el final nunca es el mismo. Lo hago todas las noches, cuando las circunstancias me dejan solo y a oscuras. Imagino el momento inicial del cigarrillo y la conversación que podemos tener, y después construyo las diferentes variaciones que pudieran ser, o que no sucedieron. Las que me completan.

Ojalá pienses, durante tus primeras noches de placer solitario, en tu profesora, en tu novia, en tu vecina que te da morbo, en la mujer que deseas, en esta historia que te he contado. Comienza a imaginar la escena por donde yo la he dejado: cuando ella me mira, fuma despacio y me mira temblorosa. Ella es hermosa, está divina, y tiene una mirada de picardía irredenta y de deseo de cariño y protección en sus ojos. Después puedes continuar la historia por donde tú quieras. Acaba por mí, hasta el último de los días.

El desahogo masculino es un amor a destiempo, un romance nocturno que ocurre en épocas paralelas que no se cruzan. Se parece mucho a esta conversación remota, hijo, en la que yo le hablo al hombre que serás, y en la que tú me escuchas sin saber si estaré o no contigo.

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