23.3.10

Mis cuadernos

...Los míos se siguen llenando en tu nombre


Desde muy pequeño he sido "cuadernofílico" -no se si este término existe, pero lo acuño para ver si los señores de la RAE me lo compran-. Me explico: soy de esos tipos que entramos a una librería comercial, papelería -incluyendo Farmatodo y Compumall, que son cualquier cosa- a buscar cualquier cosa y nos quedamos como hipnotizados viendo cuadernos hasta que se nos caiga la baba en el piso o en el mostrador.

Los abrimos, los olemos, tocamos las hojas con la yema de los dedos, preguntamos "¿no habrá de este en tapa dura?", fastidiamos al vendedor para que nos busque el modelo que queremos en el depósito, meditamos si es mejor comprarlo como block de notas o grande; empastado o de espiral, fantaseamos sobre lo que habremos de escribir en él y salimos un rato a fumar y a decidir.

Al rato entramos de nuevo, elegimos (para no fallar) uno de cada uno, le agregamos al combo una caja de lápices o unos tres bolígrafos Kilométrico, de esos de plástico y tinta negra chorreante, pagamos tratando de contener la alegría y nos metemos enseguida en una taguara a bebernos un trago y a decidir cuál de todos los cuadernos que hemos comprado será el cuaderno definitivo, el que usaremos este año, el que llenaremos hasta el final con idioteces, con dibujitos, con principios de cuentos, con sonetos, con palabras raras y con caritas en los márgenes. Ésto, y no otra cosa, es ser un "cuadernofílico".

En la casa de uno de los de mi especie hay, pongamos, unas veinte cajas de cartón -de esas que uno usa para las mudanzas, apiladas en una esquina o en la parte de arriba del closet. En cada cajón hay unos tres o cuatro cuadernos recién empezados, todos muy bellos, algunos hasta muy caros. Y cantidades industriales de otros escritos hasta la mitad, otros casi nuevos con cinco garabatos graciosos, unos pocos llenitos hasta el borde y dos o tres que han fallado, que parecían maravillosos pero resultaron ser chimbos. Esto es lo que menos le importa a un cuadernofílico. No hay frustración ni culpa si no se puede acabar un cuaderno. Lo bueno es regresar, cada dos o tres meses, a leer y escribir más. Lo bueno es escribir en ellos en una taguara o en un café, mientras se espera a la gente, o mientras no se espera a nadie.

La suma de todas las páginas escritas en estos cuadernos, si los pobrecitos sobreviviesen (cosa que nunca ocurre), conformarían la verdadera autobiografía de quién los escribe. Pero hay dos catástrofes naturales que provocan la pérdida irremediable de casi toda esta información: las mudanzas y los momentos de rebelión existencial.

Cuando los cuadernofílicos nos mudamos, no sé por qué, no lo hacemos de un modo organizado. Y siempre, además, escapamos debiéndole mucha plata al señor o señora del alquiler. Solemos salir de noche, metiendo cosas en cajas y decidiendo qué será más importante conservar en el futuro inmediato y desolador. En esos momentos bisagra de la vida, a los cuadernofílicos suele parecernos más importante una batidora eléctrica que un cuaderno, una tele chiquita nos parece más útil que otro cuaderno, una manta gruesa para la intemperie nos resulta mejor que otro cuaderno, y así vamos perdiendo la mitad de los cuadernos en los traslados nocturnos.

Los que se salvan de esta primera catástrofe siempre son los últimos que hemos escrito, así que una vez instalados en nueva casa y sin apuros económicos, descubrimos enseguida que hemos hecho una elección estúpida: hubiera sido mejor conservar los antiguos, los que decían más sobre nosotros, los que guardaban información que ya no está en nuestras cabezas. Y retomamos así, con culpa y compulsión la compra de nuevos cuadernos, para que los que ahora que son los últimos, se conviertan pronto en los antiguos.

Cuando hemos hecho otra vez acopio, llega la segunda depredadora natural: las rebeliones existenciales. Estas calamidades ocurren en la bonanza económica del cuadernofílico, y cuando llegan, lo arrasan todo.

Cuando un cuaternófilo tiene la panza llena, un trabajo estable y tira periódicamente, le importa un carajo la conservación de elementos que reconstruyan su anterior vida de mierda. Entonces un día se vuelve a Compumall o cualquier centro comercial, pero esta vez a comprarse pendejadas para redecorar la mesa de trabajo y descubre, así de golpe, que se ha convertido en un ser minimalista y que al espacio le sobran muchas cosas que, asegura el cuadernofílico con cirta blasfemia, "estoy guardando al pelo".

Y entonces tira a la mierda fotos que alguna vez le habían dicho algo, billetes de 100 bolos de los viejos -si, aquellos marroncitos con la cara de Bolívar- que guardaba para mostrarle a sus hijos, diarios regionales donde había visto algo interesante, páginas de revistas, una hoja seca o pétalo de rosa, colillas de pitos de marihuana, billeteras viejas o e-mails impresos de los tiempos en que los emails se imprimían porque eran una novedad.

Caso especial ocurre si es cuadernofílico vive con su pareja o su madre. Sea cual fuere, saltará de alegría cuando el cuadernofílico en cuestión le dan estos ataques de rebeldía, y es la primera vez que lo ayuda a limpiar. Es ella, generalmente, la que lo alienta a dar el paso en falso:

Todos estos cuadernos me imagino que también los vas a botar

Y el cuadernofílico, envalentonado por el eficaz formateo que está realizando con su disco duro sin que de momento se le mueva un pelo, dice:

Bota eso, esa vaina es basura — y se siente machito, indoloro y hasta inmortal.

Esto ocurre siempre a las 7:00 pm. Y alrededor de las doce de la noche del domingo el cuadernofílico, mirando al techo, se queda pensando si bajar al depósito de la basura para ver si encuentra aunque sea uno de los cuadernos que envalentonadamente decidió mandar al bajante. Está enojado y triste, se siente de repente huérfano de sí mismo, hastiado de sus decisiones equivocadas, y sobre todo solo, solo y sin cuadernos. Así, resurge el fenómeno, reinicia el ciclo y volvemos a la libreria, papelería, Farmatodo o Compumall, como si esa autobiografía fantástica que tejemos a lo largo de toda la vida tenga siempre que empezar de cero, por culpa de las mudanzas y las rebeliones del alma y las novias o madres desalmadas que alientan los errores de la limpieza. Como si nunca fuera posible que una serie de textos privados puedan permanecer cerca de su autor, solamente porque su autor es estúpido.

A mí me ha pasado todo esto desde que tengo uso de razón. He escrito cientos de cuadernos, todos con alegría momentánea, todos con pasión y paciencia. Y después los he extraviado o los he dejado deshacerse de mí. Mis cuadernos perdidos tenían algo mío que hoy quisiera redescubrir.

Hay un refrán que dice "es mejor el verso aquel que no podemos recordar", sé que en la ausencia de las cosas se exagera mucho su intensidad y su valor. Pero me gustaría tenerlos a todos, ahí en fila india, de una punta a la otra de esta habitación, para leerlos y revolcarme de la risa, o recordar cómo fueron mis amores, cómo metí la pata en cada uno de ellos, ver los dibujos, o para confirmar que el que los escribía sigue siendo el mismo que esta noche cuenta esto.

Pocos de esos cuadernos privados me duró vivo un año entero. En ninguno escribí sin interrupción durante un año entero. Eran todos breves y sumaban mucho en conjunto, pero no a solas con sus tapas. Y cada escrito o dibujito, aunque fuera breve, estaba cargado de severos aluviones sentimentales o confusiones variadas. Ahora tengo este blog -que cabe destacar que no es el primero, pero como mis cuadernos, tambien fueron afectados por "rebeliones existenciales"- que también es un nuevo cuaderno, aunque sin olores ni texturas, pero sí lleno de esos aluviones sentimentales o confusiones varias.

Espero que ni las mudanzas ni las rebeliones lo volteen esta vez. Tengo la ventaja de que, cuando me aburra, le puedo cambiar el diseño y listo. Y otra ventaja es que no es tan privado, los lectores podrán ir y venir, unos se quedarán pegados, otros dirán qué estúpido es el autor de esto, otros simplemente lo mirarán con indiferencia. Pero no importa porque, al fin y al cabo, este cuaderno es mío. Y, de una forma u otra, será una forma invisible de homenajear a todos mis viejos cuadernos, a mis queridos cuadernos con garabatos y palabras, a esos que deben estar en el fondo de una caja de cartón, pobres santos, poniéndose amarillos, y esperando a que yo vuelva y les dibuje una cara en el margen; una cara de tristeza.

Y aún queda mucho por escribir (te)...

2 comentarios:

  1. Bueno, me anoto como cuadernofílica o como CUADERNOHOLICA, confesa, gozosa e irresolutamente, también confieso que he pecado de botar a mis hijos (cada idea es un hijo) a la basura, y arrepentirme, asi como confieso que los he regalado a quien menos lo merecia pero de eso me dí cuenta depués de que los dí en adopción.
    Confieso también que me paso horas enteras en las estanterias, viéndolos, sintiéndolos, tocándolos e imaginándolos llenos de cosas estupendas, confieso que a veces veo los cuadernos apiladitos, así ordenaditos, vacios, impolutos en mi escritorio y pienso que los he traicionado, por no usarlos para el fin con el cual me los compré, como si los hubiera cambiado, cual esposa amante y perfecta, por una puta barata con muchas teclas y poco estilo (como suelen ser todas las putas)... No sé a veces me siento como un mal macho que cambia el tesoro que tiene por una mierda que brilla.... Me gusta tu pluma, no dejes que se seque, llena miles de cuadernos con palabras que lleven impreso el sentir que las impulsa de tu cabeza a tu puño, pero eso si no las empujes (es como violarlas) dejalas fluir y veras como miles de líneas llenan tus páginas blancas, Besos venenosos Els@

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  2. No me ganas, aún no. A menos que tengas un caja llena (mejor dicho, varias) llenas de papel, hojas sueltas, calcomanías sin pega, servilletas, libretas y agendas desde el año 80 y echa pa´trás, entonces no me habrás ganado. Porque yo no guardo los cuadernos, yo guardo la historia empastada en cajas, y me resisto a botarlas, aun cuando tenga una pc pantalla plana y nosécuántodeverdad de memoria ram...no es lo mismo, no lo es.

    P.D. No eres el único que se queda ante los cuadernos embobado, no hay mejor olor que el de un libro y un cuaderno nueeeeeevito, y mejor sonido que e3l susurro de las vírgenes páginas a la espera de ser llenadas.

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