10.3.10

¿Qué pasa (ra) en la oficina?


Un oficinista tipo (un tipo oficinista), de cualquier profesión (abogado, ingeniero, informático o periodista) pasa ocho horas diarias -o hasta más, en algunos casos- entre cuatro paredes, o, lo que es lo mismo, cuarenta horas por semana, o dos mil ochenta horas en el año, o sesenta y dos mil cuatrocientas en treinta años. Esto es malo. Malo para la salud, malo para el espíritu (uno se aguevonea), malo -incluso en nosotros los hombres- para el pedacito de carne que se tiende a caer.

La aspiración de este post fue cambiando con el correr de los días: de lo que primero fue un intento reivindicador de la oficina, se pasó a un conato de objetividad, para caer finalmente, con inclusive descripciones de panoramas en vivo, en un patético documento de advertencia.

Los empleados de oficina deben respetar, hasta sus últimas consecuencias, un decálogo no escrito, pero que tiene más vigencia que la Constitución Nacional, lo cual -a merecer del respeto a nuestra Constitución- no es mucho decir.

A continuación, escribimos el decálogo no escrito:

1. No tendrás más dios que el Jefe.

2. No tomarás el santo nombre de la empresa en vano.

3. Acuérdate de santificar los feriados.

4. Honrarás gerente y horarios.

5. No hurtarás los lapiceros


6. No fornicarás en la oficina (discutible)

7. No matarás, como no sea el tiempo.

8. No levantarás falso testimonio

9. No desearás a la secretaria del Jefe.

10. No codiciarás los puestos ajenos.

Usted pensará: "Dios mío, ninguna persona decente podría trabajar en una oficina".

Y tendrá razón. Muchos muchachos honestos y limpiecitos, luego de contestar un aviso de Últimas Noticias o El Universal, se han perdido para siempre. Porque, ¿quién puede ser bueno rodeado de paredes donde cuelgan absurdos cuadros estadísticos y, en el mejor de los casos, almanaques de las Chicas Polar? ¿Quién puede ser piadoso escuchando el insufrible tableteo de los teclados de computadora, o haciendo cálculos en Excel que vaya uno a saber para qué sirven? Y eso sin hablar de los balances, donde una diferencia de diez bolívares “fuertes” puede hacerle perder el empleo a un honesto padre de familia cuya mujer se gana la vida vendiendo Avon.

Personajes De La Oficina.

Una oficina se compone de jefe, secretaria, empleados, pasante, cafetero, empleado responsable, chismoso, rumbera traviesa, organizador de paseos, "mete el pie" y otros largos etcéteras. Y empecemos por arriba, como quien hace un pozo.

Todos los jefes son iguales: insufribles, malvados, biliosos, y hasta un poquitín mugrientos. Y como iguales que son, suelen apelar a las mismas frases ante las situaciones cotidianas.

A empleado incumplidor: "González, usted no va a llegar muy lejos".

A empleado despedido: "González, la empresa se ve obligada a prescindir de sus servicios".

A empleado que pide aumento: "González, yo comparto su inquietud, pero eso no va a poder ser".

A postulante: "González, muy bueno lo suyo, ya lo vamos a llamar".

A empleado que lo desilusiona: "González, usted me desilusiona".

A empleada hermosa que se viene a postular: "González, quiere dejarnos solos un momento".

El mejor auxiliar de los jefes es el empleado responsable ("González es mi brazo derecho"). Llega todos los días cinco minutos antes de la hora de entrada, limpia el área de trabajo, trae los periódicos y hace café, se lleva trabajo a casa, no se toma vacaciones, admira al jefe, no está pendiente del Facebook ni del Twitter, ni recibe llamadas, en fin, es un perfecto imbécil.

Otra eficaz ayuda para los que mandan es el chismoso ("González me lo cuenta todo"). Este personaje es conocido también como chupamedias, jalabolas, bocaetrapo, lenguaesapo, cuentero, hablapaja y otros. Es el tipo más odiado de la oficina. Al igual que los jefes, los chismosos poseen una particular terminología, empleada especialmente para iniciar sus cruentos relatos:

"No es por hablar, pero...", "Dios me perdone...", "No quisiera equivocarme...", "Antes de que se lo cuente otro...".

Los jefes no le temen a nadie. Salvo, claro está, al "mete el pie". ("González me está moviendo el piso"). El "mete el pie" es como un mal deportista. Para él el escalafón es como un reality show: vale todo. Algunos de ellos van jabonando pisos y haciendo despedir a quienes les hagan sombra, hasta que mueren solos, en el despacho más lujoso de un desierto edificio de escritorios.

Sexologia De La Oficina.

La vida sexual de la oficina es toda suposición y fantasía.

Los pasantes, por ejemplo, se complacen en imaginar la lujuria que son capaces de desplegar las secretarias o algunas empleadas. A su vez, los ejecutivos veteranos son capaces de ver en cada telefonista a una cortesana en potencia.

-Acá se hace la recatada -escucharon decir nuestros cronistas muchas veces-, pero debe ser una...

A su vez, las mujeres parlotean en voz baja y en el baño (especie de santuario confesional de la oficina) acerca de las ojeras que últimamente anda trayendo González. Todos los empleados (y empleadas) tienden a ridiculizar la vida sexual del jefe. Los jóvenes suelen creer que es impotente. Las viejas lo juzgan un viejo verde baboso o un puto, en el mejor de los casos.

El antiguo mito de la secretaria amante del jefe está en franca decadencia. Nadie da crédito a esas historias, salvo, claro está, las secretarias y los jefes.

Las piernas de las transcriptoras son otro estímulo para estas fantasías que gobiernan la vida sexual de la oficina. Los sociólogos de la sociedad de consumo han calculado, con todo desparpajo, las horas-hombre perdidas en el campaneo de extremidades. Un empleado normal consume doscientas horas anuales en esos menesteres. La estadística trepa a picos mucho mayores ante la existencia de cajones a bajo nivel que obligan a las empleadas a agacharse.

Los lunes, los empleados todos proceden a referirse mutuamente las proezas sexuales consumadas durante el fin de semana. Si tales proezas fueran ciertas no quedaría en este país títere con cabeza.

Final Con Prospectiva.

Llegará un día en que unos monstruos espantosos asolarán las oficinas.

Vendrán de los infiernos y aparecerán por los agujeros de los inodoros y meterán a los pasantes dentro de los cortapapeles y violarán a las secretarias, y arrojarán los expedientes por las ventanas y beberán la sangre de los jefes, y pintarán las paredes de rojo, verde y azul de almohadilla de sello y obligarán a los gerentes a mostrar sus calzoncillos invariablemente blancos y forzarán a los mentirosos a ejercer sus hazañas sexuales sobre los escritorios y torturarán a los alcahuetes contándoles anécdotas de la recluta.

En tanto aguardamos el lejano apocalipsis oficinero, sigamos tempranito marcando la entrada con el carnet, sigamos almorzando en el escritorio, hagamos horas extra que para eso las pagan y aguardemos la módica jubilación que nos permitirá ir al metro a contar vagones hasta morirnos.

[NOTA: Lo que viene es una nota de color… lo que todos pensamos y no decimos].

*Yo sería bohemio pero, ¿y si la gente se entera?.

*Quiero que mi hija se case de blanco.

*Yo escucharía música clásica, pero me coincide con Sábado Sensacional.

*Usted sí que es creativo, González.

*No soy un sumiso. Mi mujer no me lo permitiría.

*El presidente de la empresa siempre tiene la razón.

*Yo a los 25 años ya tenía la llave del baño.

*En las elecciones, los votos de las personas inteligentes tendrían que valer tres.

*En mi época los muchachos eran de otra manera.

1 comentario:

  1. Interesante, en realidad bien descrita la realidad (o ficción) del espacio de trabajo...

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