6.7.10

Mi propia película


Confieso que siempre he vivido la vida bajo el manto de la esperanza y mis oníricas situaciones me proporcionan en ocasiones ácidas tortas en la cara. Pero es mi naturaleza, no lo puedo controlar. Una de esas manifestaciones recurrentes es, cuando una dama me gusta, inmediatamente proyecto películas en mi cabeza. Películas en las que, desde luego, la trama roza la perfección: yo y ella salimos a cenar a un lugar romántico, tomamos una botella de vino, nos besamos, pasamos una noche de sexo formidable y, de pronto, a la mañana siguiente ya somos novio y novia, marido y mujer y ahí nomás tenemos un hijo al que le ponemos de nombre el que ella le de la gana.

Y reconozco que a veces es francamente insoportable esta manía de soñar bobadas y armar deleznables castillos en el aire. Puede estar ella frente a mi y, mientras ella simplemente me cuenta cómo va el trabajo, los amigos o la cita médica, yo voy liberando a las miopes mariposas de mi imaginación y fantaseo y pienso en lo feliz que sería si viviera con ella en mi aparatamento, cocinando tallarines y escuchando un disco arrallanados en un puff. Todo esto acompañado de una repentina expresión abstraída e idiotizada, a la cual hay que chasquearme los dedos en la cara para evitar esos trances mongoloides y hacerme pisar tierra.

Siempre es igual. Me precipito, me impaciento, me figuro escenarios que no son, veo romances inminentes ahí donde solo hay cotidianas empatías y, como lógico resultado de tan diletante comportamiento, me voy trágicamente de boca contra el asfalto.

Algo parecido ocurre cuando esa mujer que me gusta me envía un mensaje o me escribe un mail. Lo leo y releo un sinnúmero de veces, tratando de descifrar cada palabra, como si estuviese delante, no de un trivial correo electrónico, sino de un jeroglífico que quizá esconda en algún recoveco un críptico mensaje amoroso. Repaso los adjetivos que emplean su autora, las supuestas intenciones insinuadas entre líneas, el esmero y cuidado que ponen en la ortografía.

También reparo en el tamaño, porque creo -por algún esoterismo absurdo que más de uno criticará– que la extensión de los correos delata una postura y encierra un significado particular. Si una chica alguna vez te manda un mail mayor a 3K, sin duda le interesas; pero si lo máximo que es capaz de escribirte es uno de 1K, no te hagas ilusiones, que lo más probable es que seas bulto en su lista de contactos.

Sin embargo, el indicador más confiable de todos está en el modo en que una chica se despide cuando te envía un mail. Ahí sí afino toda mi atención detectivesca. Porque no es lo mismo que alguien te mande ‘un beso’ a que te mande ‘un besito’ o ‘un besote’ (aunque es mejor todavía si coloca ‘besos’). Por el contrario, si la muchacha firma con un ‘abrazo’, ahí sí se jodió el asunto: el cartel de amigo no te lo quitará nadie.

Algunas escriben ‘chao’ a secas, en lo que vendría a ser una convención mecánica pero no del todo indiferente: con un ‘chao’ ella te quiere decir que, aunque no le gustas ni le disgustas, tendrás que trabajar duro para talar el árbol de su cariño que por ahora, recio, se niega a caer.
Pero antes que el ‘chao’ yo prefiero el ‘hablamos’, porque en esa expresión se concentra una cierta voluntad de prolongar indefinidamente el contacto.

Lo que sí encuentro catastrófico es cuando los mails se cierran con un gélido ‘saludos’ o, peor todavía, con un ambiguo ‘cuidate’, pues uno no sabe bien de qué tiene que cuidarse, si de pescar un resfriado, o de ser asaltado en una esquina, o de contraer una enfermedad venérea, o de que te caiga un porrón desde alguna azotea. Desconfío del ‘cuidate’ porque me genera angustia, y me hace pensar que, más que una afectuosa forma de decir adiós, es un anticipo de la desgracia, una suerte de amenaza disimulada: cuídate, cuídate de mí, cuídate de mis palabras, cuídate porque un día de estos te voy a dejar solo y me voy a ir, pendejo.

Si este post lo lee alguna mujer guapa que me vaya a mandar un mensaje de texto o un mail en el futuro, les pido encarecidamente –en aras de mantener mi salud mental a buen recaudo– que se despidan por escrito con cautela. Y si se les complica mucho, pues pongan ‘bye’ y listo. Eso sí, por ningún motivo escriban ‘chus’ o cualquiera de esos insípidos apócopes derivados del ‘chao’ que más parecen ininteligibles onomatopeyas orientales.

Volviendo al tema en que estábamos antes de irme por las ramas, cada noche y fin de semana lucho contra mis desvaríos cinematográficos y trato de ocuparme en cualquier cosa dejando las expectativas bien guardadas en la mesa de noche. Pero no saben cuánto me cuesta, y a veces sé que trepo a mi barca esperando volver con frescos lenguados y nutritivas curvinas y, por casualidades atmosféricas, el mar solo arrojó una anguila y dos aguamalas. Y así me dedico a vagabundear sin hacer predicciones, sin santiguarme, ni encomendarme a nadie. Solo cabe aceptar con humildad las ricas o pobres provisiones que la noche tenga a bien obsequiarme.

Que espero, pacientemente, sean de la mayor delicia. Yo sabré siempre rendirles tributo.

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