22.7.10

Adicción

Una serie de situaciones gratas, urgentes e inquietantes provocaron que hace unos meses haya escrito poco en este blog; y otras tantas del mismo tenor me llevan a escribir mucho más ahora. Las celebro todas y, junto a esta celebración diaria, confieso que me he vuelto un adicto a escribir (le)–. En mis noches más recientes suelo andar por la casa con soltura y extravío pensando que quiero escribir (le) al día siguiente. Siento que al publicar un texto nuevo dejo de sentir la espera, o que necesito escribir por superstición amateur, para que esto no deje nunca de ser un ritual. Sea por una cosa o por la otra, hacerlo me emociona, me altera el duende, me pone bien. Hoy no sé si soy adicto a escribir o a la respuesta.

Sobre la serie de situaciones gratas me extenderé más y mejor en otros textos, pero tiene que ver con su llegada a este pueblo de la montaña en que se ha vuelto mi pecho. Aún en mis noches pregunto si está de paso, de vacaciones o tiene la intensión de comprar un terrenito. Y tampoco procuro hacer de ello un inciso. Lo único certero es que en el pueblo ya tiene casa y su voz se hace eco en las esquinas, en la plaza, en el zumbido de las abejas alrededor de los faroles. Así, cada noche, cualquier distancia de su estancia a la mía sólo se reduce a unos pocos metros.

Tan pronto como usted llegó a este pueblo me puse a escribir, como enloquecido, atinados relatos o historias desvariantes, y quiero hacer más, pero los días se empecinan en tener veinticuatro horas. Pero en los territorios menos palpables, los psicológicos, es posible que haya otros motivos que expliquen esta adicción, un motivo más escondido y profundo que, si me permite, quisiera abordar esta tarde, más no sea como motor de impulso.

Siempre busqué desarrollar —y varias veces lo confesé en sobremesas— una literatura de confesión, epistolar, siempre directa. Esto viene de que siempre se me ha dado muy bien la escritura cuando los nudos de la garganta me impiden soltar palabras –aunque no dejaré de seguirlo mejorando-. Recuerdo que con mi padre, hasta su muerte, traté siempre de que todo lo que contaba en un papel o una pantalla lo divirtiera o lo emocionara a él, en primera medida; a él. Siempre fue vital para mí, desde que tengo uso de papel, que pudiera entender lo que yo escribía, ahorrándome en lo posible las pedanterías intelectuales, que no se sintiera descartado u olvidado. Así me pasa con usted.

Mi segundo motor está en la fantasía. Fantasía que sólo produce un afecto muy profeso, o estar enamorado. A mis destinatarios procuro juntarlos en una mesa imaginaria e intentar cautivarlas con una anécdota menor, con un relato elaborado, con una novela, con un cuento corto, con lo que sea. Tratando, siempre, que ninguna de las dos pierda las ganas de seguir escuchando hasta el final. Si lo he logrado, las cosas estarán bien.

Es un buen sistema, claro que sí, o por lo menos a mí me ha servido para narrar con soltura desde que llegó usted a este pueblo. No obstante, hace poco descubrí que el sistema tiende a tambalearse cuando usted está ausente y ya no hay manera de contarle nada nunca. Esto no significa que yo ya no pueda escribir. Significa que, fatalmente, ya no puedo saber si el texto ha funcionado para usted. Y eso me ha dejado, si no ciego, un poco tuerto.

La ceguera completa llegó hace poco más de un mes, quizá usted lo recuerda.

Estos claroscuros me tienen absorto y feliz dentro de estas nuevas ficciones, pero ya no en una dirección enfrentada, ya no desde puntos diferentes del océano, sino desde la misma orilla y dirigiéndonos. Y al mismo tiempo redescubro las bondades de que usted esté cerca, en el mismo barrio, de disfrutar de una mirada fugaz, una conversación furtiva o un abrazo de fuego y de seda.

No creo que sea grave lo que me ocurre. Se trata de de un asunto geográfico, empeñado de hacer cada vez más cortas las distancias. La musa que me impulsa a narrar está en asuntos comprensiblemente vitales. Y yo estoy malacostumbrado a que me lea desde la misma acera.

Es cuestión, nada más, de encontrar otros símbolos, nuevos pretextos, otras miradas imaginarias, y seguir tejiendo historias para usted.

Y así será, no tengo dudas, en este mismo lugar. Porque ganas no me faltan…

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